Dieciocho meses atrás.
Jessica miró en todas direcciones del atestado bar. Volvió a preguntarse por qué maldita razón había permitido que Sandra la llevara a aquel lugar. El sitio era horrible y las luces la tenían mareada, bueno... tal vez, solo tal vez, fuera más culpa del vodka que de las luces, pero en definitiva era culpa de Sandra.
Si; Rose, de Mercadeo, dejaba la empresa. Sí, había sido una excelente empleada durante más de 20 años. Sí, una vez le había regalado una goma de mascar para "endulzarle la vida", pero eso no quería decir que Jess estuviera obligada a acudir a aquella espantosa fiesta de despedida; seguro que ni siquiera la pobre Rose estaba disfrutándola.
Tal vez Jessica no fuera una experta en el tema, pero si ella fuera Rose, tuviera tres hijos adolescentes y más de cincuenta años, no quisiera que sus compañeros de trabajo le organizaran una fiesta de despedida en un bar de moda lleno de jóvenes ebrios y con música Dance demasiado alta incluso para una adolescente de 18 años, como Jess.
Sandra había desaparecido de la mano de una chica llamada Emily que se le había llevado diciéndole cosas que Jessica no había podido escuchar, pero que habían parecido muy interesantes para su amiga. Y allí estaba ella, abandonada en la barra.
Jess pidió otro vodka, el quinto o sexto de la noche, y se lo tomó de un trago. Sandra era su conductora designada, pero dado que había desaparecido hacía casi treinta y cinco minutos y Jessica no había logrado encontrarla –aunque no había intentado buscarla, realmente- tal vez debería dejar de tomar. Estaba demasiado achispada gracias a los tragos. No era la primera vez que bebía, claro que no, había ido a la segundaria; pero si era la primera vez que tomaba algo no fuera cerveza. El vodka era muy diferente que la cerveza y también su efecto era mucho más rápido, por eso ahora sentía a su cabeza dar vueltas y más vueltas, cuando con cinco cervezas solo se sentiría un poco más alegre de lo normal.
Como si el destino la odiara, justo cuando terminó su vodka, su jefe se paró junto a ella en la barra, no la había visto; de hecho, si iba la mitad de ebrio que ella, con suerte podría verse las palmas de la mano y reconocer que eran suyas. "¡Genial, Jessica! Ebria y abandonada por tu única amiga en un bar junto a tu jefe".
Mientras el hombre pedía su Whisky doble, Jess se permitió observarlo un poco. Llevaba poco más de un mes trabajando con él, pero no lo miraba con mucha frecuencia, aunque espiaba un poco cuando sabía que él no estaba atento. Nunca lo admitiría, pero su jefe la intrigaba y la atraía. No era extraño que se preguntara que hacía él ahí, porque, ¡Vamos! Su jefe no era ni un poco sociable, de hecho, si había algo en lo que toda la empresa estaba de acuerdo era en que Brett Henderson era un cretino. Nadie nunca se lo diría a la cara, pero no había una sola persona en toda la empresa que lo soporta, excepto por su hermano, quizá, y Jessica que en ocasiones se encontraba fantaseando con él, lo cual estaba muy mal, porque su jefe tenía una novia. Una linda, simpática y sonriente novia que parecía ser el perfecto Ying de simpatía que el Yang de Brett Henderson necesitaba.
Jess apartó la vista de su jefe y la fijó en el barman. No necesitó abrir la boca para que este entendiera y le sirviera otro vodka, a ese paso si Sandra no aparecía para llevarla a casa tendría que acurrucarse en una esquina de aquel horroroso lugar y quedarse allí hasta que todo ese alcohol saliera de su organismo. Ya ni siquiera podía estar segura de sí había olvidado su nombre o simplemente no tenía uno.
—¿Jessica? ¿Jessica Davis? — Jess escuchó la inconfundible voz de su jefe y se giró, fingiendo que no lo había visto.
—Señor... —balbuceó. Ni siquiera el haberlo visto unos segundos antes le ayudaban a hablar con coherencia frente a él, porque tal vez su presencia junto a ella no la sorprendía, pero sí que le hablara. Era lógico esperar que la ignorara, porque siempre lo hacía.
Su jefe alzó una ceja mientras la miraba de arriba abajo. Jessica olvidó su vodka mientras observaba atentamente como él llevaba su vaso con whisky hasta sus labios. Brett Henderson no era lo que ella llamaría sexy, ¿A quién quería engañar? Si lo era, aunque ni siquiera sabía con exactitud como describirlo, solo que no podía dejar de mirar sus ojos demasiado azules, y estaba muy ebria para que le importara.
—¿Estás borracha? — cuestionó él y Jess se preguntó si se había imaginado esa pequeña sonrisa en sus labios. No estaba segura de sí ella estaba demasiado ebria para imaginar que sonreía o él estaba demasiado ebrio para sonreír.
Jessica no lo había visto sonreír ni una sola vez en casi dos meses, el gesto causaba un cambio para bien en su ya atractivo rostro.
¡Ay por Dios, Jessica! ¿Qué estás pensando? ¡Es tu jefe!
—Voy a tomar ese silencio como una afirmación —dijo y su sonrisa se hizo una más amplia, los ojos de su jefe la recorrieron entera, antes de fijarse en sus ojos.
Editado: 24.04.2018