Jess miró al hombre frente a ella y contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. Parecía como si Brett, o Dios, estuviera burlándose de ella. No quería ser grosera, así que le sonrió al hombre alto y moreno, con cabeza rapada y se giró hacia Brett, entornando los ojos. Susurró un "¿En serio?" y quiso pisarle el dedo gordo del pie cuando él le dedicó una ligera sonrisa de superioridad.
Él le había repetido un millón de veces que ella tenía dibujado un estereotipo dibujado en la cabeza y que el 80% de los guardaespaldas del mundo no eran como ella los imaginaba, pero aquel hombre parado frente a ella que se hacía llamar Russell era tan trillado y cliché como un mayordomo ingles llamado Jaime.
Era tal cual los guardaespaldas de los dibujos animados y ni en un millón de años pasaría desapercibido, mucho menos siguiéndola en ese auto.
—¿Podemos hablar un segundo en privado, por favor? —Le preguntó a Brett.
Este miró su reloj con gesto teatral y negó con la cabeza.
—Lo siento, pero se me hace tarde —dijo, caminando hasta su auto— Russell te acompañará hasta el trabajo y estará contigo en todo momento.
Jessica hizo una mueca antes de poder evitarlo y al hombre no le paso por alto el gesto.
—Le prometo que será como si no estuviera ahí, señora. —aseguro, con extraño acento marcado en la voz. Lo que faltaba.
La mueca de Jess se acentuó un poco más.
—No soy señora, soy Jessica. Tengo 19.
Ni siquiera tenía idea de por qué le había dicho aquello a Russell, pero en lugar de quedarse para averiguarlo, volvió al interior de la casa a por Bree y su bolso. Ella también llegaría tarde si no se apresuraba.
Russell ya estaba en su auto cuando Jess salió de la casa y ella se preguntó con humor qué parecía más, si un guardaespaldas en toda regla o un hombre de negro. Igual se sentía bastante incómoda con la situación mientras el hombre la seguía a la prudente distancia de cuatro autos, no le parecía sentirse como si él no estuviera allí, al contrario, era muy consciente de su presencia.
Dejó a Bree con su madre y se enfiló hacia el trabajo. Con toda la locura de la discusión de la noche anterior y el conocer a su nuevo acompañante se le había hecho tarde para el trabajo. Al llegar a la oficina aparcó su auto en el lugar de siempre y vio a Russell aparcar algunos lugares más atrás, desde donde tenía una visión perfecta de su auto. ¿Qué pensaba hacer? ¿Quedarse allí todo el día, hasta que ella saliera de trabajar? No quería imaginarse cuanto dinero debía estar pagando Brett para eso.
Salió de su auto y se acercó al hombre.
—Puedes irte a algún lugar si quieres, Russell. Estaré bien aquí —dijo, intentando no parecer que quería deshacerse de él.
—No, gracias —negó él, con cara de que no le interesaba continuar con ningún tipo de conversación con ella.
—Estaré ahí dentro ocho horas. Creo que vas a aburrirte aquí sentado —Intentó persuadirlo.
—Me pagan para estar aquí sentado, señora —puntualizó.
Jessica quiso gritarle que no le dijera señora, pero se controló. Respiró profundo, asintió y se dio la vuelta hasta entrar en el edificio.
Dan no estaba en la oficina, pero había un café sobre su escritorio, lo que la hizo sonreír. Dan siempre llegaba primero que todos y con frecuencia se iba después, los días que estaba de buen humor se detenía y compraba café para ambos, cuando no lo estaba, entonces Jessica tenía que caminar tres calles por un café decente o tomar el de la compañía. Casi siempre elegía la segunda opción.
Tomó su café y se sentó tras su escritorio mientras esperaba a que encendiera su ordenador. Su mente se dirigió al hombre que estaba sentado en el aparcamiento en ese momento. Esperaba que Russell atrapara a quien fuera que estuviera dejando esas estúpidas notas en su auto y le diera un susto de muerte con esa cara de león hambriento que tenía para que así ella pudiera seguir con su vida sin la necesidad de un hombre de negro siguiéndola todo el día.
El sonido de su teléfono le hizo dejar de lado lo que estaba haciendo. Su madre nunca llamaba, bueno... casi nunca. Solía hacerle breves llamadas para preguntarles por cosas que generalmente Jessica había olvidado en casa, pero ese día no había olvidado nada, o eso esperaba.
—Dime por qué hay un hombre vestido de negro en un auto frente a mi casa que no se ha movido en toda la mañana —preguntó su madre tan pronto contestó.
Jess cerró los ojos con fuerza. ¿En serio Brett había llegado tan lejos? Esperaba que su familia no tuviera que enterarse de esa locura del guardaespaldas, pero era evidente que no tenía tanta suerte. Nunca había tenido tanta suerte.
—No te preocupes, mamá, solo es... —hizo una pausa para organizar sus palabras, pero ni siquiera tenía idea de qué decirle—. ¿Puedo llamarte en unos minutos?
Editado: 24.04.2018