El invierno terminaba y Balam y sus amigos entraban al fin en el último semestre del bachillerato. Habían mejorado tanto sus calificaciones que todos, a excepción de Narcisa, estaban en la clase de los de mejor promedio.
El profesor Gustavo les dejó de tarea hacer una investigación sobre las exhibiciones del Museo de Antropología de la Ciudad de México, considerado el más importante a nivel nacional en cuestiones de historia prehispánica.
Estaban todos juntos en la casa de Balam, recopilando información desde tabletas y celulares cuando Chava ahogó un grito.
―¿Qué pasa?
Chava les señaló una foto de una exposición temporal llamada “Símbolos, las palabras de las civilizaciones perdidas” Y la fotografía mostraba un glifo rectangular tallado en hueso.
―¡El doceavo glifo! ―exclamaron todos.
―La exposición termina en una semana ―leyó Rosa. Balam e Ixchel intercambiaron miradas y de pronto…
―Mi… avión… punto… com ―Ixchel tecleaba en su tableta―. Pronto, ¡precio del vuelo más próximo a la ciudad!
―¿Bueno? ¿Interavionetas? Cotíceme por favor su vuelo más próximo a la ciudad de México.
Un día después, Balam e Ixchel estaban subidos en el avión, rumbo a la ciudad capital. Como aún estaban en clases, los demás acordaron quedarse para ponerlos al día con tareas y apuntes mientras ellos viajaban a recuperar el glifo.
―¿Por qué tuviste que conseguir un asiento justo a mi lado? ―refunfuñó Ixchel.
―¿Yo? Yo pedí el vuelo antes que tú.
―¡No te me encimes! Hazte a tu lado ―Ixchel lo empujó.
―Originalmente el asiento de la ventanilla me correspondía a mí. ¿por qué te sentaste ahí?
La pelea se hizo tan ruidosa que una azafata tuvo que llegar a ponerlos en paz. Una vez en la ciudad, fueron a prisa a tomar un taxi que los llevó hasta la zona de museos de Chapultepec. Ambos entraron corriendo hacia la sala temporal de exhibición y sus ojos ambiciosos se hicieron más grandes al ver el glifo dentro de una pequeña vitrina. Intercambiaron miradas y comenzaron a manotear.
―¡Es mío!
―¡No, es mío!
Ixchel estiraba las manos hacia la vitrina cuando Balam la tomó por la cintura y la jaló hacia atrás haciéndola patinar en el suelo resbaloso. Estaba por dar un golpe al cristal cuando una pesada pieza prehispánica le cayó en la cabeza. Ahora ella estaba por romperlo cuando Balam jaló un tapete que había a sus pies, haciéndola caer.
―Disculpen… ―un guardia con una enorme porra en su mano llegó hacia ellos―, pero si no es mucha molestia podrían… ―tomó a ambos levantándolos del cabello―… ¡Salir del museo! ―y de una patada fueron sacados.
―¡Qué machito! ―gritó Ixchel―. ¡Levantaré una demanda por violencia de género!
―Que no crea ese gorila que va a sacarme del museo. ¡Ya verá!
Balam echó a correr de nuevo hacia la puerta de entrada y justo en el umbral fue alcanzado por la porra que le dio en la frente con tanta fuerza que cayó de regreso hacia los pies de Ixchel.
―Creo que ese tipo ha practicado mucho su puntería ―dijo ella con sarcasmo.
La enorme fuente de la entrada estaba rodeada por mamparas por estar en mantenimiento. Obreros entraban y salían de la obra, llevando y trayendo herramientas.
Un hombre con casco y uniforme de trabajo entraba al museo llevando una escalera.
―Permiso… voy a llevar esto al almacén. ―El guardia estiró su mano y lo regresó quitándole el casco, Balam dejó salir una risita tonta.
―Eh… me acaban de contratar para la obra, se lo juro.
―¡Fuera, dije! ―y lo volvió a lanzar lejos.
En seguida entraba un grupo de jóvenes guiadas por una mujer adulta, todas caminando muy pegadas y revisando los panfletos que daban en la entrada.
―No se dispersen, niñas ―decía su profesora―. Primero que nada, iremos a la sala del México prehistórico.
El guardia extendió su mano entre el grupo de chicas y sacó a Ixchel apretándola de la cabeza. Ella se encogió con una mirada evasiva.
―¡Fuera!
Ya casi era hora de cerrar y ambos caminaban de un lado a otro, rascando su cabeza.
―¡Ese tipo tiene ojos hasta en la nuca! ―reclamó Ixchel.
―No hay de otra, tenemos que esperar que el museo cierre para buscar por donde entrar.
Era de noche, en el museo no había nadie más que los obreros que retiraban las mamparas alrededor de la fuente.
―Hay muchos obreros cerca de la entrada ―dijo Balam―. Habrá que buscar otro lugar por dónde entrar. ―Ixchel miró a Balam.
―Pronto, dime algo hiriente.
―¿Qué?
―¡Hazlo!
―Pues… un hombre te logró sacar del museo, no eres más que una débil frente a un hombre.
―¡Maldito…! ―en ese momento Balam se convirtió en mono―. ¡Excelente! Funcionó. Ten ―le dio una cuerda―. Trepa por el muro y lánzame la cuerda, entre los dos buscaremos una entrada por arriba.
Así lo hicieron. Una vez en la azotea, llegaron hasta una puerta por la cual lograron entrar hacia una escalera, pero abajo había otra puerta que, al abrirla, accionó una alarma.
―¿Quién anda ahí? ―un grupo de vigilantes corrieron con lámparas hacia allá. Ixchel tomó al mono y lo colocó sobre su cabeza, ambos adoptaron una pose como de un tótem.
―¿Ves a alguien?
―No. Quizá la alarma volvió a fallar.
―Será mejor revisar todas las salas.
En cuanto desaparecieron, Balam saltó de regreso al suelo y se escabulleron hasta la sala de exposiciones temporales. Pero la sala estaba cerrada por una enorme puerta de vidrio.
―Podríamos romperla, tomar el glifo y salir rápido antes de que los guardias lleguen.
―Eek, eek ―Balam le señaló la figura en piedra del chac-mool detrás de ellos.
―Sí, creo que esto servirá. Atento, no importa quién de los dos la gane. ¿vale?
Ixchel tomó la pesada piedra entre sus manos, la columpió de atrás hacia adelante y al hacerlo, como no queriendo la cosa, empujó a Balam de un golpe hacia atrás y arrojó la puerta fuertemente sobre el cristal. Ixchel quedó vibrando con la pierda en las manos mientras el cristal temblaba como una enorme gelatina dura. El eco del golpe se escuchó en todas las salas.