Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

El ataque del zuthu

Los días pasaron rápidamente, el sol al fin se asomaba por completo por detrás del planeta gaseoso que orbitaba Ximantsi.

Esos últimos meses Uthe preparó junto con sus alumnos de último grado los trabajos que realizarían en la isla de Kutsi. Pero por desgracia eso la había hecho postergar las clases sobre las reglas e importancia de la lista thati y para terminar de poner presión al asunto, Bete le advirtió que el consejero Jutsi tenía planeada una visita sorpresa para verificar que Uthe hubiera acatado lo ordenado en su reglamento personal.

Lo bueno era que Bete se había enterado a tiempo y había logrado advertirla, Tenía dos clases para programar con sus alumnos respuestas que resultaran convincentes para el consejero.

Hacía sólo cinco años se había conformado el Consejo Thati, que en lenguas ancestrales significaba “consejo del amor”. Luego del fracaso del sistema impuesto de matrimonios arreglados, el consejero Jutsi propuso este nuevo esquema: a todo recién nacido en Ximantsi se le colocaría el haki, un dispositivo que metían en los antebrazos de los bebés y que lograba que la libido de ellos se mantuviera congelada por completo. Sin embargo, las hormonas sexuales podían alterar la efectividad del haki, y era por ello  por lo que se había propuesto que una vez cumplidos los dieciséis años, cada habitante de Ximantsi debía contraer matrimonio.

Eso era simple de comprender, pero Uthe debía hablarles por completo de los antecedentes, de los supuestos errores cometidos cuando se les daba a las parejas la libertad de contraer matrimonio a voluntad, de los grandes problemas con el fallido primer sistema de matrimonios arreglados y de cómo el consejo Thati lograría erradicar los errores del pasado.

―Y ¿cuál es su verdadera postura al respecto? ―preguntó Dañu

―Sabes que tengo prohibido decirles qué es lo que pienso realmente de este nuevo esquema.

―También le prohibieron hablarnos de sus investigaciones en el Made y de la importancia que usted da a las criaturas de agua, y, aun así, ya estamos planeando con usted ayudarla en vacaciones en la isla de Kutsi.

Uthe volteó a ver a la demacrada Kuhu dedicándole una sonrisa, sacó de su portafolio unos pergaminos sellados con lacre y entregó uno a cada uno.

―Este es el formato oficial de la lista thati ―explicó pidiendo a Kuhu que le ayudara a repartir la mitad a los alumnos que se sentaban más atrás, Kuhu arrojó desde lejos el suyo a Dumui―, tienen que llenar todos y cada uno de los espacios, realizar el ensayo con sus metas y aspiraciones, adjuntar los resultados de su evaluación de habilidades que les hicieron antes de iniciar el colegio superior y por último, dar una breve reseña de por qué eligieron a cada persona de su lista.

―No respondió la pregunta, profesora ―dijo Sefi con una sonrisa burlona―, usted no cree que ese esquema sea la solución, ¿o me equivoco?

―Mis padres eran ya muy mayores cuando yo nací ―dijo Uthe―, ellos aún vivieron en la era cuando las parejas tenían la libertad de enamorarse del modo tradicional. Yo viví con ellos hasta los cinco años, cuando fallecieron. Para mí, mi hogar siempre fue un lugar lleno de amor y calidez y cuando quedé huérfana fui a vivir con mi hermano, quien fue de las generaciones de matrimonios arreglados. Ahí vi todo lo contrario, mi hermano usaba su condición de navegante como pretexto para no estar en casa, pero sé que era porque él y su mujer simplemente no se soportaban. Otro de mis hermanos trabaja en una compañía de artículos de novedad, y por igual, usa el pretexto de lanzar sus nuevos productos al mercado para viajar constantemente con tal de no estar con la mujer con la que le impusieron casarse.

―Pero en la lista thati uno puede elegir a los candidatos ―intervino Dañu―, ya no es tan forzosa la unión.

―Aun así, te quitan la libertad de encontrar el amor de tu vida ―para sorpresa de todos, Dumui hablaba con voz suave, como soñadora, de nuevo mirando hacia la ventana―, nos condenan a apostar que aún con el haki puesto, seamos capaces de saber quién puede ganar tu corazón.

―Quizá Dumui tenga razón ―dijo Zoni con timidez―, si tengo puesto el haki no voy a poder saber si siento amor o sólo lo estoy confundiendo con camaradería.

―He platicado con Dumui sobre esto y concordamos en que esas imposiciones pueden tener otro trasfondo… ―Uthe reaccionó, debía enseñarles los pros, no los contras―, pero esa es mi percepción, es una cuestión social y en las cuestiones sociales no hay leyes exactas. Ahora analicen la solicitud y háganme saber sus dudas.

Los alumnos así lo hicieron, incluso aprovecharon el momento para decir entre juegos y bromas, quienes eran sus candidatos para sus respectivas listas. Un grupo de cinco chicos voltearon a ver a la hermosa Kuhu y argumentaron.

―Más vale que te alivies pronto, ¿eh, Kuhu?, porque vas a tener que casarte con alguno de nosotros.

Kuhu agachó la cabeza con una sonrisa tierna mientras sus mejillas se teñían de azul. Dumui volteó a verla fijamente, sin interés, pero de una forma un tanto intimidante. Cuando terminó la clase, Dumui se quedó esperando que todos salieran y se acercó al pupitre, sin articular palabra alguna, sólo observando fijamente a Uthe.

―¿Qué se te ofrece Dumui?

―Nadie me pondrá en su lista, ¿cierto?

―¡Ay, Dumui! ―Uthe se frotó la cara―, hay un muchacho muy tierno y atento en ti, pero si insistes en esa máscara de maldad, claro que nadie te pondrá en su lista. Has tenido avances, ya tienes al menos tres amigas y un amigo, de hecho, Zoni te considera como un héroe desde que la ayudaste a confrontar al profesor Yomi. Ya les mostraste un poquito de lo que eres, déjales conocer más.

―Ya le dije que es poco lo que queda de mí.

―Pues muéstrales algo de ese poco. Has cumplido tu promesa de no amenazar con tu espada, pero ¿por qué esa necedad de parecer peligroso?

―Porque… porque quiero que sepan que soy peligroso.




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