Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

La toma de Kutsi

Uthe caminó hacia la laguna con una mezcla de emociones, ese beso de Ndomi la había hecho muy feliz, de hecho, más feliz de cómo recordaba haber sido con Dumui. Una parte de ella deseaba olvidar la promesa que hizo y dejar crecer esa pasión que sentía con Ndomi, pero parte de ella se sentía culpable. Aun así, caminaba dejando que Ndomi estrechara su mano y no deseaba que la soltara.

Cuando llegaron, Ugi observó sus manos entrelazadas, suspiró con tristeza y se alejó. En las orillas de la laguna, con la luz de una fogata encendida, se veían varias siluetas.

Behe la presentó con el grupo y Uthe escuchó atenta las historias de algunos de ellos: la mayoría aún eran solteros y no querían que el consejo les impusiera con quién casarse, otros que ya eran casados y ambos estaban convencidos de que había sido un error. Había otros tres que se sentían culpables por no poder amar a la pareja que les eligieron, pero no se atrevían a decirles nada y uno que decía estar enamorado de la mujer que le eligieron, pero que era obvio que ella no sentía deseos de estar con él, y quería alejarse para dejarla libre.

―Y ¿qué pretenden conseguir huyendo conmigo?

―La libertad de elegir si nos casamos o no y con quien, la libertad de elegir a qué nosvamos a dedicar, y sobre todo, olvidarnos de ese estúpido haki que nubla la vista de nuestros corazones.

―Hay rumores de que usted logró construir una isla cerca del Made ―dijo una voz entre la oscuridad― ¿Es eso cierto?

―De hecho, sí.

―¡Lo ha confesado! ¡Atrápenlos!

Todo pasó muy rápido, de entre los árboles salieron cientos de guardias que de inmediato amagaron a la gente que había ido con Behe. El capitán Behe fue detenido por dos guardias y un hombre barbado se acercó a él con paso arrogante.

―Sabía que usted traía algo entre manos, Behe, por eso sugerí al consejo integrarlo, para que se confiara. Seguí sus pasos muy de cerca y mire, no me equivoqué.

―¡Suéltenlos! ―chilló Ndomi desenvainando la espada de Dumui― ¡No toquen a Uthe!

Uthe luchaba ferozmente con diez guardias que trataban de dominarla en vano, uno de ellos sacó una ballesta y la apuntó a su cabeza.

―¡No te atrevas! ―Ndomi cortó el brazo del guardia de un solo tajo.

Otro guardia apuntó una ballesta contra Ndomi, se escuchó la flecha cortando el aire. Ndomi sólo volteó para ver al capitán Behe corriendo hacia él, le empujó con fuerza sacándolo de la trayectoria de la flecha, la cual se enterró profundo en el pecho del capitán.

―¡Behe! ―chilló Uthe.

En ese momento todo se convirtió en un pandemónium, Uthe rugió como un león salvaje, su cuerpo creció, llenándose de un pelaje amarillento, hasta quedar convertida en un enorme felino que, dando zarpazos, comenzó a lanzar guardias a diestra y siniestra. Ndomi hizo encender en azul la espada de Dumui y atacó sin piedad, hiriendo a varios guardias en segundos. Una decena de guardias jalaban a los detenidos hacia una nave cuando Ndomi de un salto quedó frente a ellos, observándoles con rabia.

―¡Déjenlos libres o desearán no haber nacido! ―gruñó.

―¡Lárguense! ―aullaba Uthe―, ¡lárguense de aquí! Si alguien se atreve a dañar a una sola de estas personas, no respondo de mí.

 Ndomi se paró a un lado de ella con su espada en alto. Con los ojos desorbitados por el miedo, los guardias se fueron retirando, algunos de ellos muy mal heridos.

El cuerpo de Uthe volvió a su tamaño y forma originales. Jadeando, se volvió hacia el capitán Behe, Ndomi corrió hacia él, levantando su cuerpo por los hombros. Le habló, acercó su mano a su cuello y se quedó callado unos segundos, exhaló, apesadumbrado y volteó a ver a Uthe negando con la cabeza.

―¡Por los espíritus sagrados! ―exclamó ella con dolor― ¡Sigue sucediendo! ¿Es que me van a quitar a todos aquellos que amo?

Uthe echó a correr tras los guardias, en su camino se convirtió en viento que empujó a todos ellos hasta el puerto, de ahí creó un remolino que juntó a todos los mboho de la isla. El viento se calmó, pero quedaron rodeados por una neblina, la voz de Uthe sonó cavernosa y fuerte.

―Tienen esta noche para largarse de esta isla. Mañana, todo aquel que permanezca aquí, será víctima de mi furia.

La neblina se dispersó dejando a todos los mboho en estado de histeria. Uthe regresó aun convertida en viento, encontró a Ndomi en el camino, y se volvió a su forma original.

―Lo siento, Ndomi ―le dijo con tristeza―, pero esto me hizo darme cuenta de mis prioridades. Te ayudaré a encontrar lo que necesitas para tu hija, y en cuanto sea la siguiente conjunción lunar, yo iré al pasado a salvar a los míos, y tú al futuro a salvar a los tuyos. ―él no decía nada, sólo la observaba con un semblante frío―. Lo siento, en verdad lo siento, yo no… ― Ndomi se dio media vuelta y regresó por el sendero sin decir palabra alguna.

Uthe ordenó al grupo del capitán Behe quedarse en la isla, les prometió que nadie les haría daño, se aseguró de que el resto de los mboho estuvieran desalojando la isla, y regresó a medianoche.

A grandes trancos fue hasta el barco y subió acompañada sólo por Ugi. Ndomi, con un gesto frío como el hielo, subió tras ella. Pero ese gesto frío cambió drásticamente cuando escuchó un grito de horror, corrió de inmediato hasta la cabina de mando, Uthe estaba hincada a un lado de un montón de fierros retorcidos.

―¿Qué pasó? ―preguntó Ndomi .

―La máquina del tiempo… ¡Alguien destruyó la máquina del tiempo!

―Pero… ―Ndomi se agachó analizando el desastre. La habían hecho añicos.

―Me llevó meses construirla… ¿Quién pudo…?

Pero Ndomi dejó de prestarle atención a ella. Volteó a ver a Ugi que desaparecía por el pasillo, se levantó y caminó tras ella.

Ugi se le perdió de vista. Ndomi bajó hacia los camarotes, esperando encontrarla en el suyo, pero no estaba ahí. Por ser una nave tan pequeña, el camarote era apenas lo suficientemente grande para un camastro y un pequeño armario encima. El camastro estaba hecho un desastre, con ropa y cobijas revueltas.




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