Ximantsi I. Los secretos en la isla de la hechicera

El pilar en la sala de astronomía

Durante los siguientes cuatro meses, Ndomi y Banxu se dedicaron por completo a escudriñar en el castillo, pero mientras más acceso deseaban tener, más control ponía el arqueólogo, pues a ellos se había unido Kuamba, quien pasaba tanto tiempo en el castillo que parecía que hubiera sido contratada para cumplir la función de molestar a Noho.

Noho revisaba todos y cada uno de los informes de Ndomi y algo le decía que estos no llegaban completos al consejero Toke. También había interpuesto ya varias quejas, respaldándose en la falta de progreso de Ndomi en materia de arquitectura, pero Banxu exponía los misterios tan intensamente, que el consejo estaba plenamente interesado en que se develaran esos enigmas y eso les permitía acceder a la mayor parte del castillo, muy a pesar del arqueólogo. Aun así, la alcoba principal seguía siendo una zona a la que jamás había podido acceder.

Para infortunio de Ndomi, todo iba bien con el consejo de arquitectos hasta que se le ocurrió mencionar haber hablado con un Bada Los mboho siempre habían considerado a las otras especies como inferiores, carentes de inteligencia y por ende no les prestaban importancia, sin embargo, en esas audiencias, Ndomi pudo notar cierta envidia por parte de los videntes hacia los Bada pues esas criaturas marinas eran mucho mejores en predicciones del futuro y eso parecía molestar a los mboho. El argumento del consejo era que los Bada hacían sus predicciones en canciones ya que no tenían suficiente inteligencia como para entablar una conversación civilizada, y, por ende, se le prohibió a Ndomi tener contacto alguno con los seres marinos.

Ese estancamiento lo tenía harto y, mientras más le prohibían las cosas, más determinado se sentía a hacerlas. Decidido a saber más, simplemente se escabulló al puerto, sabiendo que el barco de turistas estaría ahí toda la noche y pidió ayuda a los únicos que podrían comprenderlo: los animales.

―Ustedes los mboho y su manía de sentirse superiores a todas las especies inteligentes ―bufó el capitán―. Mire que pensar que los badas carecen de inteligencia por hacer sus predicciones en cantos, ¡ja!, carentes de inteligencia los que no saben interpretarlas.

―No generalice, capitán ―chilló Banxu―, nosotros hemos venido a pedir su ayuda, ¿o no? Nosotros nunca consideramos inferior a ninguna criatura.

―Además de que estoy reconociendo que la pista que me dio ese Bada sobre buscar al fantasma me fue de ayuda. Pasar estos meses enajenado en encontrar de nuevo al fantasma me ha servido para hallar muchas cosas que otros arquitectos nunca vieron ―dijo Ndomi―. No somos tan arrogantes como los del consejo de videntes, y lo que quiero hablar con algún Bada para que me diga más sobre ese fantasma.

―No podemos ayudar sino hasta que termine el invierno. Los Bada hibernan y no despertarán hasta que el sol despunte al otro lado de Hatso. ―El capitán observó al felino que era maestre en el barco―. Pero el Maestre Ode tiene un don que les podría servir en estos momentos. Maestre, le ordeno quedarse con el arquitecto hasta nuevo aviso.

―Como ordene, capitán ―el mixi se cuadró.

―¿Qué don es ese? ―preguntó Banxu.

―Sé escuchar y ver más de lo que ojos y oídos de los mboho pueden percibir.

―De hecho… ―el capitán lo meditó por unos segundos―, creo que tengo unos alborotadores a bordo que podrían servir de distractores cuando ustedes deseen irrumpir en zonas prohibidas.

El capitán volteó a ver a los cachorros y ellos esbozaron amplias sonrisas al comprender que se quedarían con Ndomi.

El arqueólogo estaba sumamente enfadado ya que Ndomi encontró un recoveco en el reglamento con el cual se permitía a los animales a entrar al castillo como turistas. Como castigo, quitó a Ndomi su oficina en el primer piso y lo hizo instalar en un armario muy pequeño y sin ventanas en el tercer piso. Pero Ndomi no podía sentirse más complacido, ese armario estaba justo a un lado de la sala de juntas donde vio al fantasma, ahora tenía motivo para estar en esa área sin que nadie le cuestionara.

Esa misma tarde, los cachorros hicieron un acto de malabarismo en la entrada del castillo. Los visitantes estaban fascinados observando a los pequeños nogos haciendo complejas piruetas, cosa que enfadó aún más al arqueólogo.

―¡Esto no es un circo! ―gruñó―, es un lugar sagrado y como tal merece todo el respeto que…

―Vamos, arqueólogo ―interrumpió un visitante―, ¿qué daño hacen? Están entreteniendo a la gente.

―Disculpe, ¿es usted quien pone las reglas aquí?

―No ―intervino Ode―, pero usted tampoco las pone, sólo las vigila. Si me dice en qué parte del reglamento se prohíbe hacer un espectáculo en la entrada, ordenaré a los cachorros que se retiren de inmediato.

Refunfuñando, el arqueólogo fue hasta la sala de juntas y de la bodega de documentos restringidos, sacó copias de los reglamentos, aun los revocados, para revisarlos a detalle. Una sombra salió entre sus pies sin que él se diera cuenta, el mixi de color negro caminó hasta el armario donde Ndomi le esperaba.

―¿Lo lograste?

―Tan fácil como engañar a un ratón ―dijo Ode sosteniendo un llavero en su cola.

―Perfecto, Ode. Por favor vigila la entrada mientras yo voy a la sala.

Dado que el sol ya estaba oculto detrás de Hatso, la habitación estaba completamente oscura. No había luz alguna que reflejara el vitral y Ndomi no tenía idea de cómo o dónde buscar al fantasma. Le llamó infinidad de veces, tanto por el nombre de Tso como por el de Uthe, pero simplemente no apareció. Decepcionado, salió a los jardines, sentándose en una roca.




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