Por una semana más, Ixchel, Narcisa, Facundo y Chava en controlar sus transformaciones y en ataques en su forma de nagual. Balam estaba completamente atorado sin poder despertar a su nagual y a Rosa simplemente no se le permitió participar en esos entrenamientos.
Se hizo una pausa para que los chicos se prepararan para sus exámenes antes de las vacaciones de Semana Santa, y entre esa pausa, ocuparon un sábado para celebrar el cumpleaños de Ixchel, quien ya cumplía los 18 años.
En años anteriores, Ixchel solía festejar con su padre y con Chava en algún restaurante del pueblo, y esta vez lo celebró con todos en su casa.
De nueva cuenta, Balam tuvo esa combinación de nostalgia, tristeza y enojo, y fue mucho mayor que en el cumpleaños de Chava. No lo soportó, tuvo que salir a media celebración para ir a su casa a calmarse.
Caminaba lentamente a casa cuando sintió un golpe secó en su cabeza. Un bulto de plumas rebotó en su cráneo y cayó al suelo. Era aquel pequeño búho bebé que de nuevo había caído de su nido. Ululó al verlo, Balam sólo esbozó una sonrisa amarga, ayudó al pequeño a volver a su nido y se fue a casa, entrando en su recámara.
En su cómoda vio el retrato de sus padres. Xiadani, su madre, muy parecida a su prima Nelli, pero con el pelo negro azabache y los ojos en un hermoso tono violeta. Su padre muy alto, moreno y con ropas elegantes y su ostentosa gargantilla de oro cubriendo todo su cuello, la misma con la que reconocieron su cuerpo incinerado. Balam abrió el cajón donde guardaba aquella costosa pieza. Eran varios eslabones muy pequeños con diminutos diamantes que brillaban con la luz del sol poniente. No fue sino hasta ese momento que sintió curiosidad por ponerse la gargantilla. No era tan pesada, pero se sentía muy incómoda en el cuello, Balam no entendía cómo su padre la podía portar sin tener tortícolis. Estaba por quitársela cuando un flashazo de su pasado llegó a él como si lo transportara a su niñez. Se vio a sí mismo en una fiesta de cumpleaños, a un lado de una costosa bicicleta de montaña, pero sintiéndose frustrado y enfadado.
―¿Qué fue eso?
Volvió a abrochar la gargantilla y cerró sus ojos. Ahora se vio en un cumpleaños de Chava, quien recibía un pequeño videojuego portátil barato con una enorme sonrisa mientras Balam, con un videojuego mucho más caro, sintiéndose enfadado. Después él mismo golpeando con rabia un saco de entrenamiento, con sus ojos cubiertos en lágrimas de rabia. Y por último un pensamiento muy feliz, siendo muy pequeño, jugando con Chava en un auto eléctrico con el que recorrían la finca.
Se quitó lentamente la gargantilla, confundido. Decidido, se levantó y regresó a casa de Ixchel, en donde buscó a Rosa.
―¿Qué quieres? ―preguntó ella de mala gana.
―Necesito tu ayuda. Puedes venir un momento.
Rosa frunció sus labios y siguió a Balam de regreso a su casa. Una vez allá, Balam le mostró la gargantilla.
―¿Qué con ella? ―preguntó Rosa con frialdad.
―Es la que usaba siempre mi padre ―Balam veía la gargantilla con frustración―. Hace un rato me la puse y… me despertó algunos recuerdos dormidos. Creo que es el bloqueo que me impide concentrarme, pero que no puedo sacar del todo, porque ni siquiera lo recuerdo bien.
―Y… ―Rosa titubeó―, ¿para qué me necesitas a mí?
―Es que… ―Balam se sonrojó―. De todos, tú eres la única que me ayuda a calmar mi mente. ―Rosa se quedó en silencio un momento. Exhaló con un gesto de frustración y tomó un par de sillas para ponerlas frente a frente.
―Ven ―le ofreció una de las sillas―. Siéntate, trataré de ayudarte, sólo dime qué hacer.
―Toma mis manos ―dijo Balam después de colocarse la gargantilla―. Por favor… ―volvió a sonrojarse―, si me notas inquieto, sólo acaricia mis manos y dime que me calme, ¿sí?
―Está bien. Recuerda, inhala profundamente, retén el aire y sácalo lentamente ―Balam iba siguiendo las indicaciones de Rosa―. No pienses en nada más que en mi voz, en el sonido de los pájaros afuera, en el viento, en la sensación de la luz del sol que se va perdiendo…
Balam se fue relajando poco a poco. Entonces la escena se vio clara, él siendo muy pequeño, con sus padres en una cena de navidad. Abrió la enorme caja de regalo con su nombre y saltó de alegría al ver un flamante auto eléctrico infantil.
―¡Es un auto! ―Chava llegó con él, saltando también de gusto.
―¿Puedo estrenarlo, papá? ―preguntó Balam.
―¡Claro, hijo! ―el hombre le sonreía con cariño―, es tuyo.
Balam y Chava subieron de inmediato al auto, yendo por entre los pasillos de la haciendo, riendo y haciéndose burla cada que chocaban por su inexperiencia, turnándose el volante, siendo muy felices.
Varios de esos recuerdos llegaron, los dos niños jugando, compartiendo todo tipo de juguetes, desde un trompo sencillo de madera hasta un centro de entretenimiento con columpios, toboganes y un pequeño fuerte. Incluso se veía con él entrenando desde niños y Balam admirando mucho la destreza de Chava, dispuesto a lograr lo que él hacía, y Chava ayudándolo, sin competitividad alguna entre ellos.
De repente se vio a sí mismo en un cumpleaños de Chava. Tenían alrededor de ocho años y Chava recibía de sus padres una bicicleta sencilla.
―¡Está preciosa! ―exclamó el muchacho―. ¡Gracias, mamá, papá!
―La mereces ―dijo su madre con cariño―. Te has esforzado mucho.
―Él sí que se la ganó ―Balam miró a su padre quien observaba a Chava con un gesto iracundo. Balam se encogió, avergonzado.
En seguida se vio golpeando un saco, lleno de ira y con lágrimas en sus ojos. Tras algunos golpes, el saco se rompió dejando caer la arena y paja de su interior.
―Ocho golpes para romperlo ―su padre estaba a un lado de él con un gesto neutral―. Al menos ya superaste en algo a tu primo.
Otro momento más, en donde ambos chicos estaban entre los cafetales, con lágrimas en sus ojos.
―… pero, papá…
―¡No hay pero que valga! ¡Entiéndelo! Salvador no es tu primo, no es tu amigo. ¡Es tu sirviente! Y un amo no puede ser superado por su sirviente. Y tú ―señaló a Chava―, más te vale que lo ayudes a entrenar como se debe.