—¿No estás emocionada, cariño? –la voz de Jungkook a mi lado me hace salir de mis cavilaciones. Ruedo los ojos al cielo y le dedico mi mejor cara de fastidio–. Huele a aventura, ¿no lo crees?
Más bien a muerte.
Desde que despertamos, Jungkook me arrastró con él a una reunión en la cual no entendí nada sino la recuperación de los dichosos barcos y lo urgente que era matar al tal tarado Park. Vi el insulto innecesario pero así lo llamó él en toda la junta.
Justo ahora esperábamos la llegada de un sujeto, igual de importante que Jeon, del territorio que se ofreció a ayudar en esa misión a penas supo que se trataba de ese sujeto. Mientras, los demás involucrados en la misión se preparaban recargando armas, afilando puñales y dagas que escondían hábilmente bajos ropas.
Me ponían realmente nerviosa ver todo aquello. Ni siquiera sé qué pinto yo aquí, solo soy la concubina del jefe y, por lo tanto, un estorbo.
—¿De casualidad el hombre que esperas no es ese Hoseok? –pregunté impaciente. No porque quería ir en realidad, sino porque quiero que esto acabe antes de que muera de la ansiedad.
—No, Hoseok no vendrá a acompañarnos –contesta irritado por mi pregunta–. Viene alguien más odioso y pretencioso que él.
—¿Hay alguien más odioso y pretencioso que tú? –murmuro para mí misma, aunque por su expresión me oyó pero decidió ignorarme.
Minutos después aparece un auto negro y elegante con vidrios polarizados, este se detiene justo delante de nosotros haciéndome dar unos pasos atrás. Como si se tratara de una escena en cámara lenta, la puerta del pasajero se abre y de esta sale un hombre alto, de hombros anchos, cabello largo y castaño, gafas oscuras y labios gruesos y carnosos.
Jamás había visto un hombre tan hermoso como este.
—Jeon Jungkook –dice, esbozando una sonrisa prepotente–. No me dijiste que tu compañero en esta misión sería una mujer.
Sus ojos van de Jungkook a mí y viceversa, sonriéndome con picardía hacia mí y yo arqueé una de mis cejas, confundida. Jeon a mi lado aclara su garganta para captar nuestra atención.
—Ella es mi mujer, Im Karly –me señala y voltea a verme–. Viene conmigo porque no la quiero sola en casa.
Sostengo su mirada por más tiempo de lo previsto. Capté algo en sus ojos que me hizo permanecer mirándolos, algo diferente. Fue como un sutil destello que descifraría como ternura y calentó extrañamente mi pecho, pero no pude determinar qué fue en realidad ya que desvió su rostro.
—Él es Kim Seokjin.
Parpadeé para salir de ese raro trance, encontrándome con un sonriente Seokjin.
—Qué romántico –suelta colocándose nuevamente las gafas oscuras–. Ya podemos irnos, entonces. Mientras más temprano, más rápido entregamos esos barcos.
Una vez distribuidos los guardias que les acompañarían, la estúpida aventura comenzó y yo no puedo estar más asustada.
J U N G K O O K
Hace aproximadamente una hora que llegamos al lugar en donde se supone que se ejecutaría el plan de recuperar los dichosos barcos. Jungkook salió con Seokjin y me dejaron dentro del auto con dos guardias de piloto y copiloto, no tan conversadores, encomendados a vigilarme.
Resoplé por enésima vez ante lo absurdo de la situación. Para estar esperando en el auto, esperando a que acabasen con un sujeto de alto rango, habría preferido estar en casa deambulando o nadando en la piscina. En cambio, gracias a la desconfianza que se ha creado, estoy obligada a andar pegada a él todo el maldito día.
El aburrimiento se instala en mi sistema, dándole paso a otros sentimientos minutos después, como la nostalgia… Taehyung. Estar aquí con otros guardias y no con él me abruma en sobremanera, pensar en que fui responsable de su muerte cuando él solo hacía su trabajo.
Sacudo mi cabeza para dejar de torturarme con aquellos pensamientos. Yo no soy asesina. Me niego a aceptar que murió por mi causa. Ni siquiera debería de pensar en él, no fue una persona importante en mi vida… pero era quien me hacía sentir segura dentro de esa mansión.
Una serie de sonidos estridentes que reconocí como disparos se hicieron oír desde la lejanía, sacándome de mi ensimismamiento. El auto se encontraba oculto en una colina entre un montón de árboles, por lo que podía medio apreciar movimiento a lo lejos.
Sentada en los asientos pasajeros alzo mi cuello para ojear por el parabrisas lo que está ocurriendo. Hay mucho movimiento, una alarma escandalosa es encendida, provocando más alboroto y los disparos no se tardan en hacerse presentes. Todo está fuera de control y yo estoy confundida.
—Han sonado la alarma –dice uno de los guardias delante de mí con preocupación–. El jefe está en problemas. Comunícate con el equipo de francotiradores.
Miro al otro sujeto confundida mientras habla en clave por un intercomunicador y del otro lado no le responden. Algo pesado cae en mi estómago y la boca se me seca.
—¿Qué está pasando? –pregunto al aire para quien sea que se digne a responderme.
—Los francotiradores perdieron de vista al jefe y al señor Kim. –el tipo del copiloto le habla a su compañero.
Nadie dice más nada, se hablan entre sí y me ignoran, aumentando mi ritmo cardiaco. Puedo oír gritos desgarradores desde esta distancia y un sentimiento de terror me hiela los huesos. Comienzo a hiperventilar.
—Quiero irme de aquí. ¡Sáquenme de aquí! –Exijo demandando de su atención–. ¡Quiero irme!
—Señorita, guarde la calma. –gruñe uno de ellos.
—¡Llévenme a la mansión!
—¿Y abandonar al jefe? –Gira para verme a la cara con enfado–. ¿Se ha vuelto loca?
—Señorita Im, cálmese –intenta el otro tipo–. El jefe podría necesi…
Una bala atraviesa su cabeza desde su sien, irrumpiendo su intento de calmarme, robándome el aliento y alterándome más de lo que ya estaba.