Estar atada a una silla pegada al suelo en un lugar oscuro y asqueroso donde había ratas y un bebé que lloraba toda la noche no era una bonita combinación para que el tiempo pasara rápido. De hecho, era una pesadilla.
Ella sabía que su voz no bastaría para hacer callar a Bree, pero de todos modos lo había intentado. Y cuando no había funcionado había pasado lo que se había sentido como horas llamando a gritos a Miranda, aunque tampoco había funcionado.
La cabeza se sentía como si fuera a explotarle y la garganta le escocía y eso era lo único que había obtenido de su sesión de gritos. Bree no parecía muy dispuesta a dejar de llorar y a ella no le quedaba fuerzas para seguir intentándolo.
Así que Jess había dejado que la rabia la abandonara y le permitió a la desesperación que ocupara su lugar.
Al final, Bree había dejado de llorar, pero solo por un rato que se sintió muy corto. Tal vez porque la había vencido el cansancio mientras Jess forcejeaba con la estúpida silla de hierro. Tenía la esperanza de que en algún momento cediera a la presión y se despegara del suelo, pero era evidente que Miranda había hecho un buen trabajo porque no consiguió ni un crujido que le indicaba que lo estaba logrando.
Lo único que consiguió fue un espantoso dolor de brazos y que sus ganas de llorar se convirtieran en lágrimas auténticas.
Antes de que tuviera de pensar en un plan B, los gritos de Bree volvieron a inundar el lugar y la desesperación y las lágrimas se llevaron la poca capacidad de concentración que le quedaba.
Por enésima vez, miró a todos lados, como si esperara que en los últimos minutos hubiera aparecido una herramienta mágica que la ayudara a soltarse de aquella horrible silla, tomar a su hija y poder volver a casa.
Y entonces, la puerta se abrió de golpe y Miranda asomó en el mugriento sótano con una expresión que denotaba cualquier cosa, menos buen humor, lo que ya por si solo era inquietante. Si de buen humor había sido capaz de secuestrarla, Jess no quería imaginar que hacía cuando estaba molesta.
— ¡Qué horror! Jessica, por Dios, ¿Por qué no haces nada para callar ese tomento? —chilló sobre los gritos de la pequeña.
Jessica sintió ganas de poder golpearla con la misma maldita silla en la cara hasta que no tuviera que volver a verla, o por lo menos gritarle todos los improperios que estaba pensando en ese momento, pero estaba física y mentalmente agotada. La garganta le dolía y la cabeza le daba cada vez más vueltas; no creía ser capaz de lograr llevar a cabo nada de lo que había pensado.
—No entiendo como pretendes que haga algo. Está tan lejos como puedes ponerla; estoy atada y ella hambrienta —dijo, su voz sonaba como un graznido y cada palabra era más dolorosa que la anterior —. Si no me sueltas esta cosa con la que ligas te las manos y me dejas hacer algo, se pondrá peor.
Miranda se quedó en silencio, como si sopesara lo que acababa de decirle.
—Tiene razón —asintió, al cabo de unos instantes—. Tienes mucha razón.
Jess se permitió sentir esperanza y se contuvo para no soltar un suspiro alivio cuando la vio caminar hacia Bree, Miranda se detuvo y la observó durante un rato mientras la pequeña lloraba y la ansiedad de Jessica aumentaba, tomó la sillita de la niña y se volvió.
Bueno, aun no lograba encontrar la forma de salir de allí, pero al menos había ablandado un poco el duro corazón de Miranda. Quizá la luz del sol espantaba su locura y esperaba que hiciera lo mismo con todo lo demás, porque si Miranda iba a soltarle las manos, esa sería la única oportunidad que tendría para escapar de allí.
Sonrió para sus adentros, pero entonces la bruja loca pasó junto a ella con la silla de Bree en los brazos en dirección a la puerta. A Jessica le costó un momento entender que no iba a entregársela, no tenía en mente darle a su hija.
—¿Qué haces? —inquirió asustada— ¿Dónde la llevas, Miranda? —chilló aun más fuerte cuando esta fingió no escucharla.
Ella siguió ignorándola mientras recorría con toda la calma posible el camino hacia la puerta. Solo se giró hacia Jess cuando la esta estuvo abierta.
Una vez más esa sonrisa luminosa surcó su rostro y Jessica se prometió que si le hacía algo a su bebé le sacaría todos los dientes de forma lenta y dolorosa.
—Tienes razón, Jessica, no va a callarse. Nunca, por lo que veo, así que me la llevaré a algún lugar donde no me moleste.
Jess se quedó pasmada al escuchar esas palabras dicha de una forma tan fría. Su corazón se detuvo y una parte de ella le dijo que debía ser una broma. Tenía que ser una broma, porque nadie podía estar tan loco.
¿A quién quería engañar? Miranda la había dejado encerrada y atada en aquel asqueroso lugar con su bebé hambrienta llorando toda la noche, era momento de que aceptara que era capaz de cualquier cosa y pretendía llevarse a su hija sabía Dios donde.
¿En qué diablos había estado pensando cuando se le ocurrió la brillante idea de hacer razonar a esa maldita loca? Se había creído muy lista y lo único que había logrado era hundirse un poco más, y eso, que unos segundos atrás creía que eso era imposible, dadas las circunstancias.
Editado: 24.04.2018