Y Entonces Me Enamoré - Jeon Jungkook

Capítulo 3

No me di cuenta en qué momento caí dormida, supongo, de tanto llorar. Dos toques en la puerta son los que me despiertan, poniéndome alerta a lo que sea que venga a continuación. Quito cualquier rastro de lágrimas en mi rostro y me siento recta sobre la cama.

 La doctora robótica es la que entra con una bandeja de plata, sobre este un tazón de arroz, otro con sopa y una taza de té. La doctora Choi ya no cargaba su bata pero sí su uniforme quirúrgico y su cabello está ahora enrollado con un lapicero en la cima de su cabeza.

 —Te he traído la cena. -levanta la bandeja apuntando lo obvio.

 —Cena -repito como si la idea me pareciera insulsa.

 La bandeja es depositada en una cómoda a un lado de la cama, y viéndola bien hay algo más en ella. Dos pastillas de diferente color, un catéter y una jeringa preparada. Miro a la doctora, pidiendo una explicación silenciosa.

 —¿Qué es todo eso? Las pastillas y las agujas. -señalo a los nombrados.

 Conozco muy bien la inyección, pero necesito que esta mujer me lo diga en mis narices y aclare el propósito de las pastillas y el catéter, para estrangularla con mis propias manos. No estoy de humor.

 —Tratamiento para tus heridas. -contesta viendo a la bandeja, satisfecha con algo que desconozco. Le lanzo una mirada envenenada.

 —¿Me cree estúpida? -digo, y entonces sus ojos por fin caen en los míos-. Conozco la Depo-provera perfectamente. La he usado antes -exclamo refiriéndome a la inyección anticonceptiva-. ¿Qué demonios pretende con todo esto? ¡Explíquese ya!

 Con mucha calma lleva una mano a su oído y lo estruja con una mueca dolorida. Vuelve a su semblante neutro y me mira con ojos fríos.

 —La pastilla naranja es para tu dolor maxilofacial, tómala cuando gustes. La azul es un tranquilizante, debes tomarla antes de las nueve -indicó señalando a cada una, luego pasó al catéter-. El jefe ordenó hacerte un examen de enfermedades de transmisión sexual.

 —¿Para qué? -me apresuré a preguntar.

 Su labio se crispó en una comisura, haciendo notar este gesto lo irritada que la ponen mis preguntas.

 —Prevención -sentenció con dureza y no añadió más-. La Depo-provera... -continúa reteniendo una sonrisa cruel-. También por prevención.

 La sangre me bulló a una velocidad inhumana, calentando mi rostro al tiempo, e ira cegadora hace pitar mis oídos.

 —Primero te mato. -gruño abalanzándome sobre la jeringa para usarla como arma.

 Todo pasó a una velocidad extrema. Mi objetivo era destripar un ojo con la jeringa y fui por todo, pero no me esperaba los impresionantes reflejos de la doctora, que en un pestañeo detuvo mi mano, la maniobró de tal forma que dobló mi brazo en un ángulo doloroso, de espaldas a ella. Me arrebató la jeringa y pateó mis piernas, haciéndome caer sobre la cama nuevamente.

 Completamente aturdida me volví hacia ella, asombrada por las destrezas defensivas que no me esperaba de esa mujer. Mi corazón comenzó a latir rápidamente, y mi mente me aseguró que no saldría de este lugar jamás.

 La doctora acomoda algunos mechones rebeldes detrás de sus orejas y rebusca en los bolsillos de su uniforme, sacando una sonda.

 —Tu brazo. -pidió extendiendo su mano.

 Sintiendo la derrota caer sobre mí como camión demoledor, me siento erguida en silencio y trago las nuevas lágrimas de rabia que amenazan con salir. Extiendo mi brazo, dejándola hacer con él.

 Esta es la primera vez que me humillan en un ataque. En la preparatoria solía meterme mucho en problemas, sobre todo de peleas. Bravucona no era mi etiqueta. Respetable tal vez. Sí, era una persona respetable. Nadie se metía conmigo, ya que era fácil enojarme a la primera provocación.

 Cerillo me decían. Cualquier roce me encendía, y rara vez me veían perder. Por eso ésta, me la cobraré luego.

 Una vez obtenido una muestra de mi sangre, me indica que cene mientras ella realiza los exámenes y regresa en una hora.

 —No te tomes las pastillas hasta que vuelva -dice con voz monótona-. Y no toques la jeringa, o te irá peor.

 Advierte y se marcha. Los segundos pasan y mi respiración se acelera más y más. Las ganas de golpear o romper algo me embargan, y no me contengo. El tazón de arroz sobre la bandeja lo estampo en la puerta, el de sopa lo tiro sobre la cama y la taza de té la lanzo hacia la ventana, partiéndola en fragmentos.

 Intento abrir la puerta a jalones, pero lo único que logro es lastimar mis manos. Voy hacia la ventana y la golpeo con mis puños ejerciendo todas mis fuerzas, y fallo en intentar quebrarla. Le lanzo la banqueta del tocador, pero el vidrio ni se inmuta. Frustrada, me encojo sobre mi misma y grito, grito hasta que el aire ya no me alcanza.

 Estoy perdida.

  1.                                          J     U     N     G     K     O     O     K

 No sé cuánto tiempo pasó, seguramente una hora, cuando la doctora entra nuevamente, cargada con unos papeles y acompañada. En mi lugar, echa un ovillo en un rincón de la habitación, comencé a temblar de la rabia contenida ante la presencia de este tipo.

 —¡Cariño! -exclama el causante de mi secuestro. Se detiene abruptamente cuando mira a su alrededor, al desastre de habitación-. Veo que redecoraste... con tu cena.

 Hace una mueca de asco al fijarse en el arroz pegado a la pared, y luego me mira a mí cambiando su gesto a una radiante sonrisa que contrae mi estómago. Gruño para mis adentros.

 —Buenas noticias, Karly -dice él, pronunciando mi nombre de una forma que me causó nauseas-. Tu sistema está libre de enfermedades venéreas. Lo que quiere decir que... -hace una pausa dramática y mira a la doctora, y después a mí, como si esperase a que alguien acabara con su oración-. ¿Nadie? ¿Ninguna? ¿Doctora?

 La nombrada, con la vista en los papeles de sus manos, rueda los ojos, seguramente, teniendo bien claro que el sujeto está completamente desquiciado.



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Editado: 22.10.2022

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