Sara
El sonido de las máquinas recreativas, el tintineo de monedas y las risas de los jugadores llenan el aire del arcade. Las luces de neón parpadean de manera colorida, creando un ambiente vibrante y enérgico. Peter y yo estamos en una esquina del arcade, disfrutando de una noche de juegos.
Ha pasado una semana desde que mis amigas y yo fuimos al cumpleaños de Scott. Leyla y Sabrina siguen enfadadas con Cloe y Margaret y no creo que haya una reconciliación pronto. Peter sigue acompañándome en coche a la universidad todos los días, pero no hemos tenido tiempo de volver a quedar entre semana, aunque hablamos todas las noches por mensaje.
He ganado un juego de pinball y sonrío de oreja a oreja, sosteniendo el pequeño osito de peluche que me ha tocado como premio. Peter, a mi lado, no para de sonreír con su hoyuelo más notorio que nunca mientras me acusa, en broma, de haber hecho trampas.
—¡Eres increíble! —dice Peter, dándome una palmadita en la espalda.
—Gracias, pero no soy tan buena. Solo tuve suerte esta vez.
Mientras nos movemos hacia una máquina de juegos de carreras, miro a Peter con una expresión más seria, aunque todavía alegre.
—Oye, quería hablar contigo sobre algo —digo, tratando de sonar casual pero se me escapa con un tono que denota importancia.
Peter, intrigado, se gira hacia mí mientras intenta ajustar su asiento en la máquina de carreras.
—Claro, ¿qué pasa?
Tomo una respiración profunda para elegir bien mis palabras.
—Quería agradecerte lo que hiciste en la fiesta de Scott con Irina y mis amigas. Sabes, defenderlas cuando estaban siendo atacadas por el resto.
Peter se encoge de hombros, tratando de restarle importancia al asunto.
—No fue nada. Solo pensé que era lo correcto. No quería que nadie se sintiera mal.
Le dedico una una mirada cálida, mis ojos lo observan con una profunda apreciación.
—Lo sé. Y por eso, te lo agradezco de verdad. No solo por pedir calma, sino porque te preocupaste por intentar aclarar el malentendido. Eso significa mucho para mí.
Peter sonríe, y percibo un leve rubor en sus mejillas.
—Gracias, Sara. No fue nada, de verdad. Solo quería asegurarme de que todos se sintieran cómodos.
Me acerco un paso más hacia él, mi tono suena más suave y sincero.
—Lo hiciste bien. Eres una buena persona, Peter.
Peter, se ríe nerviosamente mientras gira la rueda del volante en el juego de carreras.
—Me alegra que pienses así. Ya te dije una vez que era perfecto y no me creíste, lo has tenido que comprobar por ti misma—suelta bromeando.
Ruedo los ojos siguiéndole la broma.
—Entonces me alegra tener el placer de pasar esta noche aquí con alguien tan maravilloso —ironizo.
—Sí, la verdad es que este es un gran lugar para tener una cita.
Peter me mira con una sonrisa traviesa mientras creo que mi corazón ha dejado de latir. Debo tener la cara más pálida que un muerto y siento como si se me hubiera bajado la presión. ¿Cita? ¿Ha dicho cita?
—Creo que debemos dejar de fingir —dice con un tono y una expresión más seria—. Nos preocupamos el uno por el otro y nos lo pasamos bien cuando estamos juntos, al menos yo.
No me puedo creer lo que está pasando, lo que están escuchando mis oídos es melodía pura. Noto como si el resto de la sala se desenfocara y solo existiéramos Peter y yo en este preciso momento. Recupero un poco el color en mi rostro y me muerdo el labio inferior ansiosa.
—Peter…
—Tomemoslo con calma —sonríe—. Poco a poco. O no. De momento sigamos ligando.
—¡Peter! —lo regaño con cara de susto y más roja que un tomate.
Se echa a reír y yo miro a ambos lados avergonzada. ¿Hemos estado ligando todo este tiempo? Yo he intentado durante meses que no notara que me gustaba y resulta que para él estábamos tonteando. Intento ahogar el grito de alegría que explota en mi interior y no puedo evitar sonreír como una boba. Esto significa que le gusto. Le debo gustar bastante. Definitivamente no creo que le guste más de lo que a él me gusta a mí. Por su repentina confesión parece que si le gusto como para tontear, es reciente.
Le lanzo una sonrisa cariñosa, y el ambiente entre nosotros se llena de una calidez palpable. La conversación continúa mientras jugamos y reímos, disfrutando de la compañía del otro y del momento presente, aunque no puedo evitar sentir un nerviosismo interno que me carcome por dentro el resto de la velada. Estoy segura que atesoraré este recuerdo en el futuro y que esta noche va estar entre mis favoritas durante mucho tiempo.
La noche en que Peter Jones me confesó que yo también le gustaba.
Desde el día en el arcade Peter y yo hemos sido inseparables. No solo me acompaña a clase y a casa, también almorzamos juntos en la cafetería del edificio de enfermería, hablamos todas las noches y a veces me pasa a buscar al trabajo después de sus entrenamientos. No puedo estar más feliz. Me gusta, me gusta mucho y no me importa que él lo sepa porque yo también le gusto a él. Lo que no creía que pudiese hacerse realidad, ha pasado. Estoy ilusionada desde que me levanto hasta que me acuesto. Es como vivir en un cuento de hadas. No paro de pensar en él, ahora más que nunca, de noche y de día.
Erik y Sabrina se burlan constantemente de mí, me he vuelto un poco olvidadiza desde que estoy así con Peter, dicen que me he ido vivir a las nubes pero no me importa porque no recuerdo la última vez que me sentí así. Leyla me dice todos los días que no va a tardar mucho en pedirme salir pero yo no quiero apresurar las cosas. A ver, no me importaría en absoluto que me lo pidiese, obviamente, pero me encuentro tan satisfecha con la relación que tenemos ahora que no me importaría que se alargara unas semanas más.
Aunque no creo que vaya a pasar porque Peter me ha mandado un mensaje esta tarde diciendo que me arregle porque me va a llevar a un sitio bonito a cenar. Ahí está la predicción de Leyla. Me va a pedir salir, estoy segura. Me ducho deprisa y empiezo a probarme vestidos delante del espejo como una posesa. Me han entrado los típicos nervios tontos que te entran cuando sabes que algo bueno está a punto de pasar. Tantos meses siendo amigos, tantas semanas intentando no cruzar la línea para que no notara que me gusta han llegado a su fin y no me arrepiento de haber ocultado mis sentimientos. Estoy segura de que si se lo hubiera confesado cuando me di cuenta antes de Navidad, ahora mismo no seríamos ni amigos. Esperar da sus frutos.