Ximantsi I. Los secretos en la isla de la hechicera

El castillo de Njahui

La pareja durmió en un ala del castillo que era usada como hotel. Al siguiente día por la mañana, Banxu se paseó por el castillo para inspeccionarlo, era una construcción tan antigua que la piedra estaba erosionada en su exterior. Aun así, los símbolos de Uthe eran completamente visibles.

―¿Has encontrado algo interesante? ―preguntó Ndomi acercándose a ella.

―Nada ―dijo ella―. Es frustrante que ella haya dejado pistas por todos lados y apenas se haya logrado descifrar una pequeña parte.

―Bueno, pues ya que estoy aquí, supongo que podría analizar la estructura. ―él encogió los hombros―. Quizá encuentre algo.

Ndomi recorrió el interior del castillo el cual no era muy grande. Tenía veinte habitaciones repartidas en tres pisos, una torre que no tenía más que una escalera en caracol y un patio interno. El hotel y un auditorio habían sido construidos más recientemente, por lo que no le merecían atención. Aburrido, tomó el diario que le entregó el mixi, y comenzó a realizar trazos del colegio de Tse, marcando los lugares donde aparecido los símbolos de Uthe, buscando algún patrón, pero como imaginaba, no encontró nada.

Fue interrumpido por un concejal, quien le indicó que debía prepararse para la ceremonia. Él regresó a la habitación del hotel, pero no hizo por arreglarse demasiado, simplemente se vistió con ropa limpia, algo formal y caminó entre la jungla siguiendo al concejal.

La ceremonia se llevó a cabo en alguna estructura tan antigua que de ella ya no quedaba más que los cimientos y parte del piso de la planta baja con algunas piedras de lo que seguramente fueron sus paredes. Se había improvisado un altar entre dos enormes secoyas, una de ellas cubierta por completo por flores blancas.

―Pensé que las ceremonias se llevaban a cabo en la explanada principal ―expresó Ndomi.

―Eso es para los que planean su boda con anticipación ―el concejal habló con un tono desdeñoso―, las ruinas se reservan para las ceremonias que requieren de, digamos, cierta prisa.

Era deprimente. Tenía entendido que para esos eventos el lugar era adornado con flores y velos, sin embargo, para la boda de ellos, no había adorno alguno, todo estaba estéril y sin vida, de hecho, ni siquiera había concurrencia, las únicas personas que asistieron a la ceremonia eran el concejal, su amiga Handi y la abuela de Banxu.

La ceremonia no llevó más allá de quince minutos, Ndomi y Banxu estaban oficialmente casados y simplemente no tenían idea de qué hacer por el resto del día. Handi y Kuamba decidieron recorrer la isla dejando a la pareja a solas en el centro ceremonial.

―A todo esto ―Ndomi miró a su alrededor―, ¿qué lugar es este?

―Nadie lo sabe ―ella encogió los hombros―. Es muy antiguo, si acaso había registros, seguramente se perdieron justo en la guerra contra Uthe. Lo que leí hace poco es que este árbol de aquí ―señaló el árbol que estaba al otro lado del altar― dejó de florecer hace poco. De hecho, dejó de florecer el mismo día que dejó de florecer el abeto más sagrado de la isla de Uthe.

―¿También? ―Ndomi frunció el entrecejo―. Es muy extraño. Nunca se había dado este fenómeno, ¿o sí? Nunca un árbol sagrado dejó de florecer.

―No, nunca ―respondió ella―, es un fenómeno que comenzó a presentarse en los últimos años. ¿Será que los espíritus nos están abandonando?

―No sé. ―Ndomi frunció los labios―. Se supone que los arquitectos tenemos el don de hablar con las estructuras, ¿es que nadie ha podido descifrar algo de esta?

―Es tan misteriosa como las construcciones de la isla de Uthe, se niega a revelar sus secretos. Como sea, de este lugar sólo quedan estas pocas piedras. Pero inténtalo, quizá a ti se te revelen sus secretos.

Ndomi suspiró, aunque todos lo obligaron a ser un arquitecto, él no sentía tener el don, jamás había podido establecer contacto con las estructuras. Sus profesores le decían que los edificios eran capaces de contar sus propias historias a quien estuviera predispuesto a la arquitectura, sin embargo, él sólo replicaba las historias ya conocidas en los libros, jamás una construcción le dijo nada y dudaba que esta fuese la excepción.

Aun así, se acercó a la sección más grande del muro, de apenas un poco más de un metro de altura y puso su mano encima. Estaba resignado a no sentir ni escuchar nada, pero, para su sorpresa, un cosquilleo invadió su mano. Frunciendo el entrecejo fue moviéndose hacia donde la vibración se hacía más fuerte.

―¿Quieres decirme algo? ―preguntó él.

―¿Sobre qué?

―No, tu no ―dijo él a Banxu―, el muro… es muy extraño… me entró una curiosidad casi desesperante. Necesito saber de este lugar, quiero saber cómo era, cómo se veía cuando estaba de pie…

Los ojos de Ndomi se abrían por completo. Frente a él, la barda comenzó a crecer, a reconstruirse. Toda la estructura se elevaba recobrando su antigua gloria. Era un castillo de paredes circulares con pilares en forma de espiral y grandes ventanales, muy colorido y lleno de un romanticismo inexplicable.

―¿Ves eso? ―dijo él, con asombro.

―¿Ver qué?

―¿No lo ves? ―Ndomi comenzó a caminar por el lugar señalando por todos lados―. Este pilar… esta fuente con una estatua de un ángel, y este jardín interior…




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