-Diane. Siete años atrás-.
Mi padre había dejado a mi madre, por una zorra cualquiera. Me repugnaba demasiado, quería que la muy perra muriera. Nos movimos a otra casa, según mi madre, así me relajaría.
Una vez instalada en mi habitación, me puse a hacer garabatos en mi libreta, mi mamá no estaba así que no podía entrar y verme. Me concentré en la maldita roba maridos. La dibujé colgada, o siendo perseguida por serpientes, con estiércol que yo le arrojaría, etc.
Un leve ruido me hizo mirar hacia la ventana.
—¿Hola? —pregunté de forma estúpida.
Me puse de pie y me acerqué. Vi por la ventana hacia la calle, estaba en el segundo piso. Unos niños andaban por la cuadra, reían, tenían piedras en las manos. Luego vi las resorteras, esas cosas que usaban para dispararles a los pajaritos. Me dio coraje y bajé, salí de casa y me les acerqué.
Estaban apuntándole a unas aves en un árbol.
—Niños bobos, ¡boten esas cosas!
Todos voltearon.
—¡Lárgate, enana!
Volvieron a lo suyo y dispararon. Me les lancé hecha una furia, evitando que les dieran a los pájaros.
—¡Niña de mierda! —fue lo único que escuché antes de que me cayeran a golpes.
Jalaron mi cabello, me patearon, arrastraron y arañaron.
Entré a mi casa con lágrimas en los ojos y toda un desastre. Una risa me hizo reaccionar. Me giré espantada, pero no vi a nadie. Había jurado escuchar la risa de alguien, de un señor o algo así. En ese momento pensé en la posibilidad de que fuese un fantasma.
—¡No te rías, infeliz! ¡No te tengo miedo! —grité.
Siempre había escuchado que si no les mostrabas miedo y los insultabas dejaban de molestarte.
Corrí a mi cuarto y me encerré.
.......
Pasaron los meses, conocí a un niño en mi colegio. Alex, éramos amigos ahora. Era bueno así que no tenía problemas. Ambos cazábamos lagartijas en los campos del colegio y eso me divertía. Las niñas como yo les temían. Ellas preferían jugar a la tacita de té, a las muñecas, y demás idiotez y media. Un par de veces habían llegado a molestarme con él, porque las mongolas no tenían otras cosas en las cuales pensar más que en qué niño les gustaba y con quién de ellos se iban a casar.
Mongolas.
No lo negaba. Como niña, Alex me gustaba, pero me hacía la molesta si alguna me fastidiaba con él. Si a él le decían algo, fuese respecto a la niña que fuese, hacía muecas de asco y similares. Era obvio, él, por ser niño, aún pensaba en jugar con carritos y cazar lagartijas conmigo.
Pero de lo que ni él se percataba, seguramente, era de la forma en la que se me acercaba, la forma en la que me sonreía. La forma en la que a veces buscaba excusas para sentarse a mi lado. O quién sabe, quizá yo, como niña que se hacía la ruda pero que en realidad era una cursi, me lo estaba imaginando.
Mientras tanto el fantasma molestaba en casa. A veces golpeaba los muebles de la cocina. Veía mi programa en la televisión y se cambió a otro canal.
—¡Carajo, estoy viendo yo, so mierda! —vociferé. Ya era la tercera vez que lo hacía.
Luego de mi grito, como siempre, dejaba de hacerlo, y pasaba mucho hasta que volvía a presentarse de algún modo. A veces hasta olvidaba que estaba ahí. Mi madre conoció a otro tipo y empezó a salir con él así que yo pasaba las tardes y hasta noches sola.
Alguien lanzó una piedra contra mi ventana. Giré lista para gritarle su perra vida al fantasma, pero vi otra piedrita chocar contra el vidrio. Me asomé, era Alex. Bajé sonriente e ilusionada.
—Hola, ¿qué milagro?
—Pasaba por aquí y dije: “iré a ver a la Diane a ver qué está haciendo”.
Reí. Reía muy fácil con él. Ya estaba en toda la pubertad. Él había crecido, era bastante alto, ahora me gustaba más, y a las otras locas del salón también, lamentablemente. Pronto dejaría de pensar tanto en autos y Goku, y pasaría a pensar más en chicas. Esperaba que pensara en mí primero.
—Uuuh —chilló Joel, uno de sus amigos—. Alex con Diane, le diré a todos que son novios, ¡uuuUUUuuuh!
Me puse como tomate, quise negar de alguna forma pero Alex rodó los ojos y le dio cara más rápido que yo.