Llegaron las vacaciones de Semana Santa. Ixchel volvió a viajar a Quintana Roo para verificar sus negocios, pero esta vez invitó a las familias de Rosa y Balam.
Llegaron hasta Cancún, que es donde el padre de Ixchel tenía casa. Esperaban alguna casa ostentosa, tomando en cuenta que “la aplanadora” era un boxeador millonario, así que les sorprendió llegar a una casa sencilla cerca de Costa Mujeres, y pronto entendieron el por qué.
Se instalaron en la pequeña casa de dos pisos y al salir para ir a comprar algo de comida, se encontraron con un hombre que caminaba hacia la playa con cuatro adolescentes.
―¡Ixchel! ―dijo saludándola con una amplia sonrisa―. ¿Has venido a verificar tus negocios?
―Buen día, maestro Lalo. Sí. Ya conocía a Chava, ellos son Balam y Rosa, amigos del colegio.
―Mucho gusto. Los dejo que se diviertan, voy con mis hijos a entrenar ―el hombre se retiró con los jóvenes.
―¿Era vecino tuyo? ―preguntó Rosa.
―De hecho, mi tutor. Su familia era la que se hacía cargo de mí desde que entré a la escuela primaria ―respondió Ixchel.
Continuaron caminando y Rosa comentó con Balam lo frío que había sido el encuentro, tomando en cuenta que ellos la habían criado desde niña. No se dudaba que al hombre le dio gusto verla, pero era definitivo que no le importaba demasiado su visita.
Entraban a la casa con las viandas cuando notaron a una anciana muy menudita, evidentemente encogida por la edad y con la piel sumamente maltratada. De un respingo, Ixchel saltó tomándose del candil, pero en seguida saltó de vuelta señalando a la anciana.
―¡Ah no! No te dejaré quedarte en mi casa. No haré nada de lo que me ordenes, ¿me escuchaste, anciana? ―La mujer no le respondió. Sólo observó a Balam y a Chava llevando las bolsas de las compras.
―Los hombres haciendo las labores que requieren fuerza ―habló con su cansina voz―. Bien, comenzamos muy bien. Si ellos cargaron, supongo que ustedes dos ―señaló a Rosa y a Ixchel―, les toca cocinar.
―Compramos comida hecha, vieja turulata ―Ixchel le enseñó la lengua―. Ahora, vete de mi casa.
―¡Abuela! ―el padre de Ixchel llegaba en ese momento en una limousine. Bajó de un brinco y se inclinó ante ella―. ¡Es un honor para nosotros tenerte de visita!
―¡Ay no! ¡Lo que me faltaba! ―refunfuñó Ixchel poniendo los ojos en blanco.
―¿Quién es? ―preguntó Chava.
―Mi bisabuela Manuela, abuela de mi padre ―Ixchel habló de mala gana―. Pensé que después de lanzarme la maldición con los gatos se había dado por vencida.
―Entra hijo ―la anciana caminó al interior de la casa sostenida de un bastón rústico―. Les prepararé algo de comida decente, porque veo que aquí ―miró a Ixchel con un gesto iracundo―, no hay mujercitas.
―¡Yo soy toda una mujer! ¡Soy la mejor combatiente del xilam-ha, soy empresaria, soy…!
―¡Eres una decepción! ―la mujer dio un fuerte garrotazo en los glúteos a Ixchel. Vació las bolsas de compras en el suelo―. Una verdadera mujer no ofrece sopas instantáneas, papitas y pollos rostizados a sus hombres.
Desde ese mismo día, todos entendieron un poco el repudio de Ixchel hacia las costumbres severamente sexistas de su clan familiar. La mujer atendía a los hombres como si fueran dioses, les preparaba suntuosas comidas, les acomodaba la cama, planchaba su ropa. Era sorprendente que alguien de su edad no parara todo el día, siempre regañando, golpeando y refunfuñando porque Ixchel se negaba a atender a nadie de la forma como ella lo hacía, incluso regañando a Rosa un par de veces por su poca eficiencia en el cuidado de la casa.
Balam, Chava y Rosa estaban en la playa, observando el atardecer mientras platicaban del asunto.
―No niego que es agradable, me recuerda a mi madre atendiéndome de niño. ―Balam inhaló con fuerza―. No se lo digas a tu amiga, pero le doy la razón, esa mujer desearía que ustedes fueran esclavas en estas vacaciones mientras nosotros no hacemos más que descansar.
―Según lo que me ha contado Ixchel ―dijo Chava―, en su clan, los roles están sumamente definidos. Las mujeres se encargan absolutamente de todo en casa, desde la limpieza hasta la crianza de los niños y la limpieza de los establos. Los hombres se dedican de lleno a los cultivos, el cuidado del ganado y, sobre todo, al entrenamiento. Las mujeres de su clan nunca entrenan, sólo se dedican a la conexión espiritual. En los días de descanso, como se supone que los hombres llevan la parte más pesada, los hombres la pasan durmiendo, pero las mujeres no tienen descanso un solo día.
―A todo esto, ¿dónde está Ixchel? ―preguntó Balam. Chava señaló a una joven que observaba atenta hacia el mar.
Se acercaron para ver mejor. Ixchel estaba cerca del agua, observando a la familia que cuidó de ella, poniendo atención y concentrada en los movimientos de la familia, imitándolos y entrenándose a sí misma, mientras ellos estaban ensimismados en su entrenamiento familiar sin siquiera mirarla.
―Pensé que yo era ignorada de niña cuando le ponían más atención a Cisa que a mí ―comentó Rosa―. Pero para esa gente es como si Ixchel no existiera. Me pregunto si siempre fue así.
―Se forjó a sí misma ―dijo Chava con una sonrisa de orgullo―. Su padre la consentía en todo, pero por sus entrenamientos y peleas la mantenía alejada de él la mayor parte del año. Y el resto de su familia, aparentemente, sólo los visitaba para reprenderla y castigarla por no ser una “ama de casa” atenta con su padre.
Los tres respingaron cuando la anciana apareció de la nada frente a ellos, señalando a Balam con su bastón.
―Tú eres el prometido, ¿no es así?
―Eh… ―Balam titubeó.
―¿Qué esperas? ¿No te da pena que tu mujer esté luciéndose así frente a todo el mundo? ¡Ve a traerla a golpes!
―¿Está loca? ¡No voy a golpearla! ―Balam reaccionó violentamente, pero en seguida tomó una actitud asustada y sumisa―. Capaz de que me lo regresa.
―¡Idiota!, ¡poco hombre! ―la abuela gritó tan fuerte que el cabello de Balam voló como si le soplara un fuerte viento. En seguida la anciana se alejó profiriendo una gran cantidad de insultos de tipo homofóbico.