Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

Las dos eras

Los protectores se reunían nuevamente en la réplica de la isla de Kutsi, estaban desanimados y desesperanzados por no haber cumplido su misión a cabalidad.

Xingu estaba destrozada por saber perdido a su hijo, y no sabía si lo que más sufría era su corazón de madre, o el de la guardiana que debía protegerlo como e elegido con la misión de acabar con el mal en Ximantsi.

―Es increíble ―Boja apagaba una radio portátil―, no han pasado ni tres días desde su posesión, y Zatemxi ya se promulgó como emperador. Según el noticiero, creará nuevas reformas para regir a la república.

―¿La gente lo está aceptando?

―No realmente ―él negó con la cabeza―, los medios de comunicación dicen que es para el bien de Ximantsi, pero también hablan de nuestros “grupos rebeldes” que están protestando y poniendo en riesgo la seguridad de nuestra luna.

―¿Qué protestas? ―gruñó el cansado anciano Noho―, si nosotros hemos permanecido en silencio.

―Pero otros mboho no, debe haber muchos en contra de dichas reformas, y los medios los satanizan relacionándolos con nosotros.

―¿Qué haremos ahora? ―preguntó Handi.

―Pelear ―respondió Hojai―, con nuestras vidas protegíamos a Mbanga y a Feza, sin ellos, ahora nos corresponde a nosotros terminar con esto. El poder de Xingu es el más fuerte de todos los hechiceros, así que ella enfrentará a Zatemxi, el resto nos ingeniaremos para derrotar a su ejército.

El grupo entero dedicó unos días para trazar el plan de ataque, y sin otra seguridad más que la conciencia de ir a enfrentar la muerte, partieron hacia la ciudad de Danda.

En esa misma ciudad, pero seiscientos años atrás, Ndomi y Uthe llegaban hasta el palacio de Datsutui, donde un pequeño ejército flanqueaba la entrada. Uthe levantó una mano y las armas de todos ellos salieron volando hacia ellos mientras Ndomi cortaba el aire con su espada, hiriéndolos de tal forma que les impidió caminar.

Ambos caminaron decididos hasta la sala del consejo bamhña, donde estaban los consejeros, hablando sobre un nuevo ataque a la isla de Kutsi.

―Olviden esos planes ―en cuanto Uthe habló, los papeles que tenía en la mesa se incendiaron―, ya no habrá más guerra.

―Hemos venido a discutir los términos de su rendición ―dijo Ndomi.

―¿Cómo se atreven…?

―Es una verdadera vergüenza que se llamen a ustedes mismos el consejo de sabios, un verdadero sabio aceptaría su derrota en lugar de enviar a miles a su muerte.

Uthe estiró sus brazos y se elevó por el aire, con los ojos encendidos y su cabello flotando a su alrededor, entonces habló con una voz que hizo eco en el recinto.

―Sus lenguas han pervertido mentes ―cuando Uthe dijo esto, Ndomi levantó su espada y las dagas de luz crearon cortadas en las bocas de todos ellos―, sus manos han firmado acuerdos de guerra ―ahora creaba heridas en sus manos―, y sus pies han pisoteado la libertad de sus semejantes.

―¡«Bazta»! ―chilló uno de los consejeros con la lengua lastimada―. ¿Qué «claze» de «debodio» «edez»?

―Llámenme demonio si quieren ―dijo Uthe―, pero sepan que este demonio está dispuesta a pelear con el ejército entero por defender la libertad de los mboho. ¿Quieren que los deje en paz? Estas son mis condiciones.

Ndomi envainó la espada y se acercó dejando una serie de documentos a los aterrados consejeros. Sólo uno tuvo el valor de levantarse para tomarlos de la mesa, al momento que Uthe regresaba al suelo, pero con los ojos aún encendidos. Después de leerlos, su rostro ceñudo miró hacia Uthe.

―No es negociable ―dijo ella antes de dejarlo hablar―, quitarán esa imposición de los matrimonios arreglados, los consejos de videntes dejarán de decidir qué profesión debe tomar cada Mboho y lo más importante, dejarán de buscarnos a mí y a mis seguidores y terminarán con esa estúpida cacería de brujas, todo aquel que quiera hablar de mó o de unirse a mi causa, tendrá la libertad de hacerlo.

―¿Qué si «do» «acebtabos»?

Uthe se acercó lentamente al hombre que se había atrevido a hablar, y miró a través de sus ojos. Sus pecados no eran en sí directos, pero sí graves, era él quien había propuesto la matanza de los animales. Su cuerpo languidecía mientras Uthe fijaba su mirada en él. De pronto, de la garganta de aquel mboho salían alaridos de terror, se retorcía con los ojos desorbitados y salió de la sala, huyendo a grito abierto.

―¿Qué fue lo que le hizo?

―Está sintiendo el dolor de sus víctimas ―respondió Uthe―, revivirá una y otra vez el terror y agonía de todos esos animales que ordenó asesinar, y algo me dice que en este momento está sintiendo los últimos momentos de vida de uno de los que incineraron vivos.

―No sé cómo logró controlar a ese zuthu que la posee ―uno de los consejeros se levantaba sosteniendo un paño ensangrentado sobre su labio―, pero reconozco que el poder que ese demonio le dio nos deja disminuidos. Tiene el control total del consejo principal de todo Ximantsi, sólo le pido ser misericordiosa con los que alguna vez fueron sus semejantes.

―¿Semejantes? Quizá soy semejante a los mboho que llevan una vida sencilla y humilde, pero semejante a ustedes, ¡que los espíritus me libren!

» Yo no quiero regir Ximantsi, sólo quiero que los mboho sean libres de forjar su propio camino. Hoy mismo derogarán todas esas leyes impositivas, o vivirán el resto de sus días pagando sus propios errores.

Ndomi abrió la puerta para Uthe, cuando ella salió, uno de los consejeros volteó a verlo.

―¿Cómo hizo ella para apoderarse de tu voluntad? ¿Cómo hizo para convertirte en su esclavo?

―¿Cómo? ― Ndomi volteó a ver a Uthe con una sonrisa―, siendo la maravillosa mujer que es.

A esa misma hora, en el futuro, Xingu llegaba a la ciudad de Danda, intentando hechizar a los guardias que custodiaban el palacio Datsutui para que no la notaran. Todo parecía ir de acuerdo con sus planes, entraba sigilosa por la explanada cuando de entre los árboles emergieron cientos de guardias, rodeándola a ella y a los protectores que la acompañaban. Xingu levantó su báculo, preparada a lanzar un ataque cuando una bestia quimérica de pelaje negro apareció por detrás, arrebatándole su arma. La bestia se retransformó volviendo a ser Zatemxi quien, arrogante, se acercó a ella.




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