Xilam Balam

El amor entra por el estómago

Ixchel y Chava aprovecharon el puente de día de muertos para visitar los negocios de ella en la rivera maya, así que Balam pudo tener a Rosa libre de su perro guardián y lograr reforzar su amistad con ella.

La invitó un par de veces al cine, a comer, a pasear por las atracciones aledañas, pero, aunque pasaban un buen rato juntos, en cuanto Balam intentaba declararse con ella, Rosa simplemente lo evitaba cambiando de tema drásticamente.

Los cuatro días del puente pasaron tan rápido que no pudo aprovechar nada, y estaba desesperado. Desde su fiasco en Nayarit, no parecía tener oportunidad de reconquistarla.

Ixchel regresó de Quintana Roo acompañada de su padre, quien era de menos ayuda, pues insistía en que Balam conquistara a Ixchel y eso le daba menos tiempo para estar con Rosa.

El boxeador invitó a todos una comida para celebrar su cumpleaños. Todos convivían amenamente, comiendo y bebiendo. Lacho, como era su costumbre, no se midió con el alcohol y pronto estaba hablando de más.

―¿Sabes, preciosa? ―el borracho hipó señalando a Rosa―, ya deberías casarte con Balam. ¡Basta de esas tonterías modernas de que deben esperar a terminar una carrera! En mis tiempos…

―¡Sus tiempos ya pasaron, neandertal! ―Ixchel le arrebató la botella que llevaba en la mano―. Y Rosa no va a casarse sólo porque ustedes son unos retrasados mentales.

―Tu novia se mete demasiado ―se quejó Balam―. A este paso no podré convencer a Rosa de que realmente estoy enamorado de ella.

―No puedo negar que lo has intentado ―comentó Chava―. Pero creo que el romance no es lo tuyo, amigo. Lo malo es que la chamana condicionó esta estúpida maldición a que conquistes a la diosa de la tierra. No dudo que Rosa es la indicada, pero, así como vas… creo que seguiré convirtiéndome en gato por el resto de mi vida.

―¿Qué te quejas? Al menos lo aprovechas para que Ixchel te acaricie.

―No me puedo negar a un poco de alivio entre tanto pesar ―dijo Chava con una sonrisa pícara.

―¿Qué les parece la comida, chicos? ¿A que es genial?

―Todo deliciosos, campeón ―respondió Balam―. En verdad, mis felicitaciones al chef.

―Para mí no es nada novedoso ―Chava sonrió con cariño―. Ixchel siempre ha cocinado delicioso. La comida que ella prepara todos los días es…

―Espera, ¿esto lo preparó Ixchel? ¿La loca feminista sabe cocinar?

―¡Sé hacer de todo! ―Ixchel llegó arrebatando el plato de Balam―. Soy una mujer independiente en todos los sentidos.

―Pero ―Balam sonrió con malicia―, cocinas para un hombre ―y señaló a Chava.

―Chava no es un hombre. Chava es mi mejor amigo. Y aquí no hay roles de género, ambos compartimos las labores del hogar por preferencias. Él no sabe cocinar tan bien, así que yo cocino. Yo odio planchar ropa, así que él plancha la ropa. Ambos odiamos lavar trastes, así que nos turnamos un día y un día. ¡Eso es igualdad!

Ixchel se alejó llevándose los platos. Balam miró a Chava con un gesto burlón.

―¡Vaya! No te considera hombre. Creo que tienes tantas oportunidades con ella como yo con Rosa.

―Al menos ―Chava miró a Ixchel con cariño―, me considera su mejor amigo.

―Pero… pero… ―el boxeador hizo a Chava a un lado y se hincó a un lado de Balam―, la comida te parece deliciosa, ¿no? Es un buen motivo para fijarte en mi hija.

―¡Rosa también cocina bien! ―Balam miró las cazuelas llenas de cochinita pibil que preparó Ixchel―. Quizá no tan bien como Ixchel, pero… ¿O sea que esta celebración fue un pretexto para atraparme por medio de la comida? Pues no le funcionará.

―Nunca funcionará ―Ixchel regresó llevando más tortillas―. Yo cociné esto por el cumpleaños de papá, pero sólo drogada cocinaría para un orangután como este.

Por la noche, el boxeador caminaba en la plaza principal con un gesto de derrota. Se sentó a un lado de un puesto de marquesitas y suspiró profundamente.

―¿Mal día? ―preguntó la mujer que atendía el puesto.

―Es mi hija. Es una mujer excepcional, muy hermosa, la mejor cocinera del mundo… Pero simplemente se niega a atender a un hombre. A este paso jamás conoceré un nieto.

―Dice que cocina bien, ¿no? Mire, le daré algo ―la mujer colocó masa en una prensa para marquesitas, la coció, la rellenó de una extraña hierba y un jarabe y se la entregó al boxeador.

―No le pedí una marquesita ―dijo él.

―No es para usted. Tiene hierba del amor servicial y jarabe de obediencia―. De la mitad a su hija y la otra mitad al chico con el que quiere que se case. La hierba hará que ella se sienta obligada a cocinar cada que él mencione querer comer y él no podrá evitar comer todo lo que ella le sirva.

―¿En serio?

―Ya sabe lo que dicen, el amor entra por el estómago. Verá que le funcionará. Su efecto es de solamente una semana, pero es suficiente para enamorar a cualquiera.

―¡Muchas gracias!

El campeón corrió de regreso a casa, en donde todos ayudaban a levantar la mesa. Como quien no quiere la cosa, se acercó a Balam e Ixchel, partió la marquesita a la mitad y le entregó un trozo a cada uno.

―Prueben esta marquesita ―dijo en tono casual―. ¿Qué les parece el sabor?

Ambos tomaron los trozos y los llevaron a su boca. Ixchel encogió los hombros sin mayor expresión.

―No sabe a nada. ¿Qué es lo que lleva?

―En efecto, no tiene sabor ―respaldó Balam―. Lo malo es que ahora sólo me quedé con antojo de una marquesita con queso y crema de avellana.

―¡De inmediato!

De la nada, Ixchel sacó una prensa, batió rápidamente masa de harina de trigo, la coció y la rellenó de queso de bola y crema de avellana. La entregó caliente a Balam, quien la tomó en seguida y la devoró resoplando por lo caliente que estaba.

―¿Qué demonios pasó? ―Ixchel vio sus propias manos.

―¡Funcionó! ―el boxeador celebró.

―¡Papá! ¿Qué hiciste?

―Por una semana no podrás evitar cumplir cualquier antojo a Balam, y Balam, tú no te podrás negar a comerlo. ¡Esto será maravilloso! En cuanto te acostumbres a la deliciosa sazón de mi Ixchel, no querrás la comida de nadie más.



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En el texto hay: fantasia, romance juvenil, situaciones comicas

Editado: 17.11.2025

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