Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

La ambición del historiador

El jefe del museo de historia de la ciudad de Danda caminaba de un lado a otro en su oficina, había una gran cantidad de libros en su escritorio, todos abiertos y regados. Se golpeteaba la cabeza con el dedo índice, como una persona a punto de perder la razón. Tomó uno de los libros y vio la imagen de un sacerdote antiguo que tenía una estructura de madera a modo de molino de viento.

Sólo él sabía lo que planeaba desde hacía un mes, ese aparato antiguo era un extractor de almas, se comprobó que ese aparato lograba sacar las almas de los árboles sagrados y podía mantenerlas presas en su interior, pero el sacerdote que lo inventó fue castigado por herejía siglos atrás y su invento quedó en el olvido.

El historiador salvó ese antiquísimo diario que obtuvo en una excavación entre las ruinas de Danda, la intención de aquel sacerdote de la antigüedad era apresar a las almas puras para esclavizarlas y usarlas en su propio beneficio.

Aquel sacerdote quizá tuvo razones egoístas, pero él, como historiador, tenía un motivo ―o al menos eso pensaba― noble. Él usaría esas almas para obtener de ellas toda la historia posible y entonces las liberaría. Eso no tenía por qué ser algo que atrajera un zuthu, si las almas se dañaban en ese proceso, entonces él dejaría su experimento por la paz.

Cerró el resto de los libros y los colocó en los libreros. Tomó el documento del sacerdote y decidido, salió de su oficina, pero en la puerta estaba una jovencita de cabellera rosa, ojos verdes, piel blanca y labios negros, ella estaba sonriente, con tal pureza e inocencia que parecía un ángel.

―Hola preciosa ―dijo el historiador―, ¿puedo hacer algo por ti?

―Sí, por favor desista.

―¿Desistir? ¿De qué hablas?

―Del aparato que pretende construir ―Feza señaló el libro que él llevaba bajo el brazo―, las almas puras no deben ser perturbadas.

―Pero… ¿cómo supiste…?

―Por favor, no lo haga ―insistía ella con tranquilidad.

―Qué… ¿Quién eres…? Espera… ―El historiador regresó a su oficina, sacó un viejo diario y lo hojeó―. Aquí está: cabellera rosa, ojos verdes, labios negros, piel blanca como la leche. Correspondes perfectamente a la descripción que los medios dan de la hija del arquitecto Ndomi. Hija, el consejo te ha estado…

―¿Buscando?, sí, lo sé, pero yo no quiero ir con ellos. ―La chica respondió con toda calma.

―¿Qué? ―el historiador sacudió la cabeza―, pero ¡qué inverosímil! Si no te están haciendo una invitación, querida, se te requiere de forma…

―¿Obligada? También lo sé, pero nadie me puede obligar a hacer nada, y no iré. Entonces, ¿desistirá de su idea?

―¿Qué? Oh… sí, claro, sspera en mi oficina… yo, vendré en un momento. ―El historiador quiso caminar hacia el pasillo, pero Feza le cerró el paso.

―Lo que usted quiere es llamar a algún guardia para que venga por mí.

―¿Es que acaso sabes leer la mente? ―dijo el historiador, asustado.

―Un poco, pero no se preocupe, no contaré nada a nadie más que a mi mejor amigo, Mbanga, y quizá a mi padre. Nadie más tiene que saber de lo que ambiciona, sólo necesito saber que desistirá.

―Mira muchacha ―el historiador comenzaba a impacientarse―, no sé qué es lo que pretendes, pero te advierto…

―Bueno, no podrá hacer nada si no tiene esto ―Feza tocó el libro y este estalló en llamas. El historiador chilló dejándolo caer.

―¡No! ―el historiador se hincó intentando sacar el libro de entre las llamas, pero era muy tarde, se había convertido en cenizas.

―Siento que perdiera su libro ―y no era sarcasmo, Feza realmente estaba convencida de haberle hecho un favor― pero puede ir a la isla de Uthe para aumentar sus dones y hacer que los espíritus le cuenten historias sin esclavizarlos. Adiós.

Feza le sonri, hablaba como una chiquilla tierna que había dado alguna limosna a una persona en desgracia. Caminó hacia fuera del museo, iba por una calle concurrida cuando el historiador se asomó por una ventana.

―¡Deténgala! ―gritó señalándola―, es la hija del arquitecto Ndomi. ¡Que no escape!

La gente volteó a ver a Feza con cierto temor. Dos guardias alzaron la mirada como animales carnívoros que detectaron una presa, caminaban hacia ella, amenazadoramente, pero la atención de Feza no estaba en los guardias, si no en un jovencito de cabellera azul zafiro, ojos y labios violeta y piel ligeramente rosada que le saludaba desde un balcón. Feza sonrió mientras los guardias se acercaron a ella.

―Por el poder que…

Pero ella ni siquiera les dejó terminar su frase, de un solo salto llegó hasta el balcón donde estaba Mbanga.

―¿Terminaste? ―dijo él con una sonrisa. Ella asintió―. Entonces, regresemos.

Mbanga tomó a Feza por la cintura, dio un salto y ambos se elevaron por el aire, flotando ligeramente, como globos que lleva el viento. Observaban alegres a la gente asombrada que los miraba en la calle.

―¡Pueden volar! ―la gente los señalaba.

En segundos los dos chiquillos se perdieron en el azul del cielo. Aterrizaron en un bosque lejano, lleno de pozas de aguas azul cristalino.

―¡Qué precioso lugar! ―exclamó Feza.

―Quise aprovechar nuestra primera visita con lo mboho para conocer este bosque ―dijo Mbanga―, lo vi en los libros de mi tío Bosthi. Muchos de los árboles que aquí crecen son sagrados y eso da una magia especial a este lugar.

―¿Qué es eso? ―preguntó ella señalando un grupo de gente a lo lejos. Eran decenas de parejas que observaban el bosque, maravillados. Un guía les explicaba de la rareza de esas pozas y de lo regenerativas que eran sus aguas. Una pareja se acercó a ellos.

―Hola ―saludó una chica de la edad de Mbanga―, no recuerdo haberlos visto en el crucero aéreo.

―¿Crucero? ―preguntó Mbanga.

―Sí, el crucero de la luna de miel ―dijo su pareja―. ¿No es increíble esta nueva tradición de la luna de miel? Se decía que las parejas antiguas solían tomar unos días para conocer lugares como este luego de contraer matrimonio, pero esa tradición se perdió cuando inició lo de los matrimonios arreglados.




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