—¡Taehyung!
Me levanté como resorte en busca de aire. Siento el pulso palpitarme en todo el cuerpo, mi garganta reseca y el pecho subir y bajar con frenesís. Trago en seco al caer en cuenta de ese nombre que ha salido de mis labios en un grito desesperado y mi mente vaga en la confusión.
¿Qué sucedió?
Parpadeo un par de veces para espabilarme y organizar mis pensamientos. De pronto un sentimiento de vacía, como si callera de gran altura me embarga y luego la imagen de Tae protegiéndome con su cuerpo golpea fuerte en mis recuerdos.
Taehyng…
La respiración se me atasca en el esófago, impidiéndome pronunciar palabra o soltar algún ruido en sí. No sé qué ocurrió luego de haberse llevado el impacto porque perdí el conocimiento, pero lo último que sentí fue como se desvanecía debajo de mí.
—No… –mi voz es queda, torturada. El dolor que siento es tortuoso por el hecho de que no sé si lo que estoy pensando es verdad. Me niego a que sea verdad. Él no… no puede.
Decido salir de la cama y comprobarlo por mí misma. Él no puede…
—Taehyung –llamó tocando la puerta como una vez me ordenó–. Taehyung, quiero salir.
Llamo un par de veces más, seguí tocando la puerta hasta que los golpes se vuelven frenéticos y agresivos. Mi voz se vuelve temblorosa, y después desesperada.
—¡Taehyung! Déjame salir, por favor –sollozo de un momento a otro–. ¡Taehyung, contéstame! ¡Sé que estás allí! ¡Ábreme, demonios!
Sé que estaba ocurriendo algo. Algo malo, pero me niego a creerlo. Sabía que no me contestaría nunca, pero no simplemente no podía ser verdad.
—¡Taehyung!
Le doy un gran puñetazo a la puerta y esta se abre de golpe haciéndome retroceder. Pero la esperanza que sentí por un segundo se esfumó tan pronto como vino. La imponente silueta de Jeon Jungkook acapara toda la entrada y sus fríos ojos me penetran con un fuego aterrador.
Dejé escapar un suspiro tembloroso por esa mirada. Me tomó en un momento vulnerable, eso es todo, nunca le he tenido miedo a este hombre. Pero siento que algo está incorrecto en cuanto a su aura.
—¿Por qué no estás descansando? –su tono es diferente al usual, más… sombrío. Trago grueso.
—Quiero salir. –respondo a secas. Sus ojos me analizan al completo y su expresión dura no cambia.
—Vuelve a la cama –ordena señalando a mis espaldas–. Aun no puedes salir.
Cada una de sus palabras son dulces pero su tono me hace temblar en mi interior. Asiento dudosa y vuelvo a la cama sin decir más. Quiero decir más. Quiero preguntarle por mi guardaespaldas. Pero siento que si lo hago pagaré las consecuencias de lo que sea.
Una vez instalada entre las sábanas él se acerca sin despegar sus ojos de mí, analíticos, se sienta a mí lado y permanece en silencio por unos segundos. Tortuosos segundos en los que solo mi respiración pesada se oía y él miraba fijamente la puerta. Hasta que abrió su boca.
—¿Cómo te sientes?
Titubeo mi respuesta ante aquella inesperada pregunta. Parece preocupado aunque su ceño endurecido diga lo contrario.
—Estoy bien –inspiro profundo antes de soltar aquella pregunta que me aterra hacer–. ¿Qué pasa con mi guardaespaldas? –digo en su lugar porque siento que su nombre puede condenarme.
—¿Qué pasa con él? –rápidamente vuelve su mirada a mí, sobresaltándome.
—¿Cómo está? Él… amortiguó mi caída y… ¿Qué le ocurrió luego?
Una ceja se eleva lentamente sin cambiar su aura estoica. Quizá empeorándola.
—¿Por qué te importa? –suelta con violencia.
—Pues porque es mi guardaes…
—No digas mierdas, Karly –me corta. Mi voz se va al carajo al igual que mi valor–. Tú quieres irte de aquí. ¿Qué mierda te va a importar tu guardaespaldas si no quieres estar aquí?
Mi labio tiembla sin control, y esta vez de algo más que miedo. Como ira cruda.
—¿Dónde está Taehyung? –inquiero envalentonada, sin importarme que se me haya escapada su nombre en aquel tono necesitado.
—No te lo diré –sentencia, haciendo que la vena intracraneal me palpitara con fuerzas–. Solo diré que ya no estará a tu alrededor y ni será tu guardaespaldas.
—¿¡Dónde está Taehyung, Jungkook!? –me incorporo poniéndome de rodillas en el colchón. Las lágrimas escapan de mis ojos como cascada de la desesperación, porque está torturándome más con sus declaraciones.
Negó con su cabeza con rotundidad, mirándome como la persona más despreciable de su vida.
—¡Dime! –Exijo al borde de la histeria–. ¡Dime qué le ocurrió!
Retirando sus ojos de mí se pone de pie y me enfrenta.
—Está muerto.
Ahogo un grito y mi corazón se detiene por un segundo. No. No. No. No y no. Eso no puede ser verdad. No acaba de decirlo, no. Es mentira. Él no está… debe ser mentira.
—Quiero verlo. –ordeno con voz desesperada, humedeciendo mis labios resecos.
—No.
—¡Quiero verlo!
—¡No! –responde al instante, alzando la voz por encima de la mía–. ¡No quiero oír otro berrinche más! ¡No lo verás y punto! ¡Me oíste!
—¡Me niego a obedecerte!, ¿me oyes?
Y cuando pensé que ya había hecho suficiente con retenerme y abusar de mí, su mano impacta mi rostro con una bofetada que me tumba de nuevo en el colchón. La sorpresa me aturde y el lado derecho de mi rostro me arde, dándole todo el permiso a mis lágrimas salir con más libertad.
—Veamos si así aprendes –no pude verlo, pero sé que se siente satisfecho por el efecto de su ataque. Mi orgullo es arrastrado por el suelo y la humillación me aborda por completo–. A partir de ahora no tendrás guardaespaldas, yo seré tu escolta ahora, y a donde yo vaya te llevaré. No quiero que hables con nadie a menos que te lo autorice, ¿quedó claro?
No respondo. Solo trago y recupero mi compostura empuñando las sábanas en mis manos. Oigo sus pasos veloces y pesados, y luego la puerta abrirse y cerrarse, asegurándome que ya se ha retirado. Entonces sin más me echo a llorar como nunca.