Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

La tumba en los cimientos

Pasaron otros cuatro días y no había señal de Dumui, sin embargo, una nueva noticia conmocionó a la ciudad: hubo nuevas desapariciones y entre ellos estaba el consejero Zadu, uno de los sacerdotes más respetados de la ciudad había desaparecido sin dejar rastro y algunos testigos aseguraban haber visto al misterioso hombre de la máscara verde muy cerca de su templo.

La misma Uthe se sintió aún más alterada, si se había atrevido a raptar incluso a una figura tan importante como lo era Zadu, quería decir que Kue estaba desesperado por tener la mayor cantidad de víctimas en el menor tiempo posible.

Esa tarde el capitán Behe recién arribaba a la ciudad, y Uthe aprovechó esa visita para charlar con él. Su primera pregunta fue por Dumui, el capitán no lo encontró en el puerto, pero dejó órdenes a los animales de que, si lograban encontrarlo, le dieran acceso a uno de los prototipos de su nueva nave voladora.

―Pero ¿quién la piloteará? ―preguntó Uthe.

―Di instrucciones a un nzupa ―dijo el capitán―, ¿recuerdas el barco que construí?

―¿Cómo no lo voy a recordar? Si en ese barco realicé todas mis investigaciones―. Tomé una idea similar, con la madera de olivo, puedo aprovechar la energía del Made. Así, en lugar de destruir el navío, esa energía será usada para darle más velocidad, es aún más veloz que la nave que probé hace unos días.

―¿Y lo has propuesto al consejo de navegantes?

―Sí ―el capitán dejó salir una sonrisa chueca―, pero el consejo energético no lo considera viable.

―Déjame adivinar, creen que perderán millones si se encuentra una energía gratuita.

―¿Qué te puedo decir? ―Behe negó con la cabeza―. Volviendo al tema, escuché que encontraron a muchas personas muertas por intoxicación. ¿Crees que Kue tenga algo que ver con esto?

―Sólo estoy sacando conjeturas ―dijo Uthe―, pero me parece que Kue llevaba a sus víctimas hacia la presa y algo salió mal. Él tiene que enterrarlos vivos en los cimientos, muertos no le sirven y por eso los dejó tirados en la calle.

―¿Cómo ha sido el comportamiento de Kue en estos días?

―Tan normal y alegre como siempre.

―Pues… ―el capitán frotó su barba, dubitativo―, tengo dos días de descanso, quizá pueda ayudarte a hacer guardia en la noche. Tú has vigilado a Kue durante el día, pero en la noche él se ve libre de hacer lo que le plazca.

―Será peligroso.

―Lo sé.

Pero justo esa noche Uthe no pudo dormir en absoluto, el capitán se estaba arriesgando aún más que ella, pues él estaría cerca de Kue en la noche y eso lo hacía mucho más vulnerable. Salió sigilosa hacia la obra vistiendo de negro para evitar ser vista.

Era una noche particularmente oscura, la zona de obra se sentía lúgubre y solitaria. Uthe caminó lentamente siguiendo el sonido de lo que parecían voces lejanas, pero conforme se acercaba, se daba cuenta de que eran lamentos.

Llegó hasta donde se encontraba la excavación y sintió desfallecer, había tres personas en la zanja, los tres se notaban evidentemente drogados, se quejaban, pero ninguno se movía, tenían los ojos entreabiertos y miraban fijamente a Uthe, como suplicando. Era uno de los obreros, el capitán Behe y el mismo arquitecto Kue. Uthe no entendía nada ¿por qué Kue estaba entre las víctimas?

―No, es que no es conveniente. ―Uthe escuchó una voz. Había dos hombres parados un poco más adelante y de los cuales sólo veía la silueta.

―¡Te digo que lo hagas! ―Uthe sintió un frío correr por su espalda, reconocía esa segunda voz.

―No. Lo mejor será enterrar a estos tres, han visto demasiado y…

―¡Haz lo que te digo, maldita sea!

―¡Que no! ¡Maldición…!

Uno de los hombres levantó una gran piedra y golpeó en la cabeza al segundo. Uthe ahogó un grito cuando esto sucedió.

―¿Quién anda ahí?

Uthe echó a correr de inmediato, escuchaba pasos detrás de ella, persiguiéndola. Avanzó lo más rápido que le permitían sus piernas, queriendo perderse entre los árboles del bosque que estaba a sólo unos pasos, pero poco antes de internarse en el bosque, un joven alto y delgado con una máscara verde se posó frente a ella con un gesto de rabia. Lo reconoció aun con la máscara, ese cabello amarillo que caía como cortina a los lados y esos ojos penetrantes, tenía una herida en su frente y sangraba profusamente.

Alguien más la tomó por la espalda poniendo sobre su boca un trapo mojado. Uthe sólo sintió que todo se oscurecía mucho más de lo que ya estaba.

Uthe abrió los ojos, pero no podía ver nada. Intentó poner su cabeza en orden ¿En dónde estaba? ¿Qué era lo último que había sucedido? De un respingo se levantó, alarmada. La idea de haber sido enterrada viva en los cimientos le cayó como de golpe, haciendo que su corazón palpitara con fuerza.

―¿Uthe, estás bien? ― la voz del capitán se escuchaba a un lado de ella.

―¿Behe? ¿En dónde es…?

―Estás a salvo, Uthe, no te preocupes.

 Se encendió una luz. A su lado estaban el capitán, el arquitecto y el obrero que había visto en la zanja, se encontraban en una habitación que Uthe desconoció.

―¿Dónde estamos?

―En mi casa ―respondió Kue―, nosotros tres despertamos poco después de que llegaste a la obra. Por fortuna logramos rescatarte de aquellos dos sujetos.

―¿Quiénes eran?

―Tenías razón en lo del genocidio, Uthe ―dijo el capitán―, pero te equivocaste de sospechoso. El arquitecto Kue no es el culpable, si no el consejero Zadu y el sujeto de la máscara verde.

―¿Ellos…? Uthe sentía quedarse sin aliento.

―Hemos llamado a los guardias de la ciudad, están sitiando la zona. Por cuestiones de seguridad, estaremos aquí hasta nuevo aviso ―explicó el capitán.

―¿Te encuentras bien, hija? ―preguntó Kue―, te veo muy pálida.

―No, yo… necesito estar sola.

En cuanto los hombres salieron de la habitación, Uthe dobló sus rodillas y abrazó sus propias piernas meciéndose lentamente. No lo podía creer, Dumui la había usado.




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