Al despertar, no estaba en el hospital, pero tampoco en mi casa ni en otra conocida. Era algún lugar, y alguien estaba a mi lado con los brazos cruzados. Resopló y acercó sus manos sin llegar a posarlas sobre mi pecho.
—Hola —saludé con la voz algo débil.
—Cada vez que me pongo feliz porque pienso que ya me libré de ti, reapareces —renegó Herminia.
—También es bueno verte…
Al parecer Lucero estaba porque sus lengüetazos me cayeron a la cara. Me reincorporé quejándome por el asco y mi limpié con el antebrazo.
—Tenías algo de energía negra metida en ti. ¿En qué líos andas?
—Nada, ya debo irme, ¿y dónde rayos estoy? —quise saber al no reconocer el lugar.
Parecía ese convento del mal en el que estuve de retiro religioso en donde encontré al maldito gato, pero este era otro tal vez.
—El asilo de ancianos.
—Ah. —Toqué mi frente y volví a recostarme. Ya decía yo que olía a viejo—. ¿Cómo llegué aquí?
—Lucero me guió.
—Ja…
—Estabas afuera de esa casona. ¿Vas a decirme por qué? —Dejé que el silencio respondiera—. Bueno, puedes irte, debo hacer aquí…
—Intenté algo. Intenté armar un escudo de energía blanca, y adivina… No funcionó.
—No, claro que no, ¿qué esperabas? Si eres todo negro.
Se alejó. Quedé algo molesto. Claro, ahora a Dios no le importaba más porque era negativo.
Lavé mi cara en el lavadero del baño. Para completar todo, el espejo me hizo recordar que estaba con camisa negra. Le negué a mi reflejo su mal comportamiento. Salí y anduve un poco por el lugar. Un jardín central, algunos ancianos en sillas de ruedas, el asilo era una de esas mega casonas coloniales antiguas de los ricos, con muchas habitaciones, y una parte moderna que el gobierno se había dignado a acomodar para, según ellos, tener mejores instalaciones.
Pero eso no cambiaba el hecho de que el lugar no era lo mejor. Verlos mirando a las plantas, a la nada, sin esperar más. Llevar toda una vida, seguro miserable, para tener un final incluso más miserable. Por un momento me sentí mal por ellos, sentí lástima. ¿Qué hacíamos en nuestra vida? ¿Y de qué servía al final?
Todos terminábamos igual.
Vi a Herminia salir de una de las habitaciones más cercanas, uno de los ancianos que pasaba a su lado la quedó mirando y sonrió.
—Niña, ¿cómo haces para caminar?
Eso nos extrañó a ambos.
—Pues camino —le dijo ella con cariño.
—¿Con esas enormes alas? —Miraba a uno de los costados, a la nada. Fruncí el ceño con extrañeza, recordé cuando estando medio inconsciente, me pareció verle alas pero de luz, las cuales luego deduje que habían sido ilusión, solo la luz que entraba por la ventana. El viejo ya alucinaba como yo esa vez—. Eh, señorita, por favor… —Se acercó más—, por el poder que Dios le ha dado… deje que me vaya.
Abrí más los ojos algo impresionado, y la vi de reojo a ver qué decía. Ella suspiró.
—¿No le gusta vivir?
—No.
—Pero, sus seres queridos…
—No, yo quiero irme, ya quiero irme, me duele todo, ya quiero irme…
—Bueno, bueno… rezaré con usted, ¿le parece? —Se puso de cuclillas a su lado y tomó su mano—. Señor… permite por favor que este hijo tuyo se vaya en paz…
Miré al techo, rodé los ojos y me alejé un poco. No podía creer que le estaba engañando de esa forma, si total, Dios no era de esos que cumplían tus deseos, no así.
—Niño... —Una anciana me atajó—. No traigas gatos aquí. Son demonios —susurró algo desesperada.
—Ah, doña Lucy —le habló Herminia—. ¿Cómo amaneció?
Me alejé más mientras se hablaban, la vieja me había asustado. Ni siquiera había visto si el gato estaba cerca. Miré hacia el jardín y pude ver otra vez al supuesto papá de Herminia, se esfumó enseguida. Tensé los labios. Era raro que apareciera, incluso para ella, no le hallaba explicación, no creía que fuera él, pero yo sí… De algún modo lo sentía.
Me tensé al ver a Jenny con su séquito de religiosos, quise dar la vuelta pero me vieron y saludaron de lejos, encaminándose hacia mí. Resoplé. Cuando llegaron, su madre y hermano panzón me miraron como al anticristo.
—Seguiremos —le dijo a su hija—, nos das alcance, no demores.
—Dios te bendiga —se despidieron como robots.
—Ja —solté bajo cuando se retiraron—. ¿Lo dicen porque en verdad lo sienten? ¿O es que ya están tan bien programados que se les sale tan fácil como respirar?
—En verdad queremos que Dios bendiga a todos —explicó Jenny.
Negué. No parecía, no sabía si incluso ella lo creía, ya que todos esos religiosos no solo se sabían la biblia al revés y al derecho, pudiendo relatarla así de memoria, sino que todo lo que decían además de lo de ese libro, parecía haber sido grabado en sus mentes, solo debían repetirlo como máquinas… U ovejas. Siempre me detenía a esperar en qué momento decían “meee” como una.