Y Entonces Me Enamoré - Jeon Jungkook

Capítulo 16

Recuerdo claramente las miles de veces en que Yoongi y yo compartimos un beso. No hablo de aquellos en los que básicamente nos devorábamos, sino esos besos dulces en los que las palabras sobraban y no existía nadie más que nosotros. Ese era el efecto que más amaba de nuestros encuentros secretos. Pero con Jeon Jungkook… fue diferente.

 No esperaba sentir algo, ni siquiera sentirme bien. Solo quería besarlo. El sujeto está desquiciado, y a veces siento que lo quiero matar, pero cada estúpido gesto que hace tiene que ver con sus labios. Cuando piensa, enojado, confundido, divertido, incluso cuando ríe parece que se comerá al mundo.

 Es un idiota.

 Solo diré que es un completo idiota. Y si lo que digo hace pensar que busco una justificación absurda por lo que sentí con ese maldito beso, pues es totalmente comprensible si lo pienso bien. Es decir, cuando besas a alguien por un impulso lujurioso, no esperas respirar oxígeno puro, tampoco ver todo de otra perspectiva más clara, y mucho menos sentir como si fueras libres y pudieras hacer lo que sea.

 Pues así me sentí sobre los labios de Jeon Jungkook.

 —Ya hemos llegado. –despierto de mi trance, y veo a mi lado a Jungkook que me mira atentamente.

 Desde el beso, el aura que desprende a mi alrededor es más relajado y divertido, menos desconfiado. Sueno como una puta astróloga, pero es así cómo siento que se dirige a mí. Hoy solo se ha dedicado a observarme, sonreírme, pero no a hablarme. De hecho, ha estado haciendo lo mismo los últimos días después del beso. Como si se mostrara… ¿tímido?

 Río de tan solo pensar en Jungkook y tímido en la misma oración.

 —¿Qué es tan divertido? –inquiere con curiosidad. Negué en respuesta, recuperándome.

 —¿En dónde estamos? –pregunto en su lugar.

 —Bajemos y verás. –estira una de las comisuras de sus labios en una sonrisa listilla.

 Ruedo los ojos al cielo y decido bajarme del auto. Delante de mí diviso un muro blanco con alambres de púas rodeándole en la cima, como si se tratara de una prisión. ¿Estamos en la prisión? ¿Se entregará a las autoridades?

 Jungkook llega hasta mí e inmediatamente me toma de la mano para adentrarnos a la fortaleza con pinta de cárcel. Dentro me encuentro con un amplio campo de tierra amarilla, en la cual veo a hombres corpulentos en ropas cómodas golpeándose entre sí, supongo que amistosamente.

 Pasamos de largo a aquel campo y entramos a otro muy espacioso pero cerrado. En este se escuchaban estridentes disparos que me hicieron pegar botes y chillidos cada vez que los oía más de cerca. Hombres dentro de cabinas disparaban a diferentes objetivos a ciertas distancias.

 Suspiré al sentirme estúpida, y todo por la terrible experiencia en la misión de recuperar los barcos, a la que fui obligada a ir. ¿Qué estamos haciendo aquí de todos modos?

 —¡Jefe! –Exclama sorprendido un chico joven que se separa de la zona de tiro–. Qué alegría verlo. ¿Qué está haciendo aquí?

 Levanto una de mis cejas, preocupada por su actitud de lame bota.

 —Lambisconería no, Hueningkai –bufa con irritación al llegar junto a él–. Necesito un arma simple. Adecuada como para ella.

 Abro mis ojos como platos, el aliento atascándose en mi tracto respiratorio. Qué demonios.

 —¿Adecuada? –el pequeño chico me analiza de pies a cabeza, rascando la parte posterior de su cabeza, pensativo–. Déjeme echar un ojo.

 Se inclina levemente antes de alejarse de nosotros corriendo y desaparece dentro de un almacén gigante. Me apresuro a fulminar al hombre a mi lado.

 —No voy a disparar nada. –declaro con firmeza.

 —Claro que lo harás –dice después de echarme una mirada desdeñosa–. Lo hiciste antes.

 Gemí internamente, recordando aquel momento. Luego recordé cómo se sintió y mi corazón dio un vuelco.

 —¿Cuál es el propósito de darme un arma?

 —Enseñarte a disparar y puedas usarla para defenderte –sonrió ligeramente, sus ojos tomando un brillo extraño. Entonces acarició mi mejilla–. No volverás a estar en peligro, cariño.

 Mi boca se secó de golpe. Algo debe estar mal con este hombre. Cada minuto es una actitud y semblante distinto. Hay momentos en los que su sequedad me da ganas de golpearlo, y otros en los que su dulzura desestabiliza mis piernas.

 Serás estúpida.

 —Tenga, señor –regresa el chico con una pistola negra y pequeña–. Es ligera, tiene un silenciador integrado y suficientemente potente.

 Jungkook tomó el arma en su mano, asintiendo al pequeño chico con conformidad, me la tendió como si me entregara un obsequio de navidad y yo negué rotundamente. Su expresión se ensombreció y suspirando tomó una de mis manos, halándome hacia una de las cabinas.

 Dentro de la cabina había una mesa cubierta balas de todos los tamaños y armas de todos los calibres. Jungkook se ubicó a mi lado y empezó a insertar balas en la pistola, una tras otras. No pienso tomar esa arma y punto.

 —Quizá nunca te hayas imaginado con un arma en mano, disparándole a alguien –empezó acomodando y ajustando la pistola. Me miró directamente–. Yo tampoco. Pero tampoco me imaginé ser golpeado por la vida como un maldito saco de boxeo. Pensé que solo eran cosas mías, e incluso oí a michos que decían basura como “son golpes que te hacen más fuertes”.

 La forma en la que escupía todo aquello me desconcertó. Estaba hablando de sí mismo y sus experiencias en la vida antes de todo esto.

 —Pero ¿cómo demonios le demostraba a la vida que soy fuerte sino es contraatacando? –Sonrió de lado–. Es pura mierda eso de que soportando los golpes te harás fuerte. Has pasado por mucho, Karly. Y te han engañado con esas palabras muchas veces.

 Dejé escapar aire por mis labios lentamente.

 —Pues aquí estoy yo para quitarte la venda de los ojos –toma mi mano derecha y abre mi palma para tender el arma en ella y luego cierra mis dedos sobre el mango–. ¿Quieres ser fuerte? Dispárale a lo que sea que te golpeó.



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Editado: 22.10.2022

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