Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

El último deseo

Tal y como lo esperaban, muchos de los profesores del colegio sentían enfado y envidia por los logros de ambos, pero la pareja sabía que serían una molestia temporal. Si bien la frialdad y miradas desdeñosas o de temor de algunas personas les seguían conforme ingresaban al colegio, todo cambió drásticamente cuando llegaron al aula de los practicantes. Sus antiguos compañeros de clase lo8s recibieron con aplausos, cálidos abrazos y palabras de aliento.

Uthe continuó con su rutina habitual, tal y como la llevaba antes de abandonar el colegio, preparaba todo para salir en la sala de maestros cuando Dumui llegó con ella.

―Estoy casi seguro de que hay algo que no has tomado en cuenta ―dijo sonriente mientras se recargaba en el umbral.

―¿Qué cosa?

―Que no tengo donde dormir ―dijo arqueando las cejas―, así que tendré que pasar la noche contigo.

―¿No irás a casa de la profesora Mpadi?

―No quisiera ―Dumui suspiró―, estará muy solo sin ella. Además ―Dumui se acercó lentamente a ella y tomándola por la barbilla le dio un beso en la boca―, ¿no quisieras volver a dormir y despertar conmigo?

―De quererlo, lo deseo más que nada en este mundo, pero por desgracia, Yomi ya se está sospechando algo y me hizo insinuaciones bastante groseras esta mañana.

―¿Te importa el qué dirán?

―Me importa que ese metiche nos meta en un problema que obstaculice nuestra huida ―Uthe leobesó de vuelta―, sobre todo con el consejero Jutsi esperando un pretexto para hacerme caer. Sólo serán dos meses y medio y entonces me tendrás por siempre.

―No quiero ir a casa de la profesora ―Dumui se sentó en el sofá agachando la cabeza―, no he podido cerrar esa herida, y no quiero estar solo allá.

―Quédate en el colegio ―dijo Uthe simplemente.

―¿En el colegio?

―¿Por qué no?

―Pero… ―Dumui se volvió a levantar y la rodeó con sus brazos―, quiero estar contigo.

―Lo estarás, te lo prometo ―ella lo besó en los labios―, esperaré contigo todos los días hasta que todos se marchen. Cuando me asegure que nadie te ve, me iré a casa y al siguiente día vendré temprano.

―¿Al menos harás el amor conmigo antes de marcharte?

―Algo me dice que es una pregunta retórica ―dijo Uthe sonriendo. Él le dio un apasionado beso por toda respuesta.

La noche avanzaba y después de asegurarse de que no había un alma en el colegio, Uthe se despidió de Dumui dejándolo en la sala de profesores.

―Si algún profesor te sorprende, no discutas ―dijo ella―, ni tampoco menciones que yo te autoricé o van a sospechar, sólo diles que te quedaste dormido y sal del colegio sin armar alboroto, no quiero que tengan pretexto alguno para expulsarte.

―¿Te busco en tu departamento si eso pasa?

―Primero asegúrate de que nadie te siga, si no, mejor ve a casa de la profesora Mpadi, está a sólo unas cuadras de aquí.

Uthe se marchó, Dumui se asomó por el ventanal observando a su amada caminar por entre la nieve hasta que se perdió en la reja de entrada. Observaba los copos de nieve que caían como plumas blancas que llevaba el viento, todo era tranquilidad en aquella sala. La figura de Uthe se dibujaba en el sofá vacío, sonriendo con esa dulzura que sólo ella podía mostrar.

De su mochila sacó las fotografías que habían tomado desde que construyeron la isla, buscando sólo una en específico. Ahí estaba él, sonriendo, abrazando a Uthe por la cintura, sonrió pensando en todos los recuerdos que rodeaban esa fotografía. Sólo unos meses, unos meses esperando que el mar de Yothi se descongelase para poder regresar con ella a la isla, construir su castillo y perderse con ella, a su lado, por siempre.

Se recostó sobre el sofá y fue cerrando los ojos lentamente, sintiendo la calidez del fuego de la chimenea y arrullado por el chisporroteo del fuego comenzó a perderse en sus pensamientos. Pero apenas conciliaba el sueño cuando un portazo lo hizo levantar, sobresaltado.

―¿Qué demonios…? ¿Qué haces aquí, muchacho? ―el profesor Yomi observaba a Dumui con el entrecejo fruncido―. ¿Quién te dio permiso de quedarte aquí a dormir?

―¿Qué hace usted aquí? ―reclamó Dumui.

―¡Qué desfachatez la tuya! Vete a casa, anda ―Yomi señalaba la puerta, imperativo

―No tengo casa ―gruñó Dumui con los dientes apretados―, ¿acaso le sorprende?

―A decir verdad, no me sorprende, no eres más que un parásito, aprovechando los recursos del colegio…

―Dije que no tengo casa, más nunca dije que me hubiera quedado aquí antes ―gruñó Dumui―, me quedé dormido sin querer.

―Pues yo no estoy del todo seguro ―Yomi se hacía hacia atrás por el miedo, pero aparentemente su odio hacia aquel jovencito ya superaba cualquier temor que pudiese sentir, pues no salió huyendo como siempre lo hacía―, siempre tuve sospechas de que había un ladrón en el colegio.

―¿Qué insinúa? ―Dumui se levantó, amenazador.

―Llamaré ahora mismo al consejo de guardianes y les diré que entraste al colegio a robar.

―¡Yo no soy ningún ladrón!

―¿Y a quién le creerán? ¿A un respetado profesor de este colegio o a un vago que intentó abandonar la escuela?

Dumui observó con desprecio al profesor. Podía enfrentarlo y obligarlo a dejarle en paz, pero prometió a Uthe que en caso de que sucediera algo por el estilo, no causaría conflicto. Sonrió con sorna, cosa que parecía haber molestado aún más a Yomi. Después de todo, no era tan malo, quizá eso sería suficiente para que Uthe se mostrara indignada, y tener así un pretexto para quedarse en casa de ella sin que se levantaran sospechas.

―Si algo ha sido robado del colegio ―gruñó Yomi―, te juro que haré que te quiten esa sonrisa de la cara.

―Esta sonrisa nadie podrá robármela ―dijo Dumui y se marchó.

El clima afuera era realmente insoportable. Dumui evaluó la situación, se venía una tormenta y no había transporte alguno que le llevara, el apartamento de Uthe estaba bastante retirado así que, muy a su pesar, decidió ir a la casa de la profesora Mpadi.




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