Ximantsi I. Los secretos en la isla de la hechicera

El canto de los bada

Ndomi y Banxu terminaron oficialmente sus estudios en el colegio y de inmediato viajaron a la ciudad costera de Tse. Las parejas que contraían matrimonio en Ximantsi debían viajar de ahí a la isla de Kutsi, que era el único sitio en toda la luna en donde se llevaban a cabo las ceremonias nupciales.

Ndomi se sentía deprimido, era su último día libre antes de iniciar una vida que él no había pedido. Estaba nublado y frío y eso aumentaba su depresión. Caminaba cerca del puerto cuando comenzó a llover, por lo que se dirigió al colegio superior de Tse, en parte para resguardarse de la lluvia y en parte para distraer su mente con la exposición de mitología que se presentaba en dicho colegio. Ese era uno de los colegios más antiguos de todo Ximantsi, tenía cerca de setecientos años y era conservado como joya arquitectónica.

Ndomi observaba sin mucho interés los objetos en la exposición cuando sus pasos lo llevaron a un pasillo oscuro y solitario. Había aulas vacías a los lados, justo lo que necesitaba ahora que no deseaba hablar ni ver a nadie así que entró a la última aula y desde la ventana observó la lluvia caer. De algún modo era relajante estar simplemente en ese lugar, observando los jardines y olvidando que el mundo existía.

Comenzaba a oscurecer y la poca luz que generaba una de las lunas vecinas se colaba por la ventana reflejándose encima de la pizarra. Ndomi frunció el entrecejo. La luz formaba perfectamente una figura conocida. Era un espiral a modo de gancho que terminaba en un círculo con tres pares de líneas pequeñas y una suerte de ocho en la parte baja: el símbolo de la hechicera Uthe.

Al siguiente día era su boda y se suponía que no debía ver a su prometida, pero algo le intrigaba demasiado sobre ese símbolo, llegó hasta un hotel que había cerca del muelle y fue de inmediato a la habitación donde se hospedaba Banxu.

Ella frotaba su barbilla, dubitativa, caminando de un lado a otro de la habitación mientras él le contaba.

 ―Quizá sea sólo una coincidencia extraordinaria. La historia dice que Uthe no entraba a los edificios de la zona continental más que para castigar a algún criminal. Su símbolo aparece en muchas partes de su castillo, de su isla y en un par de lugares en la isla de Kutsi, pero jamás se ha encontrado en estructuras continentales.

 ― No lo sé, pero tienes razón, la historia de esa mujer está muy llena de secretos sin revelar. No lo sé, pero desde que Kuamba me contó aquello del abeto y de que dejó de florecer el mismo día en que yo nací, me está empezando a interesar, hay algo en todo esto, no sabría definir qué es, pero al fin estoy sintiendo que en verdad puedo ser quien devele sus secretos.

Ndomi estaba por salir de la habitación, pero en el umbral se detuvo al ver a una persona a punto de tocar a la puerta.

 ― ¿Handi? ―dijo al ver a la chica que originalmente habían elegido para ser su prometida―, ¿qué haces aquí?

 ― No deberías estar en la habitación de Banxu ―dijo ella empujándolo para entrar―, se supone que no deben verse antes de la boda o será de mala suerte.

 ― No seremos realmente un matrimonio convencional, así que no importa.

 ― ¿Pero ¿qué haces aquí, Handi?  ―preguntó Banxu―, creí que estabas molesta con nosotros por lo que pasó.

 ― Sí, lo estaba. ―Handi suspiró y se dejó caer sobre un sillón―. No sé por qué, no sé lo que es estar enamorada, nunca lo he estado, pero cuando me dijeron que me casaría con Ndomi sentí que era muy afortunada, él es muy atractivo y si los videntes tienen razón, será el más reconocido arquitecto de nuestra era. Nunca había pensado en eso hasta que me eligieron para ser tu futura esposa ―ella volteó a verlo con tristeza―, y era emocionante. Te imaginarás la decepción que me llevé cuando te vi durmiendo con ella.

 ― Traté de explicarte ―dijo Ndomi― que quizá fue cosa de la borrachera. Ni ella ni yo…

 ― Sí, Ndomi, lo sé, ahora les creo.

 ― ¿Nos crees? ―preguntó Ndomi, confundido.

 ― ¿No les dijo nada tu abuela sobre los análisis de castidad?

 ― No ―respondió la pareja a la par.

 ― El suegro de mi hermana fue uno de los biólogos que los analizó ―dijo Handi―, el consejo debe haberles dicho que el resultado no era concluyente.

 ― Sólo nos dijeron que un óvulo mío había sido fecundado, y poco después se comprobó que Ndomi es el padre.

 ―En efecto, estás embarazada ―continuó Handi―, pero encontraron dos cosas extrañas: la primera, es que se comprobó que ambos son castos.

 ― ¡¿Qué?! ―exclamaron a la par.

 ―Repitieron cinco veces la prueba y en todas salió lo mismo. Ambos son castos. Pero al estar embarazada, no les quedó de otra que declararlo como no concluyente.

 ―Pero ¿cómo pude embarazarla yo si soy casto?  ―reclamó Ndomi.

 ―Y ¿cómo pudo embarazarme quien sea sin quitarme mi castidad? ―chilló Banxu.

 ―Yo sólo les digo lo que sé.

 ―Dijiste que hay dos cosas extrañas, ¿cuál es la segunda? ―dijo Banxu.

―Se comprobó la paternidad de Ndomi, pero según el biólogo, el ADN del embrión no coincide en nada con el tuyo, Banxu. Es como si no fuera hijo tuyo.




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