Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

El chacal

Uthe aprovechó la primera oportunidad que tuvo para visitar a la anciana profesora Mpadi, iba entusiasmada, pero lo que vio, la deprimió al instante.

La casa de la profesora estaba en ruinas, lo que hacía poco era un precioso jardín, ahora era una maraña de hierba seca, y lo que más la alteró, fue ver que la anciana que abría la puerta estaba completamente ciega.

―¡Uthe, mi niña! ―dijo la profesora―, Bete me visitó ayer y me dijo que estabas de vuelta en la ciudad. Sabía que no tardarías en venir.

―Profesora, yo… ¡Oh cielos! Su casa…

―Sí, está bastante descuidada, pero sigue siendo cálida. ―La profesora tomó a Uthe por la mano―. Pero ven, pasa, te invitaré una taza de cocoa caliente.

―¿Por qué no me mandó decir nada? Yo hubiera dado parte de mi sueldo para…

―Hija, hija ―la interrumpió―, estoy bien. La casa está descuidada porque ya no tengo vista como para saber qué es lo que hay que arreglar, pero no me falta nada, deja de preocuparte.

Esa mujer era definitivamente la mejor psicóloga de todo Ximantsi. Ella le había contado que tenía dones muy poderosos como vidente, pero eligió la psicología, porque, en su videncia, ella sabía que sería más útil ayudando a la gente confundida, y era tan buena en ello, que pronto confortó a Uthe. Después de algunas horas de charla, Uthe se olvidó de todo lo que le preocupaba.

La ayuda de la profesora Mpadi fue tal que, al siguiente día, Uthe llegó hasta el colegio superior de Tse con mejores ánimos. Era justo el día que el brillo de Hatso se perdía por completo en el horizonte, apenas si se percibía en el cielo un poco de la radiación azulosa que el enorme planeta gaseoso emanaba hacia la luna de Ximantsi. Caminó por el largo pasillo de la entrada, iluminado por las lámparas que le flanqueaban, hacia el edificio principal. Su mejor amiga, Bete, la esperaba en el portón de entrada, resoplando vaho entre sus congeladas manos.

―No preguntes ―dijo Uthe con una sonrisa burlona en cuanto la vio.

―No es necesario, la casera me platicó. Ese idiota del consejero Jutsi ni siquiera se dignó a revisar bien tu propuesta, ¿no es así?

―No es mi última carta. Si es necesario, me iré sin permiso durante el periodo vacacional de verano.

―¡Ay, amiga! ―Bete rio dando una palmada a Uthe en el hombro―, Jutsi es la arrogancia andante, fue mi profesor de protección cuando estudiaba en el colegio intermedio y puedo decirte que cuando él dice que dos más dos es ocho, ten por seguro que tienes que poner ese ocho o lo tomará como un acto de rebeldía.

―En fin. ¿Ya te dieron tu horario?

―Ya ―Bete extendió una hoja verde―, tengo que dar clases de desdoblamientos, lectura del té, percepción de energía y percepción de señales. La cosa es que no me dieron tiempo ni de preparar una sola maldita clase. Voy a tener que improvisar.

―Yo tengo que dar clases de historia de los zuthus, ética, conjuros espirituales y emanaciones de energía interna. Lo bueno es que tengo muy masticados los tres temas, así que no tengo que preparar clase.

―Por cierto, el rector me pidió darte tu reglamento. ―Bete extendió un rollo de pergaminos y con una sonrisa de sorna continuó hablando―. El consejero Jutsi habló con él y, al parecer, hicieron modificaciones al reglamento oficial para ajustarlo a tus propias necesidades.

―¿A mis necesidades? ―Uthe frunció el entrecejo, extrañada.

―Sólo léelo. Yo me quedo en este edificio, nos vemos a la hora de la comida.

Uthe se despidió de Bete y continuó su camino hacia un edificio que había en el ala oeste del colegio, donde se encontraría con jóvenes del último grado de preparación. Llegó hasta donde un grueso portón de madera apolillada se entreabría dejando ver en el interior del aula a un grupo de jóvenes cuchicheando cerca de la puerta. Ella se quedó afuera, escuchando lo que hablaban.

―¿Sabes qué es lo que dijo el profesor Yomi? Que él no va a esperar a que algo suceda, ha enviado una petición al consejo de guardianes para que lo saquen de la escuela y lo manden a prisión.

―¡Ay, el profesor Yomi! Ha hecho esa petición desde que entramos al colegio sin establecer bien los motivos, ya ni caso le hacen. Si hubiera trabajado bien en la acusación desde un principio, ya nos habríamos desecho de ese chacal.

―Yo me había salvado, pero ayer ya me amenazó con su espada y creo que ya estoy anotado en su libreta.

―Ve tú a saber qué cosas siniestras planea en esa libreta, creo que ya todo el salón estamos anotados en ella.

―El profesor Yomi tiene razón, deberían quitarle esa libreta por la fuerza.

―No tarda mucho en que le veamos atado en el cadalso, esperando que un zuthu lo posea.

―No, yo opino como el profesor Yomi, el chacal debería morir antes de que llame a un zuthu. Digo, es más que evidente que tarde o temprano cometerá algún asesinato, ¿para qué esperar?

Uthe vio de reojo movimiento en el pasillo, muy cerca de ella. Volteó a ver y notó a un chico delgado, algo más alto que ella. Todo en él era de color amarillo, su cabello que caía como cortina por encima de su rostro de piel amarillenta, labios color mostaza y quizá lo único que resaltaba en él era un par de ojos verde esmeralda, que observaban asombrados a Uthe.

―¿Qué hace usted aquí? ―exclamó el chico en voz baja.

―Esperen, creo que escuché la voz del chacal ―se escuchó desde el interior del aula junto con los murmullos de los chicos que tomaban sus lugares rápidamente.

Uthe no respondió, abrió la puerta indicándole al muchacho que debía entrar. Él resopló y cambió drásticamente su mirada de asombro por un gesto frío e indiferente, caminó hacia el aula, pero se detuvo en el umbral, observando a todos sus compañeros, quienes bajaron la mirada en cuanto él entró. Él elevó su mano hacia su cara para hacer su cabello hacia atrás, Uthe notó entonces una cicatriz en su palma.

Había ocho filas de sillas, todas ellas ocupadas, a excepción de cuatro sillas al fondo del aula, el joven caminó lenta pero decididamente hacia la silla que estaba más al rincón. Dos jovencitas llegaron casi en seguida corriendo y se detuvieron en seco al ver que no había más sillas disponibles que las que rodeaban a aquel jovencito amarillo.




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