Omnisciente
—¿Tú crees que somos un grupo de amigas solo para lo bueno? —su voz suena apagada.
—¿Eh? —Sara se incorpora frotándose los ojos.
—He estado hablando con Sab toda la tarde y no he aclarado nada. ¡Se ha enfadado aún más! Me ha acabado soltando eso.
Despega el móvil de su oreja y revisa la pantalla.
—Leyla…son las dos de la mañana —dice la morena con voz soñolienta.
—No puedo dormir, mima. Llevo horas dándole vueltas. ¿Te puedo contar lo que ha pasado?
Sabe que es una pregunta trampa, ha pasado otras veces. Si le dice que mejor se lo cuente mañana, las ansias se la van a comer viva y no va a pegar ojo en toda la noche.
—Está bien, te pongo en altavoz.
Pone la llamada en altavoz y deja el móvil en la mesita de noche mientras se vuelve a acostar. Sabe muy bien que su amiga lo soltará todo del tirón, así que se prepara para escuchar el inicio y quedarse completamente dormida a continuación.
La semana pasa de una forma extraña para Sara y sus amigas. Sabrina está rencorosa por la forma en la que reaccionaron sus amigas ante la noticia, y Leyla y Irina están ofendidas. Sara solo reza para que las cosas se solucionen pronto ya que en unas pocas semanas será Navidad y no le gustaría tener que pasar las vacaciones de invierno dividida e intentado poner paz en medio de este caos. Quiere que esto se solucione ya.
—No es que no acepten que te gusten las chicas. —Sara intenta animar a Sabrina—. Solo les duele que hayamos sido las últimas en enterarnos cuando se supone que somos tus mejores amigas.
Sabrina y Sara almuerzan solas en la cafetería donde solían hacerlo las cuatro juntas desde la pijamada en casa de Leyla. Irina pasa su receso para comer en la trastienda y la floridana prefiere almorzar en la cafetería de su facultad, o eso es lo que ha conseguido averiguar Sara, pero la verdad es que no se imagina a Leyla comiendo sola en medio de una cafetería llena de gente.
—Ellas deben entender que este no es un tema dónde puedan marcar los tiempos. Era mi decisión cuándo deciros algo tan importante para mí —se defiende Sabrina—. Igualmente no me creo que nunca tuvierais ni la más mínima sospecha.
—Bueno, la verdad es que yo sí que las tuve en su momento, —confiesa Sara— pero si te digo la verdad, siempre pensé que eras bisexual.
—¿Leyla te ha hablado?
—Me llamó para contarme vuestra discusión por videollamada.
—¿Crees que me pasé? —pregunta la azabache mientras se le forma una sonrisa de medio lado.
—La llamaste alcornoque, ¿es en serio? —pregunta Sara sin poder disimular una sonrisa divertida en su rostro.
Sabrina asiente y ambas se echan a reír.
—Te pasaste, Sab y ¿a qué viene eso de que solo somos amigas para lo bueno? —le reclama—. ¿No estuvimos contigo cuando tus padres se separaron o cuando se murió mi abuelo, o incluso, cuando los padres de Irina querían mudarse a Europa?
—No me lo recuerdes —le dice su amiga alzando una mano para que pare—. Está bien. Me pasé en muchas cosas, pero en mi defensa diré que Leyla tiene un don especial para sacarme de mis casillas. ¡Me tuvo tres horas al teléfono! Ya no podía más, solo quería irme a dormir.
—Te entiendo, aún así sabes perfectamente que esa conversación no ha acabado. Lo tenéis que solucionar. ¿Sabes algo de Irina?
—Que baña perros —contesta antes de poner los ojos en blanco.
—Sabrina, por favor, ayúdame en esto —le suplica Sara.
—Le he hablado pero no me contesta ningún mensaje. Me dijo que necesitaba tiempo y no sé nada de ella desde la pijamada.
—Bueno, pues yo sí sé cosas de ella y la verdad es que lo está pasando mal.
—¿Ella lo está pasando mal? —inquiere la azabache.
—Me refiero pasarlo mal en el sentido de estar angustiada porque teme perder tu amistad— se explica la morena.
—De no haber dicho lo que me dijo, no tendría tanto miedo a que dejemos de ser amigas —le recuerda—. Seguro que no está tan afectada, la conozco bien, si tiene contacto con animales diariamente y su novio sigue siendo un imbécil estará bien, porque lo demás no le importa nada.
La voz de Sabrina suena más grave y seria debido a la ira que parece haberle teñido los ojos. Se agarra con las dos manos a su silla cuando habla y sus palabras suenan directas y afiladas con un cuchillo. Sara pone cara de horror al acordarse de cómo sonaba la voz Peter cuando le habló en la fiesta de Acción de Gracias.
—No lo sientes de verdad, estás enfadada. —La voz de Sara suena débil.
—No me digas cómo me siento —le reprocha su amiga.
—Lo que acabas de decir no se lo digas nunca, la heriría.
Sabrina medio asiente antes de ponerse de pie y empezar a recoger sus cosas.
***
Peter, Jeff y Scott forman parte del equipo universitario de básquet. Peter Jones estudia gracias a la beca de deporte que le proporciona la universidad y que se ganó siendo el capitán del equipo de su antiguo instituto, que ganó el torneo estatal. Jeff también era el capitán del equipo de básquet de su instituto, pero no ganaban tantos partidos como Scott y Peter. Así se conocieron, gracias al básquet. Coincidieron por primera vez en un campamento de verano en las afueras de Billings cuando eran pequeños y se hicieron inseparables.
Los tres amigos suelen quedar para hacer partidos amistosos en las pistas del campus, pero en esta fría tarde de otoño, solo están Jeff y Peter. El sol ha comenzado a descender detrás de las colinas, proyectando largas sombras sobre la cancha de baloncesto. Los pájaros han dejado de cantar, solo se oyen los coches a lo lejos y los sonidos de las zapatillas contra el pavimento. Jeff y Peter, se encuentran enfrascados en una intensa partida de uno contra uno, cada uno determinado a demostrar su superioridad en el juego.
Jeff, es alto y delgado, lleva la camiseta blanca empapada en sudor, sostiene el balón entre sus manos. Sus ojos brillan con determinación mientras estudia a su oponente. Peter, de complexión un poco más robusta y vestido con una camiseta roja, mantiene una postura defensiva, con las rodillas ligeramente flexionadas y los brazos abiertos, listos para reaccionar.