Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

El invasor

Uthe observaba sigilosa a una manada de fanthos, criaturas similares a los ciervos, que pastaban cerca de la cascada. Tomó una flecha de su carcaj, la tensó en su arco y de un solo disparo dio a uno de ellos justo en el corazón. El resto salió corriendo mientras ella se acercaba lentamente, se agachó poniendo su mano encima del animal.

―Te pido perdón por quitarte la vida, y al mismo tiempo te agradezco alimentarme para mantener la mía ―, el capitán Behe salió de entre los árboles, asombrado.

―Tienes una habilidad increíble para la cacería.

―En realidad no tengo que hacer nada más que concentrarme ―dijo ella―, el arco tiene un poder único que me hace atinar a todo lo que quiero cazar.

―Son armas increíbles.

―Tu ausencia fue breve en esta ocasión. ¿Me tienes buenas noticias?

―Es sobre nuestro ejército ―dijo él―, pero antes quiero preguntarte sobre Ugi, ¿estás segura de que puedes confiar en ella? Parece bastante inestable.

―Sí, se volvió muy desconfiada después de lo de su marido ―Uthe desollaba el fantho y lo destazaba con un afilado cuchillo―, incluso a mí me cuesta trabajo sacarle las palabras de la boca. Pero me doy cuenta de que ella está muy tranquila en este lugar, quizá encontró una paz que buscaba de hace años.

―Deja, yo te ayudo a llevar esto.

El capitán tomó el fantho en un costal y ambos caminaron de regreso al castillo, vadeando entre los árboles del bosque.

―Y del ejército ―dijo el capitán en canto llegaron a la entrada del casillo―, ya tengo a los mbohos que buscábamos, todos ellos anarquistas, gente que se rebela contra las imposiciones del Consejo Thati.

―Eso es excelente, Behe. En su momento te pediré que los reúnas en la isla de Kutsi, necesitaré examinar sus corazones, asegurarme de que no nos traicionarán.

―¿Cuándo quieres que los reúna?

―Dame un tiempo. Estoy cerca de lograr algo con el portal del tiempo y quisiera terminar con ello antes de verlos.

―¿Ya tienes planeado cómo harás para salvarlos a todos?

―Sí, primero iré con el guardia Romui, después por la profesora Mpadi y por Roha para ponerlas a salvo, después iré por Dumui y al final por los muchachos, lo haré justo un momento antes de sus muertes y dejaré una ilusión para que todos en el pasado crean que ellos murieron, de ese modo no crearé una paradoja.

―En verdad muero por volver a ver a Roha, pero tengo miedo de que nuestro amor siga siendo una amenaza para el mal y nos quiera dar caza de nuevo.

―Por eso necesitamos a nuestro ejército, mientras más seamos, más difícilmente nos vencerán.

Entraron al castillo donde entregaron la carne a Ugi. La joven cocinaba mientras Uthe preparaba la carne sobrante en una conserva.

―Deje la carne ―dijo Ugi, meneando una cacerola―, yo terminaré todo.

―No te preocupes, Ugi, yo…

―Usted ya hizo mucho yendo de cacería. Vaya a ponerse uno de esos vestidos que tanto gustaban a su amado, si su alma comparte la cena con nosotros, seguro le gustará verla arreglada.

Uthe le dedicó una sonrisa. Subió hasta su alcoba, se arregló y bajó al tercer piso. Las palabras de Ugi le habían dado una combinación de alegría y nostalgia. ¿Qué estaría haciendo en ese momento si Dumui no hubiera partido?

De nuevo ese dolor de no tenerlo cerca crecía en su pecho. El hecho de haber vertido sus cenizas en aquel abeto no significaba que se diera por vencida, caminó por el pasillo cuando una voz la hizo detenerse.

―Profesora, espere.

Uthe frunció los labios, ahí estaba un hombre del futuro, un sujeto de avanzada edad, algo obeso que caminaba a su lado, Uthe continuó su camino sin prestarle demasiada atención. Lo había visto anteriormente, y por la forma en que envejeció desde la primera vez que lo vio, ella adivinaba que en él habían pasado al menos unos diez años. Para ella siempre fue muy molesto verlo sólo para escucharlo titubear y murmura cosas sin sentido.

―Espere, por favor, es importante ―insistía.

―No tengo tiempo.

―Ahora sé lo que usted pretende. Creí que usted era un fantasma, pero ahora lo entiendo todo, esto es una máquina del tiempo.

Uthe se detuvo en seco. Todos los que lograban abrir el portal en el futuro la creían un fantasma y para ella, así era mejor, no le agradaba la idea de que alguien supiera de su máquina.

―¿Cuál es tu nombre? ―preguntó Uthe.

―Noho, soy el arqueólogo Noho.

―Bien, Noho ¿qué es lo que sabes? ―preguntó ella, enérgica.

―Sé que esto es un portal en el tiempo. Un amigo mío, de hecho, fue quien lo descubrió, usted le dio una pista hace años, le dijo que sólo aquel capaz de dar su vida por usted, lograría…

―¿El sujeto del cabello rosa? ―Uthe lo recordó―, ¿el que fue acusado de lujuria?

―Él mismo, ¿lo recuerda?

―Dile a ese tipo que no se atreva a cruzar el portal.

Uthe se apresuró hacia la habitación circular, ignorando al arqueólogo, cerró la entrada de un solo golpe. Personas del futuro yendo y viniendo sería insoportable ¿por qué le había dado pistas a ese tipo sin conocerlo? Él se había aparecido la noche anterior, justo en un momento en que ella estaba leyendo lo que Dumui escribía de ella en su libreta. Eso la debilitó, necesitaba alguien con quien hablar y cometió el error de decirle que ella aún vivía. Seguramente con eso, ese hombre había descifrado que todo eso era un portal que permitía viajar en el tiempo.

De la vitrina tomó la espada de Dumui y abrió un pasaje que la llevó hasta una terraza que sólo ella conocía. Ella había creado ese hechizo para que sólo ella y sus alumnos pudieran cruzar, pues sólo ellos serían capaces de dar su vida por ella. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Por qué le reveló parte del enigma a aquel desconocido? De todas las personas que habían abierto el portal, él había sido el único capaz de hacerle confiar, pero ¿por qué?

Casi seiscientos años adelante, desde la isla de Uthe, hablaban con el círculo de protectores por videoconferencia.




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