Ximantsi I. Los secretos en la isla de la hechicera

Agua dulce

Develar el enigma del fantasma resultó una tarea prácticamente imposible de realizar, pues en todo el castillo no había relojes de péndulo. Intentó buscar en el observatorio algún cerrojo donde entrara la llave de la alcoba, ya que ella había dicho que usara esa misma llave, pero no encajaba en ninguna cerradura, El único agujero que había en ese pilar era lo que parecía una gota de agua y nada más, pero era un hueco grabado en la piedra, no era una cerradura en absoluto.

Por desgracia los vigías suponían que los animales habían creado esa trifulca para distraerlos, y ahora estaban más atentos que nunca. De las áreas restringidas sólo pudo entrar a la oficina central en el segundo nivel, en donde no encontró nada trascendental.

Necesitaba apresurarse, encontrar cualquier secreto que pudiera revelar antes de que el sol despuntara al otro lado de Hatso, pues en cuanto las aguas se descongelaran, Noho regresaría y entorpecería más su búsqueda. Imaginaba que, si en poco no presentaba avances, el controlador sujeto se saldría con la suya y lo dejaría fuera de esa investigación, cosa que le resultaba realmente deprimente ahora que sentía tanta curiosidad por develar los secretos, no por replicar la isla, sino porque sentía una aprensión intensa por aquella mujer triste que penaba en el castillo.

Por momentos se arrepentía de no haberle preguntado cómo ayudarla a ser feliz, en cierto modo, sentía que era su obligación sacarla de ese deambular eterno, cargando esa urna, donde seguramente, ella creía, estarían las cenizas de alguien a quien amaba.

Cenaba en casa, deprimido cuando Kuamba se sentó a la mesa con él tomando su mano en señal de solidaridad.

―Vamos, quita esa cara. Nadie espera realmente que resuelvas todo en tan poco tiempo. Aun los más sabios tardaron décadas en encontrar algo de importancia sobre esta isla.

―Noho no querrá que yo esté décadas en este lugar ―dijo él―, buscará el modo de dejarme fuera. Y, a decir verdad, no tengo idea de qué demonios haría yo con una carrera que no quería tener, con una esposa que no elegí y con un hijo que viene a este mundo por una situación que no acabo de comprender.

―No te preocupes, yo me encargaré de que Noho no pueda dejarte fuera. Además, mira lo que pude sacar del archivo restringido.

Kuamba sacó un libro de aspecto antiquísimo. La cubierta estaba tan dañada que la hechicera tuvo que colocarlo en la mesa con sumo cuidado para que no se maltratara.

―¿Qué es? ―preguntó Ndomi.

―Es nada menos que un libro escrito por la misma Uthe ―dijo Kuamba, sonriente―. Noho lo encontró hace apenas unos cinco años. Se suponía que debía darte acceso a él, pero algo me dice que no tenía intención de mencionártelo siquiera.

―¿Y cómo lograste sacarlo?

―Ese felino es bastante útil, ¿sabes? ―rio Kuamba―. Amenazó a un puñado de ratones y los obligó a obtenerlo por él a cambio de no considerarlos en su menú.

―Bien pues… no sé nada sobre jeroglíficos antiguos, pero supongo que será momento de comenzar.

Con sumo cuidado, Ndomi comenzó a revisar hoja por hoja. Era una combinación de la escritura de la era de Uthe ―que era muy similar al lenguaje que él usaba― con lenguas de la era de la monarquía. De nuevo se sintió intrigado, había demasiadas ligas entre la era de Tso y la de Uthe en toda esa isla.

Al llegar a una de las páginas centrales, sus ojos se iluminaron. Había bosquejos generales de su castillo, pero no sólo eso, también había dibujos de los dos castillos de la isla de Kutsi, el que está cerca del puerto y el que está en ruinas entre la jungla.

Recordaba poco del castillo del puerto de Kutsi, pero de lo poco que recordaba, casi podía jurar que había una habitación que no estaba a la vista. Debajo del dibujo que mostraba esa habitación oculta, había una serie de instrucciones en lengua antigua.

En el plano del castillo de Uthe, estaban unas habitaciones de las que ya había escuchado. Muchos especulaban que había cuartos ocultos en el primer, segundo, y tercer piso, los tres a la misma altura. Incluso una de ellas tenía una puerta que, al abrirla, daba a una pared. Y en efecto, se marcaban en ese bosquejo, sin embargo, en los planos las habitaciones eran nombradas en lengua antigua. Lo que le llamaba la atención de ellas, es que las nombraba como  “Kütsi tëtsi”. Se preguntaba si tenía algo que ver con la isla de Kutsi.

Esa misma tarde sacó copias ampliadas de los planos, y pasó todo el día siguiente comparando con la distribución actual del castillo. Había espacio suficiente para muchas habitaciones, sin embargo, en el plano de su diario, la mayoría eran áreas muy abiertas. Hizo anotaciones sobre las hojas. Lo único que nunca encontró, fue una especie de balcón en el tercer piso que se supone debería dar hacia el acantilado y cuya única puerta de entrada estaba en una de las habitaciones ocultas. Subió a la azotea, para ver si desde ahí notaba esa terraza, pero no había nada. Llegó a la conclusión de que tal vez, la agregó en el plano, pero nunca se construyó.

Otra cosa curiosa sobre el tercer piso era que aparte de esa terraza, sólo tenía una habitación, y esa era una de las que nadie había podido encontrar acceso. El resto era un enorme salón. Y, por último, en el cuarto piso, en la sala de astronomía, estaba aquel pilar grueso y en efecto, el plano no lo marcaba como un pilar, sino como una habitación circular.




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