—¿Está bien ahora?
—¿Dio el resultado?
—No.
—Entonces ¿por qué demonios me preguntas eso? –Lo golpeo en la cabeza con una carpeta y él se la soba haciendo un mohín dolorido–. Obviamente está mal. Vuelve a hacerlo.
Gruñe por lo bajo y coloca los dedos en el teclado de la laptop nuevamente para volver a realizar el ejercicio de matemática que le he puesto. Por el rabillo del ojo veo que me hace burla en silencio, por lo que me río bajito.
El otro día Jungkook me pidió que le enseñara a llevar la estadística diaria de su trabajo, a lo que yo le respondo con que para eso necesitaba aprender matemática básica. Él afirmó que sabía matemática de secundaria, pero al preguntarle la tabla de multiplicar del tres se fue enojado de la habitación y me encerró toda la mañana.
Horas después regresó con una vergonzosa disculpa y me pidió que hiciese lo que sea para hacer su trabajo. Y desde entonces hemos estado practicando con cosas simples, desde entonces ha comenzado a mostrarme otra cara, ha comenzado a disculparse más seguido, y ha comenzado ser más comunicativo conmigo.
Me siento como si fuera su oyente, además de maestra y mujer. Aunque no tanto como mujer, ya que últimamente no me ha intentado drogar para poseerme, lo cual me desconcierta del alguna manera… pero prefiero no pensar mucho en ello.
—Dio el resultado. –exclama, sorprendido de lo que hizo. Se volvió a sonreírme con superioridad–. Lo he hecho, ¿ves?
Evalúo con semblante serio su trabajo, sentado sobre su escritorio, y después de unos segundos le sonrío sin poder evitarlo.
—Está mejor. –suelto sin más.
—¿Está mejor? –cuestiona indignado–. Lo hice genial, a que sí.
—Debes hacerlo a la primera. Así diré que lo hiciste genial.
Resopla una risa incrédula.
—Qué maestra más ruda me ha tocado, maldición –se recuesta relajado en su silla, cerrando su laptop para después mirar hacia mí–. ¿Ahora qué quieres hacer?
Abro muchos los ojos, pasmada ante su pregunta. Él siempre está en su oficina o a veces debe reunirse con algún colega o entregar mercancía y yo persiguiéndole a todos lados. Esta es sin dudas la primera vez que me cede esta decisión.
Frunzo los labios y miro al techo pensativa. Quiero ir a la biblioteca, pero no sé si le gusta leer, así que la piscina es mejor opción porque el salón de videojuegos jamás. Aunque también podríamos salir a pasear.
—¿Podemos salir a algún sitio? Como al parque o a por una hamburguesa, o al cine.
Una de sus cejas se alza a mí con diversión, entonces esboza una sonrisa.
—¿En serio? –suelta, intentando retener esa sonrisa que me confunde.
Arrugo mi frente, curiosa por su reacción.
—¿Qué?
—Nada. –niega, escondiendo la mirada de una manera que me sorprendió.
Poco fue lo que pasó para que notara el sonrojo en su rostro. Parpadeé incrédula. Él estaba sonrojándose por algo que aun no entiendo, por lo que vuelvo a preguntarle.
—Es que… –hace una pausa para serenarse– estás acostumbrándote a este lugar.
Su respuesta me toma por sorpresa, y me confunde cada vez más. Él, viendo que ya parezco idiota, se aclara la garganta y me mira directo a los ojos.
—Pensé que responderías con algo así tipo “quiero que me liberes” y una mierda como esa –humedece sus labios, sonriente–. En cambio, tú quieres salir conmigo en una cita.
Silencio. Abro mi boca en sorpresa, entendiéndole perfectamente ahora. Y me siento idiota. Miro a todos lados para evitar que vea mi evidente sonrojo.
Lo que dice es verdad. Yo, que antes le decía cada día que me liberara, ahora le estoy pidiendo que me lleve al cine o al parque. ¿Cuándo pasé de odiarle a tenerle confianza? Aclaro mi garganta antes de excusarme.
—Es que ya me di por atrapada en este lugar contigo. No puedo huir a menos que me dejes sola y tenga la oportunidad.
—Entonces no irás a ninguna parte –sonríe victorioso. Yo ruedo los ojos–, porque no quiero pienso dejarte sola, Karly.
Pum, Pum, Pum, Pum, Pum…
El pulso en mi oído es tan fuerte, y mis labios quieren ceder ante una sonrisa, pero mi cerebro no entiende la autonomía de mi cuerpo ante las cosas que él dice y hace, por lo que me obligo a bufar una palabra incoherente.
—¿Dónde iremos entonces? –digo, como un cambio de tema, el cual él notó. Sonrió con picardía.
—Vamos a bailar un rato. –propone con un aire sugerente. Bufo otra vez.
—Tú solo piensas en sexo.
Él explota en una sonora carcajada, haciéndome brincar de la impresión. ¿Qué diablo se le metió? Me lo quedé mirando irritada porque no paraba de reír y ya me estaba entrando el bochorno porque no sé qué dije para que se riera de esa forma.
Poco a poco se fue calmando, segundos después.
—Mira que tienes esa cabecita sucia, ¿eh? –se burla.
—Juro que te patearé las bolas. –digo entre dientes, provocando que se riera otro poco más.
—Hablo de ir a un club a bailar, Karly.
Oh. Entonces lo de bailar era literal.
J U N G K O O K
El club al que me trae Jungkook se llama “El Silencio”, y su nombre no tiene nada que ver con lo que es en realidad. El lugar era enorme, lo suficiente para parecer un estadio de Futbol; la música era en vivo, con un Dj y un chico que cantaba en una fabulosa tarima. Había mucha gente meneándose, saltando y gritando en el centro del lugar que, por lo que intuí, era la pista.
De un lado se ve una enorme barra en la que decenas de personas piden sus bebidas y luego vuelven a la pista. Jungkook me toma de la mano y me conduce a un lateral de la tarima, donde nos sientan en una pequeña mesa y se puede tener una perfecta vista del cantante.
—Bienvenida a mi más grande éxito. –extiende sus brazos a los lados, generalizando todo el lugar.