Y Entonces Me Enamoré - Jeon Jungkook

Prólogo

 Mi suerte es un asco.

 Una verdadera mierda

 En toda mi patética existencia he oído hablar de tragedias. Desgracias extremas en las que al afectado no le queda de otra sino acabar con su sufrimiento, quitándose la vida. Desgracias reales como un abuso sexual de padre a hijos, accidentes en los que mueren familias, pobreza extrema, enfermedad terminal. Y pare de contar.

 Mi desgracia no es para nada comparada con las anteriores, pero para mí es un martirio. Y por ambas razones no me quito la vida, pero si me ahogo en alcohol. Porque ser una mujer adulta de veintidós años, que ha intentado entrar a la universidad de sus sueños más de tres veces fallidas es una total y asquerosa mierda.

 —¿Quieres bailar?

 Detengo el trago que estaba a punto de tomar sobre mis labios y, saliendo de mi estupor, miro al dueño de aquella voz gruesa y profunda.

 —¿Cómo te llamas? -pregunta el hombre con una sonrisa cuadrada. Su altura es la ideal, su cabello castaño le cae sobre la frente, empañada con un poco de sudor, lo cual significa que ya ha estado en la pista de baile por un rato.

 Haciendo acopio de la poca sobriedad que me queda, cojo un poco de aire para hablar coherentemente y sonreí.

 —¿Tengo pinta de venir aquí para bailar? -mi voz sale un poco arrastrada, y por la sonrisa fácil que se desliza por su perfecto rostro sé que él sabe que estoy ebria.

 —Y ¿con qué intensiones has venido entonces? -dice reclinándose sobre la barra, hablando cerca de mi rostro para escucharse por encima de la música.

 Para responderle a su pregunta empujo el trago que tenía en las manos, lo coloqué sobre la barra y después señalé el vaso de vidrio, solo por si no le quedó claro. Luego me señalé para añadir.

 —¿No es obvio? -alcé una ceja a modo de reto. Solo quiero que se vaya y me deje en paz.

 —¿Que estás ebria? Claro que es obvio -asintió aun con la sonrisa en su expresión-, pero no entiendo porqué.

 Arrugué la nariz ofendida. Si cree que soy de esas borrachas, que cuentan todo a cualquiera, pues está súper equivocado. Recargando mi codo derecho de la barra, coloco mi mejilla sobre la mano y con la otra le hago aspavientos para que se marche.

 Él ríe divertido y hace lo mismo que yo. Se afinca de su codo izquierdo y recarga su mejilla contra la mano, mirándome así, como si fuera un cachorro.

 —¿Cómo te llamas? -preguntó entonces, ignorándome por completo-. Soy Taehyung. Kim Taehyung.

 Lo miré por unos segundos más, hasta que asiento a modo de respuesta y le pido otro trago al barman. El chico del otro lado de la barra que sirve los tragos, llena mi vaso de nuevo y lo trago de un jalón ante la atenta mirada del sujeto de nombre Kim Taehyung.

 Pido un octavo trago, prometiéndome que será el último y regresaría a casa a aguantar a mi madre, llamándome fracasada y a mi padre adúltero. Quizá el alcohol me ayude a soportar escucharlos y verlos. Por esa razón, después de ver el decepcionante resultado de la universidad, me dirigí a esta discoteca.

 Pensando en esto me pido un noveno para la suerte, pero antes de que llegue a mis manos el chico a mi lado le impide al barman entregarme el vaso. Lo miro ceñuda para que explique el porqué de su intervención, su respuesta es solo una negativa.

 Harta de la noche, mi asco de vida y ese chico, le pago al barman, me doy la vuelta y me aproximo a la salida.

 En la calle, la fría brisa me da de lleno, aplacando un poco mi mareo, pero de igual forma me sentí tambaleante. Me eché a andar por la ruta más poblada de la ciudad a esta hora de las... un momento, ¿qué hora es?

 Miro mi reloj, confirmando que solo son las once de la noche, muy tarde. Por suerte aun había gente caminando por allí, unos que otros borrachos como yo, y otros que ni puedo imaginar porqué andan a estas horas en la calle.

 A unas cuadras después, cuando solo oigo mi respiración, de pronto otro sonido se le suma. Unos pasos a mis espaldas. Y, aunque esté ebria, sé que son otros y no los míos. Apoderándome de una valentía jamás vista, me volteo para encarar a mi seguidor y veo al chico de la discoteca.

 Me sonríe abiertamente una vez se detiene a solo un paso de mí. Me cruzo de brazos por encima de mis pechos.

 —¿Qué mierda quieres? -espeto, sintiendo la lengua pesada.

 Él, manteniendo su sonrisa que ya comenzaba a parecerme siniestra, acortó el único paso que nos separaba y acercó su rostro al mío.

 —Quiero que no grites. -susurra, sus palabras enviando una punzada de temor en mi pecho.

 —¿Q-Qué? -fue lo único que mi cerebro se permitió articular, y entonces algo frío y duro presiona mi estómago. Mi vista automáticamente desciende y noto el color negro y la figura terrorífica de una pistola.

 —Que no grites -repitió con la paciencia más macabra del mundo-. Tomarás mi mano, caminarás tranquilamente y entrarás a ese auto. -señala la camioneta estacionada a sus espaldas.

 La gente que pasaba por nuestro lado nos ignoraba, ajenos a lo que sucede, solo porque la perspectiva no les permite ver el arma incrustada en mi estómago. Pensé en gritar por ayuda, pero su advertencia iba en serio, y si lo hago sería mi perdición.

 Extendió su mano,como si pidiera una pieza de baile para compartirla conmigo, yo la tomé sin titubear y me dejé guiar tranquilamente. El arma desapareció en su pantalón, lo cual vi oportuno para hacer algo. Y, justo cuando estamos llegando al auto, le propino una patada en la espinilla. Él me suelta, dándome la oportunidad de correr, y así lo hago.

 Mi estado de ebriedad no ayudó mucho, porque entonces, no di ni dos pasos cuando ya me había tomado entre sus brazos y me alzó en un rápido movimiento para meterme dentro. Estaba siendo secuestrada.

 Fue entonces cuando decidí gritar, pero ya era tarde. Había sido empujada dentro del auto y golpeada por otro sujeto más hasta perderme por completo.



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Editado: 22.10.2022

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