Y de repente, él

Capítulo 20: Y de repente, él.

Sara

El sol se está poniendo detrás de los edificios más altos que quedan cerca del campus. Ha sido un día bastante soleado, el viento helado ha parado después del mediodía y automáticamente el frío de febrero se ha vuelto más llevadero, aunque pronto anochecerá y volverán a caer las temperaturas. Peter y yo nos quedamos cerca de la primera línea de coches aparcados, para conservar un poco de calor, él me mira de una forma que me es difícil de descifrar. Para ser sincera espero una explicación y unas disculpas. Leyla tiene razón, es lo mínimo.

—Tengo que contarte algo —empieza, su voz es temblorosa y se pasa la mano por el pelo, nervioso.

—Ya lo creo, me dejaste tirada el día de San Valentín en el mismo restaurante donde pasó lo que pasó el año pasado —Coloco mis manos en forma de jarra esperando sus disculpas.

—Yo… he estado sintiendo cosas muy fuertes —tartamudea, está claramente nervioso y algo se mueve dentro de mí.

—Yo también, Peter. Por eso no entiendo cómo…

—No, exacto, no lo entiendes —me corta negando frenéticamente con la cabeza—. Durante meses he tenido un ardor aquí, —continúa poniéndose una mano en el corazón— en el pecho, que no me ha dejado dormir, que no me ha dejado pensar claro y que me ha hecho ser la mejor y la peor versión de mi mismo.

Todo su cuerpo tiembla y se le humedecen los ojos, pero no deja que las lágrimas salgan. Repiquetea el pie derecho contra el suelo, desesperado. Respiro profundamente antes de hablar.

—Es mutuo. Peter, tus sentimientos son correspondidos —le digo con la voz más amable que me sale. Intento acercarme a él y tocarle el brazo pero se aparta con disimulo—. No debes temerle a lo que sientes, yo también te quiero.

Las palabras fluyen libres de mi boca antes de que pueda ni tan siquiera pensar en todo lo que conlleva su significado, aunque ya las haya dicho con anterioridad, dudo de si este es el momento más adecuado para repetirlas. Noto algo dentro de mí, como una alarma encendida que vocifera que esto no es lo que yo creo. Peter me mira, aún nervioso, relamiéndose y mordiéndose el labio inferior. El verde de sus ojos está apagado y su cara luce pálida. Su voz sale como en un suspiro.

—Pero es que yo no te quiero a ti.

Algo me acaba de atravesar el pecho. Doy un pequeño paso hacia atrás de forma instintiva y mi entrecejo se frunce levemente. Observo con detenimiento al chico que tengo enfrente, intento repasar cada una de las expresiones de su cara para ver la trampa, la broma,… que no encuentro. Rompe el contacto visual conmigo desviando su mirada a un lado y frotando su mano por su cara. No puedo mover ni un músculo, mi mente está trabajando a mil por hora intentando entender lo que acaba de decir. ¿Habré escuchado mal? Ha hablado muy bajito.

—¿Qué? —pregunto atónita.

—Sara, no te quiero —vuelve a repetir—. Me caes bien y tal pero me gusta otra persona desde hace mucho tiempo.

Su voz suena clara y potente esta vez mientras noto que yo pierdo la mía. Mis ojos se encharcan en cuestión de segundos y las manos me tiemblan al igual que mi barbilla.

—¿Qué quieres decir? —Las lágrimas me ruedan cara abajo—. ¿No me quieres? Eres mi novio. E–eres mi novio ¿no? ¿Cómo no me quieres?

Tartamudeo presa de la angustia, tengo la cara llena de lágrimas y me ha empezado a costar respirar. Hay un nudo en mi mente que no me deja pensar con claridad y temo que me haga ver como una tonta que ni tan siquiera sabe formular bien una pregunta. La punzada que había sentido atravesarme el pecho hace unos minutos cobra fuerza convirtiéndose en un dolor agudo que me oprime toda mi caja torácica cuando noto que me ahogo. Sollozo sin parar y sin poder procesar lo que está pasando. Su silencio y que no me mire a los ojos me hace temblar todo el cuerpo y siento que las fuerzas me abandonan, me siento cansada, el dolor en el pecho me pesa y solo quiero despertar de esta pesadilla.

—Lo siento Sara, pensaba que salir contigo haría que me olvidara de ella, pero…no puedo.

Es lo único que se limita a decir mientras sigue repiqueteando el pie contra el suelo y sin mirarme a la cara. No puedo contestarle, creo que he dejado de funcionar. No hay ni un solo pensamiento coherente ahora mismo en mi mente y no me atrevo a decir nada, solo sigo llorando a mares.

—No quería que pasara así, no pensaba que llegaríamos tan lejos. Te aprecio y no quería hacerte daño pero…—suspira profundamente antes de continuar— pensaba que se pondría celosa cuando nos viera juntos.

—¿Quién? —consigo decir.

Silencio.

—¡¿Qué quién es?!

—Margaret. Estuve con ella el día de San Valentín.

Niego lentamente con la cabeza mientras doy pequeños pasos hacia atrás en un intento inútil para huir de esta situación, de esta sensación asfixiante. No. No puede ser verdad. Margaret no. Ella ya tiene novio, es su mejor amiga y Scott uno de sus mejores amigos. No puede ser verdad. Los amigos no se hacen eso.

—¿Lo sabe?

—¿Margaret? Sí…y los demás también —responde más calmado.

—¿Los demás? —Mi voz tiembla mientras entro en pánico ¿quiénes son los demás?

—Jeff lo sabe desde mi cumpleaños y Margaret desde Acción de Gracias.

—¿Jeff sabe que te gusta Margaret desde octubre? —pregunto con el corazón a mil e intentando respirar dando bocanadas de aire.

—A ver, no lo supo con certeza hasta Acción de Gracias pero me dijo que ya sospechaba desde hacía tiempo.

—¿Por qué creía que te gustaba desde tu cumpleaños? No entiendo nada —digo con la voz temblorosa y me asusta saber la respuesta—. Tú me besaste en tu fiesta…

—Pero creía que eras Margaret.

No hay arrepentimiento ni en su voz ni en sus gestos. El mundo se ha parado y lo único que noto que sigue dando vueltas es mi cabeza, como si fuera a explotar, no va a poder aguantar tanta carga emocional. Cada palabra que sale de su boca es otra flecha que me atraviesa. Siento que voy a desfallecer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.