Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

La profecía cumplida

Había mucho silencio, sólo se escuchaba el crepitar de una fogata que daba una sensación de calidez a la habitación. Dumui se despertó sobre una improvisada cama de heno, a unos pasos estaba Uthe inclinada a un lado de la chimenea, avivando el fuego. Ella volteó al escuchar el sonido del heno crujir mientras él se incorporaba dolorosamente.

―No te muevas ―le dijo de inmediato―, aun estás muy malherido, necesitas quedarte recostado.

―¿Dónde estamos?

―En una de las casas que construiste en la isla, estamos cerca del Made.

―¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? ―preguntó Dumui con un rictus de dolor.

―Seis días. ―Uthe se sentó a un lado de él y acarició su cabellera muy suavemente―, me asustaste. Por un momento pensé que no lo lograrías.

―¿Qué sucedió en la ciudad?

―Fue terrible ―Uthe inhaló con fuerza―, hubo algunos muertos, entre ellos Zadu, fue enterrado vivo entre los escombros, esa fue la venganza de las almas. No sé mucho, sólo tengo este diario de hace tres días, los animales me lo trajeron y se volvieron a marchar, aparentemente los guardias quisieron desenterrar a Zadu, pero las almas lo impidieron, escucharon sus gritos por tres días y de pronto, sólo silencio.

―Tuvo la misma y terrible muerte que dio a sus víctimas. Y ¿el capitán Behe?

―Supongo que bien, él nos trajo hasta aquí y ya no he sabido de él.

―¿Le confiaste el secreto de nuestra isla? ―Dumui intentó levantarse, pero sus heridas lo obligaron a recostarse de nuevo en un rictus de dolor.

―Él no dirá nada, si lo conociste, sabes que…

―Bueno, ―Dumui resopló un tanto enfadado―, supongo que lo confías demasiado en él como para develarle la posición de nuestra isla.

―Sabes que fue uno de mis mejores amigos, pero eso ahora no tiene importancia, te prepararé algo de comer, en lo mientras, toma este té para que te rehidrates.

Dumui se quedó recostado en silencio. Le dolía cada centímetro de su cuerpo, pero le dolía aún más su corazón, había un nuevo y terrible sentimiento que le atormentó días atrás y que no le permitía pensar con claridad. Simplemente decidió guardar silencio, volver a ese autismo emocional que lo hacía mostrar frío y distante como lo era antes de conocer a Uthe. Se quedó nuevamente dormido entre un sueño inquieto.

Una vez que despertó, las heridas de Dumui comenzaron a sanar con mayor velocidad. Uthe dedicaba tanto tiempo a invocar a las almas de los curanderos para que le devolvieran la salud, que en esos dos días no notó que la frialdad regresaba a él.

Para el cuarto día, Dumui al fin se aventuró a salir de la cabaña. El día estaba ligeramente iluminado por el último halo de luz de Hatso en el horizonte, la isla estaba cubierta de nieve, pero el frío no era tan intenso. Dumui tenía en esa isla la mochila donde guardaba sus tesoros, sacó la capa que Uthe le había regalado un año antes y la botella verde de licor de su padre. Se cubrió con la capa y titubeó al ver el sello que Uthe había puesto hacía un año.

―Pensé que habíamos quedado claros en que el licor no te eleva la temperatura de tu cuerpo, sólo te la sensación de que así es.

―Ya no es sólo el frío lo que quiero olvidar ―se quejó Dumui.

―Y a todo esto, ¿qué haces afuera de la cabaña? Dentro está lo suficientemente cálido.

―El encierro me está sofocando ―gruñó Dumui―, es terrible pasar tanto tiempo encerrado en mi propia mente, sobre todo cuando hay tantas cosas negativas en ella.

―¿Cosas negativas? Entiendo que han pasado muchas cosas malas, pero estas se magnifican si sólo estás pensando en ellas.

―Es que no puedo dejar de pensar que todo es culpa mía, desde que enfrenté al primer zuthu yo supe que yo podía encontrar al responsable y detenerlo. Si lo hubiera hecho, yo…

―Dumui, Dumui ―interrumpió Uthe―, no te culpes.

―Pero…

―No es tu culpa, Dumui, por el contrario, en su momento yo te detuve mientras que tú hiciste mucho. Lograste tú solo lo que nadie había logrado en toda la historia de Ximantsi: Vvncer a un zuthu. Si no fuera por ti, esos dos demonios habrían asesinado a miles antes de dar con Zadu.

―Pero no pude con él. ―La voz de Dumui se descompuso―. Me di cuenta de que el miedo no funcionaba en él y yo de necio continué queriendo atemorizarlo, debí ser más inteligente, debí ser más fuerte, debí…

Uthe no le permitió seguir hablando. Lo abrazó fuertemente y Dumui se desmoronó en ese momento, desahogó todo ese dolor y frustración en brazos de ella.

―¿Ya te sientes mejor? ―preguntó ella cuando él se calmó.

―No realmente.

―No dejes que te atormente, corazón, todo esto…

―Es que eso no es lo único que me ha regresado esa frialdad que había en mi corazón ―interrumpió él

Dumui se soltó de los brazos de Uthe y caminó hasta la orilla de un risco, observó el halo de Hatso en el cielo y suspiró.

―Todo este tiempo contemplé la posibilidad de que tú no aceptaras corresponderme y simplemente optaras eternamente por el celibato. Pero ahora me doy cuenta de que no estoy preparado para algo peor ―Dumui volteó a verla―. El capitán Behe es de tu edad, me di cuenta de cuánto lo quieres. Cuando todo pasaba y todos necesitábamos consuelo, tú elegiste consolarle a él.

―¿A él? ¿De…? ¿De qué hablas?

―A él le confiaste el paradero de la isla mientras que de mí pensaste que sería capaz de ser el cómplice de Zadu. Además, durante todo ese tiempo en el museo, tú lo tomaste de la mano. Supongo que ahora que él enviudó, ya tendrás un candidato en tu lista thati.

―¿Estás loco, Dumui?

―Pero no importa, yo continuaré con la idea original de continuar mi vida en esta isla. Traeré a la profesora Mpadi para que pase sus últimos años de vida en la tranquilidad de este lugar ―Dumui dejó salir una sonrisa amarga―, ella lo más cercano que tuve a una madre. Mientras esté conmigo, no me sentiré solo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.