—A ver, repite lo que te acabo de decir.
Melody suspiró y empezó a hablar:
—Debo ir a casa de Diane y mientras esté distraída, tomaré uno de sus cabellos de por ahí.
—Sí, las mujeres siempre botan bastantes cabellos así que no será problema. Fíjate en su cepillo, seguro ahí hay, porque las pocas veces que he ido a visitarla vi que lo deja cerca al espejo que está en su sala, sin duda no va a ser difícil.
—Ayyy, ¿y por qué yooo? —se quejó.
—¿Acaso quieres que bote al gato? —amenacé. Negó enseguida—. Muy bien.
..........
Toqué una puerta y suspiré. Las cosas que tenía que hacer, era el colmo. Diane abrió y le sonreí de lado.
—Hola, ¿cómo te va?
Me miró sorprendida, bajó la vista a mi pequeña hermanita, quien la saludó con un nervioso movimiento de la mano. Apoyé mi mano en el marco de la puerta.
—¿Podemos hablar? —murmuré bajo.
Ella no podía lanzarme a su cuervo ni nada estando Melody presente, sabía que así como yo, no tenía permitido hacerle saber a nadie sobre su ente o este podría lastimarla, lastimar a mi hermana, y conociendo a Diane, aun no la creía capaz de hacer eso. Al menos por el momento.
Se encogió de hombros y sonrió.
—Claro. Pasen. Pasa, Melody —le dijo con ánimo.
La niña pasó sonriente.
—Mi madre me la ha dejado a cargo así que he tenido que traerla. ¿No tendrás algún dulce para que no moleste?
Melody se sentó en el sofá. Me puse un poco nervioso al ver al cuervo mirando por la ventana desde afuera. Volví a concentrarme en lo que estaba. Melody soltó una risita al ver al ave, Diane le lanzó una mirada al cuervo y este se fue, para mi alivio.
—No tengo nada. —Noté que había subido la guardia un poco.
Eso no era bueno.
—Entonces hablemos de una vez —comenté con una leve sonrisa—. Por lo que veo, tu mamá no está.
—Ja. ¿Y cuándo está esa perra? —renegó entrando a la cocina.
Le hice una muy disimulada señal a Melody antes de entrar también y cerrar la puerta.
—Diane, Diane —ronroneé—. Es pecado que te expreses así de tu madre.
—¿Has venido a sermonearme? —dijo con diversión siniestra, cruzando los brazos.
—No, he venido a pedir una tregua. —Me le acerqué.
—Las treguas no existen para gente como tú.
—Ni como tú entonces. —La hice quedar contra la pared, pero su mirada desafiante no se iba.
—El cielo ya no es para mí, lo sé.
—Creí que no creías en eso.
—Eso no te interesa. ¿Qué hace tu hermana? No deberías dejarla sola, un demonio ronda.
—No me preocupa, convive con el gato.
—¿Por qué quieres tregua? —susurró entre dientes, molesta—. ¿Me tienes miedo? —Se burló, retándome—. Lo vi en tus ojos aquella vez, aquella vez en la que estuve cerca de matarte.
—Ahora mismo estoy seguro de que crees que Darky puede matarme, pero mi gato es más poderoso en este momento. Como no quiero eliminarte, y no le veo sentido, vengo a pedirte una tregua.
—Te mataré igual —retó.
Pero tan solo un leve movimiento de sus ojos a mi boca me hizo dar con un posible punto débil.
—No, no lo harás —susurré pagándome más a ella—. No puedes. —Sonreí de lado.
—Ja, pareces muy seguro. ¿Acaso es porque tu demonio es poderoso al fin?
—No. No vas a matarme porque te gusto... —Y la besé.
No creí que terminaría haciendo eso pero ya qué, había acertado en mi suposición, debí haberlo sospechado desde antes. Se aferró a mí y besó con fuerza, estaba loca pero besaba bien. Si no hubiera estado mi hermanita afuera haciendo algo importante, hubiera pasado a siguiente base.
—Alex, quiero hacer pis —llamó Melody.