Ximantsi 3. El amante de la sacerdotiza

La invasión del zuthu

Uthe caminó hacia su apartamento, a poco de llegar, su amiga Bete la encontró.

―Mejor no llegues a casa ―dijo―, hay montones de guardias revolviéndolo todo.

―¡Tenía que ser! ―Uthe entornó los ojos―, supongo que Jutsi dio la orden, pues a menos que me siembre evidencia, no encontrará nada que me inculpe.

―Es que eso es lo grave, amiga, Jutsi detesta que se le lleve la contraria y tú no sólo lo contrariaste, lo has humillado como nadie lo ha hecho. ―Bete inhaló profundamente―. Un nuevo zuthu se ha hecho presente, es tan poderoso como el último y se dice que viene hacia estos rumbos.

―Lo imaginaba, esa última matanza de Zadu debió abrir el portal.

―Jutsi quiere culparte de ser cómplice de Dumui y ponerte como sospechosa de ser el amo de ese zuthu.

―Pues lo mucho que hará será ponerme en la explanada, cuando el zuthu no me reconozca como su amo, tendrán que aceptar mi inocencia.

―Pero su verdadero amo está muerto ―Bete chasqueó la lengua―, y tú fuiste testigo de esa muerte, si el zuthu hurga en tus recuerdos, se dará cuenta y entonces intentará poseer a la primera persona que tenga en su camino, y, amiga mía, la primera persona en su camino serás tú.

―Esto se va a poner bastante feo. Tienes razón Bete, creo que….

Uthe evaluó la situación, sus alumnos llevarían víveres suficientes para resistir esos días de invierno en Kutsi. Ella tenía algo de dinero en su bolso con lo que pagaría algo de ropa nueva para no tener que ir a su apartamento, se despidió de Bete y se dirigió a la zona comercial para comenzar de una buena vez los preparativos para su exilio. Terminaba de hacer sus compras cuando Jutsi se apareció frente a ella con una sonrisa maliciosa.

―¿Ahora qué? ―gruñó Uthe.

―Te dije que esta misma noche te tendría.

―¿De qué se supone que me acusas?

―Sacerdotisa Uthe ―Jutsi sacó una fotografía que Uthe reconoció en seguida, era la foto en donde abrazaba a Dumui, la misma donde él había escrito sus últimas palabras. Había olvidado por completo que se había quedado en el bolsillo de otro vestido, en su apartamento―, se le acusa de iniciar una relación de amasiato con un alumno sin el consentimiento del consejo Thati. Dado que se ha comprobado la existencia de un zuthu en Ximantsi, se le detendrá de inmediato para ser interrogada.

Uthe sentía tanto enojo por la necedad del consejero que no pudo contenerse, lo escupió en la cara, lo que provocó aún más la ira de Jutsi.

Esa misma noche Uthe estaba en el palacio de justicia de Tse. Jutsi junto con un consejero Thati le interrogaban ferozmente, acusándola de tener una relación sucia e impúdica con uno de sus alumnos. Ella simplemente observaba al suelo con rabia, sin contestar nada. Tras tres horas de acoso, los consejeros se dieron por vencidos de intentar sacarle una confesión.

―Sacerdotisa Uthe ―dijo Jutsi―, dada su actitud no me deja otra opción más que comprobar su responsabilidad sobre ese zuthu.

―Déjeme adivinar ―Uthe habló con voz grave y calmada―, va a dejar que el zuthu me asesine y justificará mi muerte en la acusación de haber tenido un amante, ¿no es así?

―¿Desea confesar ahora e ir voluntariamente?

―Entonces me dejará vivir para llevarme presa por tener un amante, ¿verdad? Gracias, pero prefiero la muerte, aunque mi deber como sacerdotisa es advertirle que un acto de egoísmo tan vil sólo generará un nuevo zuthu del que usted será amo.

―Yo sólo cumplo con mi deber.

―Pues entre su deber está facilitarme el contacto con una persona cercana ahora que me condena a enfrentar al zuthu ―dijo ella―, y dado que no tengo familia en Tse, pido hablar con mi amiga Bete.

El consejero no respondió, salió de la sala dejando a Uthe sola por varias horas. Bete llegó por la madrugada, apesadumbrada, pero Uthe estaba extrañamente calmada, sabía que todo eso era una venganza del consejero Jutsi y no le importaba, la muerte después de todo sería un alivio a todo ese dolor que llevaba en su corazón. Pidió a Bete que, si ella moría víctima del zuthu, se encargara de recuperar su cuerpo de inmediato y que les diera las cenizas a sus alumnos, ella quería que sus cenizas fueran esparcidas en el mismo árbol que eligieran para Dumui.

No esperaron mucho, el zuthu se hizo presente en Tse a los dos días. Uthe fue llevada a la explanada principal del palacio de justicia y fue atada de pies y manos a una estructura de madera. Cerró los ojos trayendo a su mente las imágenes de Dumui, si algo merecía estar en su pensamiento en sus últimos momentos de vida, era el recuerdo de él, pero esa calma que tenía se vio perturbada cuando escuchó la orden del consejero.

―Coloquen a los presos alrededor.

Uthe abrió los ojos para darse cuenta de que tenían prisioneros a sus ex alumnos, el profesor Yomi flanqueaba la fila con una sonrisa de alegría malsana en su rostro. Alarmada gritó a todo pulmón.

―¡Maldita sea, Jutsi! ¿Es que mi muerte no será suficiente para que tengas tu venganza?

―Estos jóvenes tenían conocimiento de tus actos impúdicos y sé que también fueron cómplices al robar el cuerpo de aquel delincuente, presenciarán tu muerte como una lección y después pasarán un buen tiempo en la cárcel.

―¡No! ¡Ellos son inocentes! ¡Déjalos ir!

―¡No estás en posición de dar órdenes! ―chilló el consejero.

Uthe se retorcía intentando inútilmente liberarse. Rogaba a todos los espíritus del cielo que la ayudaran a salvar a sus alumnos, la energía que había acumulado de todos esos días en el Made debía ayudarla en algo, pero no se le ocurría en qué forma. Los gritos de terror en las calles le hicieron saber que el zuthu se acercaba. Sus alumnos gritaban desesperados que Uthe era inocente, que no la dejaran morir a manos del demonio, pero Jutsi sólo ordenaba que Uthe fuese decapitada a la primera señal de que el zuthu la reconociera como su ama.

Entonces Uthe pensó en algo, tenía que intentarlo, pidió ayuda al alma de Dumui, necesitaba al menos por unos segundos su don para poder penetrar en la mente del zuthu y convencerlo de ayudarla. Una sombra de humo con la forma de un enorme oso con patas de arácnido llegó corriendo, amenazando con sus fauces a los guardias que servían como carnada.




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