Sara
El ruidoso despertador lleva más de cinco minutos haciendo eco por toda la habitación y su estridente sonido parece que vaya a derrumbar las paredes blancas con las estanterías llenas de libros y las fotos con mis amigas. Me desperezo en la cama sentándome en ella. No odio los lunes pero es el día de la semana en que me da más pereza levantarme de la cama. O quizás los domingos.
Pongo los pies en la pequeña alfombra peluda con forma de gato blanco antes de ponerme las pantuflas de andar por casa. No sé porqué sigo utilizando el horrible despertador que me regaló mi hermana por mi cumpleaños y no pongo una alarma en el móvil para despertarme como cualquier persona normal que viva en el siglo XXI.
La abuela debe de estar haciendo pancakes otra vez para desayunar, huelo el olor a esencia de vainilla y a agave desde el pasillo. Me encanta este olor y la abuela lo sabe. Solo comemos pancakes los días en que celebramos algo y los domingos antes de ir a la iglesia. Yo los comería todos los días.
Paso por delante de la habitación de mis padres sin hacer ruido, mamá debe de haber llegado hace poco del turno de noche y debe estar durmiendo como una marmota, y papá ya debe de estar de camino a la oficina.
Cuando llego a la cocina me encuentro en que mi abuela ya ha servido la mesa y el desayuno se encuentra en mi sitio.
—Buenos días, abu. —Le beso la mejilla mientras lava los cacharros en el salpicadero— Deja eso, ya lo haré yo después.
—Oh, no, cielo. No te preocupes, solo come —me sonríe y me señala la silla para que me siente.
Le hago caso y empiezo a zampar tortitas como una posesa. Tengo que reconocer que estoy un poco nerviosa. Hoy es mi primer día en la universidad. Empiezo la carrera de trabajo social y la verdad, no sé como irá la cosa. Hace unos meses lo dejé con mi antiguo novio, Jeff y sé que me lo puedo encontrar por el campus… La Universidad de Helena no es tan grande al fin y al cabo. Pero por otra parte puede que también vea a Peter. Nos hemos hecho bastante amigos desde que lo dejé con su mejor amigo, por muy descabellado que suene la cosa. Peter es un buen chico.
—¿Eh? —aterrizo cuando oigo la voz de mi abuela llamándome.
—Preguntaba si Leyla pasará a recogerte para ir juntas a clase, cielo.
—¿Leyla? Ah, no, no, no; me voy a ir con Samantha, abu —le aclaro volviendo a mi plato.
—¿Samantha? —pregunta extrañada con el entrecejo fruncido—. Pero si tu hermana hace media hora que se ha ido.
—¿Cómo? ¡Pero si acordamos que me acompañaría el primer día!
—Tu padre le ha dejado el coche, tu madre ha parado en la gasolinera de camino a casa para que fuera tranquila.
—¡¿El coche?! —Vale, qué está pasando.
Me pongo de pie casi de un salto y corro escaleras arriba hacia mi habitación y lo primero que hago al entrar es ir directa a la ventana. El coche que normalmente está aparcado delante de casa no está. Pero, ¿cómo se puede ser tan traidora? No puedo llegar tarde el primer día de clase. Le mando un mensaje a Leyla casi implorando que pase por mí y me visto a la velocidad de la luz. Cuando bajo las escaleras mi abuela está de pie en el pasillo al lado de la puerta.
—No sabía nada, sino le habría dicho a Sam que te esperara. —Me acuna la cara con las manos.
—No te preocupes abuela, es su culpa, ya hablaré con ella más tarde —la tranquilizo.
—Bien —dice acariciándome las mejillas—. ¿Tienes cómo llegar?
—Sí, he hablado con Leyla. Nos vemos por la tarde.
Le beso la mejilla y salgo pitando de casa. Camino rápido, casi corriendo hasta la esquina de mi calle y me siento en el bordillo de la acera a esperar que Leyla, de alguna forma, haya visto mi mensaje por algún tipo de alineación astral y se esté dirigiendo a mi casa. Pero el mensaje no aparece como leído. Y ya voy tarde.
Es hora de sopesar otras opciones.
¿Voy andando? Llegaría más tarde aún, cansada y sudada. Descartado. ¿En bus? Tendría que ir hasta la parada más cercana que llevara a la universidad andando y luego esperar que venga, luego unos veinte minutos de trayecto… Descartado. Un taxi. ¿Con qué dinero, tonta?
Saco el móvil y texteo a Sabrina, solo tiene moto y no me gusta mucho la idea, pero llegaría rápido seguro. Su mensaje no tarda en llegar. Ya está en clase. Mierda. Leeylaaaa. La llamo, vale, la llamo. No entres en pánico, Sara. Intento tranquilizarme mientras repico el pie derecho impaciente contra el suelo a la vez que suspiro nerviosa. No me gusta hablar mucho con gente por teléfono, es un poco incómodo, pueden notar si te sientes insegura e indecisa por tu tono de voz, cosa que no pasa con los mensajes.
—¿Sara? —Escucho la voz adormilada de mi mejor amiga al otro lado de la línea.
—Oye, ¿dónde estás? ¿Has visto mi mensaje? Necesito que me lleves a clase —contesto nerviosa.
—¿A clase? ¿Para qué? —me dice aún con la voz ronca.
—Ley, ¡hoy es el primer día de universidad! —me exaspera mientras la oigo reírse por lo bajo.
—Vooy. —Y cuelga.
Llega veinte minutos más tarde con las ventanillas bajadas y la playlist de Miami Sound Machine a todo volumen.
—Mima, ¿por qué te alteras tanto? Nadie va a clase el primer día. Estamos en la universidad —se ríe mientras se acomoda las gafas de sol.
—Tenía que haber ido con mi hermana pero se ha marchado sin mí. La voy a matar —digo mientras me abrocho el cinturón de seguridad.
—Tu hermana es genial, hace lo que le sale de los ovarios. Yo de mayor quiero ser como ella. —Da saltitos en el asiento mientras no deja de mirar al frente mientras conduce.
—Como ella, ¿cómo exactamente? ¿Una irresponsable? Porque me ha dejado tirada. Ti-ra-da.
—Eres una exagerada. Exa-ge-ra-da —me sonríe y yo aparto la vista y me centro en el paisaje.
A las doce del mediodía, tras mi última presentación me encamino hacia la cafetería de la facultad de medicina, es donde Sabrina ha empezado enfermería hoy y está a medio camino de mi facultad y la de Leyla, así que hemos decidido quedar allí. Atravieso el césped que hay entre los dos edificios paseando la vista por los alumnos que almuerzan en el suelo, en modo picnic, aprovechando el buen día que hace cuando me quedo parada a un metro de la puerta en cuando veo quién la abre desde dentro. El sol de septiembre le da en la cara al salir y sus ojos parecen de color hierba, pero de esa hierba que sale en el campo en primavera, de esa a la que te mandan a tocar cuendo te alteras. Su piel, normalmente más blanca que la nieve, ha adquirido un leve tono bronceado durante este verano y le queda fenomenal. Su sonrisa se ilumina cuando me ve y un hoyuelo tímido aparece en la parte superior de su comisura izquierda.