Xilam Balam

La diosa de la luna

Ixchel se hundía cada vez más y más en el cenote. Por más que lo intentaba, no podía nadar de vuelta. Una serie de criaturas la jalaban hacia el fondo. Sentía que ya no podía más, tenía que jalar aire, pero si lo hacía lo único que entraría sería agua y sería su fin.

―Malokin dzonot ―una voz dulce se escuchó frente a ella. Abrió los ojos para ver a una hermosa mujer con la piel tan blanca como la leche, con una especie de turbante en forma de serpiente sobre su cabeza y con un cántaro que, en lugar de agua, lanzó una burbuja de aire que rodeó a Ixchel quien al fin pudo dar una bocanada de aire.

―¿Quién eres? ―preguntó.

―Una de las más antiguas elegidas para la reencarnación de la diosa Luna. ―La mujer habló con dulzura.

―Eres… ¿la diosa Ixchel?

―Mismo nombre que eligieron para ti, mi niña. Y no fue coincidencia, desde tu nacimiento fuiste elegida para la siguiente reencarnación.

―Pero… entonces, ¿no he muerto?

―Aun no ―la mujer miró a las criaturas alejarse hacia el fondo del cenote―. Malokin dzonot, la instrucción espiritual de los guardianes de los cenotes, ellos ya saben que no eras un sacrificio después de todo. Ahora regresa, niña mía. El resto de los dioses te están esperando.

Ixchel miró hacia una especie de membrana transparente y vio a Facundo gritándole a todo pulmón.

―Tienes razón, ya mandaron por mí. Pero ¿cómo regreso?

―No por nada se te eligió para ser una guerrera de agua ―respondió la antigua diosa―. Encontrarás tu camino de vuelta entre los laberintos de este cenote. Ve, busca tu lugar y ayuda al dios sol a devolver a nuestra gente la redención que tanto necesita.

. . .

Eran ya casi las dos de la mañana cuando Balam regresó a su casa con un gesto sombrío. Rosa estaba terminando de limpiar la mesa donde habían cenado y se acercó a él al verlo entrar.

―¿Chava…?

―Al fin se quedó dormido ―dijo Balam―. Le insistí en que viniera a casa, pero no quiere. Se durmió en la cama de ella. ―Balam hizo un puchero y abrazó a Rosa, hablándole con voz desgarradora―. ¡No quiero ni imaginar lo que está sintiendo ahora!

―Lo sé ―Rosa también comenzó a llorar―. Tanto tiempo que esperó para confesarle sus sentimientos, y ahora que ella le correspondió… ¡No es justo!

―Me hace pensar… ―Balam dejó de abrazar a Rosa y la miró directo a los ojos―, si hubieras sido tú… No sé qué haría, Rosa… Eres mi todo.

―¡Balam!

―Yo, simplemente…

Pero Balam fue interrumpido por el sonido de pasos en su entrada. Ambos abrieron sus ojos al máximo al ver a Ixchel en el umbral, empapada y completamente agotada. Balam corrió hacia ella apenas a tiempo para sostenerla antes de que cayera al suelo.

―¡Ixchel! ―Rosa la abrazó―. ¡Estás con vida!

―¿Chava? ―habló ella, tiritando de frío―. ¿Dónde está Chava?

―Él está bien ―Balam la dejó sobre el sofá mientras Rosa iba por toallas para secarla―, está durmiendo en tu recámara.

―¿Qué pasó? ―preguntó Rosa―. Facundo nos dijo que te había visto al otro lado del umbral.

―Yo… ―Ixchel sonrió―, soy muy difícil de derrotar. Pero nadé todo el trayecto desde el cenote sagrado hasta acá y estoy muy cansada y helada. Sólo… quiero reponerme un poco e ir con él, hacerle saber que estoy bien.

Rosa de inmediato le preparó una bebida caliente mientras Balam le prestaba algo de ropa seca para que se cambiara.

En unos minutos, Ixchel ya estaba lo suficientemente repuesta. La acompañaron de vuelta a casa y regresaron.

Ixchel abrió lentamente la puerta de su recámara y en la poca luz que entraba de la luna llena vio a Chava, dormido profundamente en su cama. Sonrió y le dio un beso en la mejilla sin despertarlo. Aún sentía mucho frío así que decidió ducharse con agua caliente antes de llamarlo.

Chava se veía a un lado de un cenote, taciturno. Una hermosa sirena emergió de entre el agua, dedicándole una sonrisa.

―¿Ixchel? ―dijo al verla. Ella sólo le dio un beso que se sintió helado en su mejilla, le sonrió y regresó al agua―. ¡Espera! ¡No te vayas!

Chava trató de ir tras ella, pero el cenote se cerró al momento que una torrencial lluvia cayó pesada sobre él. Chava corría entre las gruesas gotas, llamándola desesperadamente. De repente todo se despejó, el sol emergió en el horizonte, pero era extraño, el sonido de la lluvia continuaba…

Chava abrió sus ojos para escuchar el agua de la ducha en el cuarto de baño, y en seguida el rechinido de quien cierra la llave del agua. La lluvia al fin dejó de escucharse, pero él ya no estaba dormido. Por debajo de la puerta se veía la luz en el interior del baño y Chava se puso de pie lentamente.

La puerta se abrió y entre el vapor del agua apareció ella, cubriendo su cuerpo solamente con una toalla.

―¿Ixchel? ―musitó abriendo mucho sus ojos―. ¡Ixchel! ―Chava corrió hacia ella, abrazándola con fuerza―. ¡Sobreviviste! ¡Por favor, dime que no es un sueño!

―No es un sueño, Chava ―dijo ella, abrazándolo también con fuerza―, regresé. No podía irme y dejarte solo.

―¡Gracias a los dioses! ¡No habría podido seguir sin ti!

―Chava… ―Ixchel habló con algo de temor―… se me cayó la toalla. ―Chava abrió sus ojos, calmando sus sollozos. Sólo la abrazó con más fuerza.

Eran cerca de las 8 de la mañana cuando todos preparaban el almuerzo en casa de los Flores. Estaban contentos y muy aliviados de que Ixchel hubiera regresado con vida y pretendían dejarla descansar y tener todo listo para recibirla con un buen desayuno.

En ese momento se escuchó un doloroso sollozo. Por la puerta entraba el padre de Ixchel, con grandes lágrimas en sus ojos y caminando arrastrando sus pies.

―¡Campeón! ―Agapanto lo recibió―. Le tenemos buenas….

―¡Fui un idiota! ―el boxeador comenzó a llorar amargamente―. ¡No puedo creer que esas palabras tan crueles fueron las últimas que le dirigí a mi niña!

―Pero, campeón, es que no entiende…



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En el texto hay: fantasia, romance juvenil, situaciones comicas

Editado: 17.11.2025

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