Ximantsi I. Los secretos en la isla de la hechicera

La espada de fuego

El grupo se dispersó por toda la isla en busca de Banxu, pero no había rastro alguno de su paradero. No había congregaciones de guardias ni sitios con algún bloqueo que indicara dónde la tenían.

Ndomi recurrió a la última opción, tendría que esperar oculto en el puerto a que el barco atracara y seguir a Toke, él seguramente sería llevado donde Banxu, pero si el zuthu había seguido al barco, eso le daría muy poco tiempo para rescatarlos a ella y al bebé.

El sol se ocultaba cuando el barco apareció en el horizonte y Ndomi se escondió entre rocas y arbustos, atento a su llegada.

Los primeros en bajar fueron los cachorros, los cuales ya tenían un tamaño considerable. Ndomi hizo sonar un silbato ultrasónico para que sólo ellos lo escucharan y acudieran a su llamado. Les explicó brevemente la situación, pidiéndoles su ayuda y los cachorros susurraron unos minutos entre sí.

―Haremos que los guardias suban al barco ―dijo uno de los cachorros―. Sé quién nos puede ayudar: el capitán Nunane.

―¿El capitán? ―dijo Ndomi, escéptico.

―Usted escapó de la prisión, ¿o no? Creo que podemos usar eso ―dijo el cachorro―. Confíe en nosotros, enviaré a Ode, él seguro determinará el paradero de Banxu.

No dieron pie a palabra alguna, simplemente echaron a correr de vuelta al barco. A los pocos minutos Ode, el mixi, llegó con Ndomi.

―Ya sé dónde la tienen ―dijo el felino―, está en el área de astronomía del castillo, Toke quiere tender una nueva trampa, piensa engañar al zuthu para que posea al bebé en lugar de a él y después usarlo para que lo lleven a Hatso sin estar poseído. La ambición lo ha enloquecido, él está seguro de que el cuerpo del zuthu evitará que la energía del Made lo destruya.

―¡Maldito bastardo! ―Ndomi estuvo a punto de echar a correr, pero el Mixi lo detuvo.

―Espere, aún no, el capitán debe distraer a los guardias primero.

En ese momento se escuchó el llamado de Noho desde el castillo, diciendo que Ndomi había escapado de la mazmorra y ordenaba a los guardias buscarlo, esto hizo que los guardias salieran de inmediato, dejando el castillo desprotegido.

―Ahí va Toke ―señaló Ode a un anciano que salía en silla de ruedas del barco―, vamos, que no nos vean los guardias.

En ese momento, la voz del capitán Nunane se escuchó por el altavoz del barco.

―¡Guardias, al barco! ¡El sospechoso se oculta entre la maquinaria! ¡Arquitecto Ndomi, le habla el capitán, los guardias ingresarán ahora al barco, dese por vencido!

―Es la señal ―dijo Ode.

Ndomi salió corriendo por entre la maleza. Pero el consejero Toke había sido llevado a un automóvil, con lo que seguramente adelantaría el kilómetro que había del puerto al castillo. Ndomi corrió por entre las calles e hizo a un conductor detenerse.

―¡Baje, ahora! ―gruñó lanzándose encima del cofre del auto, el conductor, aterrado, bajó del automóvil.

Pero el auto del consejero se había adelantado demasiado. Ndomi lo vio a lo lejos, bajando del auto e ingresando al castillo, pisó el acelerador a fondo y saltó del auto aun en marcha con el mixi saltando tras él.

Una cuarteta de guardias les cerró el paso, pero Ndomi ya no podía ni siquiera pensar en amedrentarse por ellos, de un golpe arrebató su arma a uno de los guardias y lo golpeó con la culata dejándolo inconsciente, al segundo le dio un golpe en el estómago con el arma, quedó sin aliento tirado en el suelo. Amenazó a los otros al ver que le apuntaban con armas de menor poder. Sentía tanta rabia que no podía pensar en otra cosa que en incinerarlos vivos.

―¡Quítense de mi camino o no respondo!

―¡Está loco! ―gritó uno de los guardias―. ¡Necesitamos refuerzos!

Pero Ndomi no estaba como para recibir a más gente impidiéndole el paso, con furia los golpeó en la cabeza, los empujó hacia el cuarto de mantenimiento y bloqueó la puerta.

―¡Acá arriba! ―gritó Ode―. ¡En el observatorio!

Ndomi corrió hacia el cuarto piso, pero un portón de metal mantenía cerrada la sala, Ndomi intentó por todos los medios abrirla, sin éxito. Un chillido estridente junto con un alarido de dolor de Banxu hizo que la piel se le erizara.

―¡Ha llegado el zuthu! ―dijo Ode observando desde una ventana―. Los guardias intentan controlarlo en el puerto.

―¡Ndomi! ―gritaba Banxu desde el observatorio―, ¡ayúdame! ¡Quiere sacarme el bebé a…! ¡Ahhhh! ―Ndomi cayó de rodillas, con los ojos desorbitados, los alaridos de Banxu eran cada vez más terribles―. ¡Me está abriendo el vientre!

―¿Le está practicando una cesárea sin anestesia? ―Kuamba llegaba con un rictus de terror en su rostro―. ¡Por todos los espíritus! ¡La va a matar!

―¿Qué hago? ―chilló Ndomi, suplicante.

―¡Toma! ―Kuamba le extendió un trozo de roca traslúcida que llevaba en las manos, así como la espada antigua.

―¿Qué hago yo con esto?

―Tienes que derrotar al zuthu antes de que llegue al castillo ―decía Kuamba, temblando―, nosotros nos encargaremos de liberar a Banxu.

―¿Y lo voy a derrotar con esta piedra? ―dijo Ndomi, enfadado.




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