Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

El barco de madera

El invierno terminaba y los días de oscuridad plena llegaron a su fin, el halo de luz azul de la orilla de Hatso mostraba la esperanza de tener en pocos meses los días de sol.

Dado que el frío no invitaba a salir de las aulas, Uthe aprovechaba la falta de visita de los inspectores para poder hablar libremente de sus investigaciones a sus alumnos. Ellos simplemente estaban fascinados con sus hallazgos.

―Pero ¿por qué el consejo no quiere aceptar que los seres de agua son capaces de bendecir una embarcación tal y como lo haría cualquier sacerdote? ―preguntó Dañu

―Porque son idiotas. ―Dumui dejaba salir frases como esa de vez en cuando, siempre observando por la ventana y sin gesticulación alguna―. Sienten miedo de darse cuenta de que los Mboho no son los seres más valioso del universo.

―¡Dumui! ―Uthe habló enérgicamente, con los brazos cruzados, pero con una sonrisa complaciente en su rostro.

―Dumui tiene razón, profesora, ―Dañu volteó a ver a Dumui sin temor alguno―, el consejo no tiene idea de las aportaciones tan valiosas que está rechazando por sus estúpidas ideas de superioridad de especie.

―¿No hay forma de que usted pueda hacer sus experimentos lejos del Made? ―preguntó otra alumna―. Es ya lo único que le faltó, ¿o no?, validar su instrumento de investigación.

―Necesitaría ayuda de arquitectos, geólogos y más sacerdotes ―respondió la profesora― además, tendría encima al consejo viendo qué demonios estoy haciendo.

―Pues retráctese. Dígales que se equivocó, que no fueron las bendiciones de los seres de agua los que ayudaron a la embarcación a resistir ―intervino la demacrada Kuhu―, estarán complacidos de ver que dejó la idea de dar importancia a esos seres.

―Eso sería completamente deshonesto.

―¿Y? ―Dumui continuaba con su cara recargada sobre el dorso de su mano, observando los jardines―, déjelos que piensen que los Mboho somos el centro del universo. Cuando quieran replicar su hallazgo no les quedará de otra que aceptar que necesitan de los seres de agua.

―Aun así, necesitaría pasar tiempo más adentro del mar de Yothi para poder convocar las almas de los seres de agua, y además…

  Sonó la campana indicando que la clase finalizaba. Uthe sacudió las manos haciendo un gesto.

―¡Otra vez! Bueno, es que ustedes… ¿cómo hacen para que yo me salga siempre del tema? Desde hace dos clases que se supone que debíamos revisar la ley de matrimonios y la importancia de la lista thati…

―No necesitamos saber más de eso ―interrumpió Dumui regresando sus libros a su mochila―, el consejo teme tanto al pecado de la lujuria que quiere controlar cada sentimiento de cada habitante en este mundo cuando en realidad, pero la realidad es que la lujuria rara vez atraerá a un zuthu.

―¿Cómo puedes asegurar lo que afirmas? ―preguntó Dañu, frunciendo el entrecejo.

―Simplemente lo sé.

―No vamos a iniciar un debate sobre eso ahora ―dijo Uthe―, vayan a su siguiente clase y nos vemos en dos días.

Los alumnos salieron del aula dejando a Uthe con un buen sabor de boca. Ese grupo era el único que mostraba gran interés en las investigaciones que ella había realizado en el Made y quizá era algo superficial, pero alimentaban su ego. Era agradable pensar que había personas que se interesaban en algo que le había costado tanto esfuerzo, sobre todo cuando quienes realmente debían analizarlo, lo minimizaban.

Pero eso no era lo único que la complacía. Ellos habían dejado de llamar a los seres de agua con los motes peyorativos que se usaban comúnmente, y había logrado que trataran a Dumui como un compañero más de clase y él a su vez, había dejado a un lado esa manía de amenazar a sus compañeros hasta con la mirada. No había hecho un solo amigo aún, pero ya había un avance en su comportamiento marginal.

Por desgracia el profesor Yomi parecía tener un rencor personal en contra del joven y simplemente no quitaba el dedo del renglón. Su técnica ahora era provocar a Dumui, quizá esperando que el muchacho cometiera algún error que provocara al fin un daño lo suficientemente grave para que lo detuvieran, pero Dumui era demasiado astuto como para caer en sus trampas.

Yomi había tenido algunos enfrentamientos fuertes con él, en los que Dumui lo amenazaba con fiereza. Yomi lo hacía con la intención de que cuando los inspectores del consejo de guardias visitaran el colegio presenciaran de viva vista el comportamiento agresivo del alumno, pero por alguna extraña razón, Dumui parecía adivinar cuando había guardias cerca, y justo esos días él se comportaba completamente indiferente a los comentarios ofensivos del profesor.

La nieve afuera se derretía, lo que hacía el camino muy resbaloso. A la hora de la salida, Uthe y Bete caminaban del brazo; Bete había llevado unas botas con suela muy lisa y le costaba trabajo mantener el equilibrio en el hielo del pasillo de salida.

Ambas reían cada que Bete daba un traspié y Uthe tenía que hacer fuerza para no dejarla caer, sin embargo, a mitad de camino, Bete no notó un charco congelado que se camuflaba en la oscuridad, su pie se fue hacia adelante con tanta fuerza que hizo a Uthe perder también el equilibrio. El profesor Yomi que estaba cerca de ellas se hizo a un lado al ver que ambas se iban hacia atrás. Las dos cayeron sentadas, quejándose del golpe y riendo a carcajadas.

―No podías hacer el ridículo tu sola ¿No? Tenía que hacer yo el ridículo contigo.

―Perdona amiga ―dijo Bete entre risas―, ahora sí te llevé entre las patas.

―Pero que tontera de traer botas tan lisas cuando el suelo está lleno de hielo ―se burló Yomi, parado a un lado de ellas.

―¿Se encuentra bien, profesora? ―De entre la oscuridad de los árboles salió Dumui, con su acostumbrado semblante carente de emociones y ofreciendo su mano a Uthe para que se levantara.

―Sí corazón, la única herida está en mi orgullo, no te preocupes ―Uthe aceptó la ayuda que le ofrecía su alumno. Trabajosamente se levantó con su ropa completamente enlodada, Dumui lanzó una mirada inquisidora hacia el profesor Yomi y en seguida ofreció a Bete su mano.




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