Sara
—Mi salmón ha decido volver al mar cansado de esperar que me lo comiera —me reprocha Leyla mientras me siento en la mesa con mi bandeja de comida.
—Los salmones son peces de río, burra —le regaña Sabrina—. Y no has esperado una mierda, te lo has zampado todo nada más llegar.
—Los salmones solo vuelven al río para criar, cateta. —Le molesta poniendo muecas y Sabrina sonríe negando con la cabeza.
—Lo siento, me he encontrado con Peter en la entrada y nos hemos puesto al corriente —me disculpo.
—Pero si os visteis la semana pasada. Habéis estado todo el verano pegados el uno al otro —se burla Leyla.
—¡No es verdad! —me defiendo—. Solo hemos coincidido en la piscina municipal…
—Unas diecisiete veces —bromea la rubia.
—¿Diecisiete o cuarenta y dos? —le sigue la broma Sabrina.
—Era el socorrista, está claro que iba estar ahí todas las veces que fuera, es su trabajo —me defiendo.
—Eso lo tenemos claro, lo que nos sorprende es tu repentina obsesión por las piscinas públicas —se ríe Leyla.
Abro la boca para contestarle pero Irina entra por la puerta en ese preciso instante y me callo. No le gusta que discutamos aunque sea bromeando.
—¡Perdón, perdón, perdón! —empieza a disculparse—. He intentado escabullirme en el receso que tenemos por comer, pero justo en ese momento ha entrado un San Bernardo lleno de barro y la jefa me ha obligado a atenderlo. ¡No veáis cómo tenía el pelo!
—De verdad Irina, como me alegro de ser estudiante —dice Leyla.
—Habló la ricachona acomodada que no necesita un part time job —le reclama Sabrina.
—¡Eh, no, no! Que yo soy becada guapa, te recuerdo que a la que le pagan la carrera es a ti —se ofende en broma Leyla— Y yo trabajo de niñera 24/7.
—Cuidar de tus hermanas pequeñas no es un trabajo remunerado —le contesto.
—Pero es 24/7 —sentencia.
—A mí me encanta atender a los animales que llegan a la peluquería —interviene Irina con su voz suave—. Igual que atender la tienda.
—Tienes demasiada paciencia, te envidio —le contesta Leyla tirándole un beso con la mano. Sabrina rueda los ojos. Primera vez en lo que va de día.
—¿Y qué tal os sentís siendo universitarias? ¿Qué tal las presentaciones? —pregunta Irina con emoción.
—Un aburrimiento.
—Solo es el primer día.
—Pues a mí me ha encantado, —contradigo, e Irina se centra en escucharme— aunque me haya perdido la primera clase, las demás han ido genial. Sabéis que tenía dudas antes del verano pero de momento no me arrepiento en absoluto.
—¡Qué bien! Jo, estoy tan feliz por ti —hace un puchero y estira los brazos por encima de la mesa para agarrarme las manos con cariño—. Sé que no fue el final de curso que habías soñado pero creo sinceramente que las vacaciones te han sentado genial.
—Con tantos viajes a la piscina muni…
—¡Leyla! —la riño.
Irina sonríe con sinceridad mientras me anima y Leyla finge que esta bebiendo agua de su vaso para ocultar una sonrisa que capto igualmente. Irina ha pasado todo el verano en Alaska visitando a su familia con sus padres y, claro, no he tenido tiempo de ponerla al corriente de todo. A ver, que no hay nada, aunque Leyla y Sabrina piensen que sí.
—¿Sabéis a quién me he encontrado antes de venir? —vuelve a hablar Irina— ¡A Peter Jones! Está guapísimo Sara, ¡si lo vieras!
—Oh, pero si ya se han visto, hemos comido frío gracias al encuentro. —Vuelve a bromear Leyla y Sabrina sonríe divertida.
—No ha sido para tanto —la aniquilo con la mirada—. Solo nos hemos puesto al corriente y ya está —vuelvo a aclarar.
—Sí, porque casi no se han visto este verano —concluye Sabrina y Leyla estalla finalmente en carcajadas.
La semana se pasa volando y el sábado por la mañana recibo un mensaje de Leyla. Fiesta universitaria en no sé qué hermandad. Paso. ¿Cómo se entera de esto siendo de primer año? Sus habilidades sociales a veces me dan envidia, luego recuerdo que también me dan vergüenza ajena y se me pasa.
Le contesto que no voy a ir y salgo al patio trasero a ayudar a mi madre a tender la ropa.
—Ya era hora bella durmiente —me saluda mi madre—. ¿Has desayunado?
—No, no tengo hambre —le digo mientras agarro una camiseta y la doblo en el cordón de tender.
—Pues mira, mejor, que con las horas que son si desayunas luego no tienes hambre para el almuerzo.
Mi mirada se desvía a la ventana de la cocina donde vislumbro la silueta de Samantha recién levantada con su batín rosa y su moño mañanero preparándose un café y unas tostadas.
—Samantha está preparándose el desayuno —anuncio—. Espero que le digas algo si luego no se termina el almuerzo.
—Anda, no digas tonterías. Tu hermana tiene turno de tarde en el restaurante y no va a poder cenar en condiciones, deja que coma a gusto.
Pongo una mueca cuando mi madre se voltea a agarrar más ropa del cesto. Mi hermana siempre consigue salirse con la suya de una forma u otra. Como el lunes, que pese a haberme dejado tirada, al final no le dije nada porque según ella tuvo una urgencia con una amiga.
Pasadas las tres de la tarde vuelvo a recibir un mensaje de Leyla, está vez por el grupo que tenemos las cuatro, llamándonos aburridas. Por lo visto Sabrina e Irina tampoco van a ir a la fiesta porque es su noche de peli de terror. Tienen la tradición de quedar una vez al mes para ver una película de miedo, lo hacen desde pequeñas. Exactamente desde que Irina se mudó desde Alaska y la madre de Sabrina la presionó para que la trajera a su casa para jugar y Sabrina, evidentemente, en lugar de jugar con muñecas le puso Candyman en la televisión.
Me paso la tarde repasando apuntes y organizándome las clases de la semana que viene. Después de cenar me echo en mi cama y me pongo a ver fotos en el móvil. Peter ha subido stories en casa de su amigo Scott, supongo que preparándose para la fiesta. Me entra el gusanillo de ir pero ya llevo el pijama y conociendo a Leyla seguro que si me retracto ahora estará rencorosa toda la noche. No sé por cuánto tiempo me quedo con la luz encendida mirando al techo pero me quedo dormida de un momento a otro y me despierto agitada cuando oigo el timbre de llamada de mi teléfono. Miro la hora antes de descolgar. ¡Son las once de la noche!