Salí corriendo con todas mis fuerzas del lugar. Quería olvidar el asunto, eso tenía que ser un sueño, ¡Era un sueño, el gato no podía haber hecho eso, era imposible! Eso era un sueño, no me cabía duda.
...
Me encontraba semi dormido y abrí los ojos por culpa de un ruido en mi habitación. Apenas había logrado conciliar el sueño gracias a la noticia del niño esparcido en la pista. Divisé un bulto en la esquina y no quise ver mejor para no lograr distinguir lo que era. Lo debía admitir, estaba asustado, era un cobarde. Después de unos minutos el bulto ya no estaba.
Pasé toda la noche despertándome de rato en rato por una extraña risa que se escuchaba en mi jardín. Tampoco quería asomarme a ver qué la producía. Era chillona y malvada.
Me desperté de golpe por otro ruido, ya era de día. Mi vista se dirigió enseguida hacia el animal negro que salió corriendo de mi habitación.
—Ese gato roñoso.
Salí disparado detrás de él y lo perseguí hasta el jardín, donde trepó por la pared y desapareció de mi vista. Me alisté para ir al colegio, pero al llegar ahí, las clases habían sido suspendidas por ese día, por el niño muerto de ayer.
Suspiré con pesadez, me había propuesto retirarme e ir a vagar por ahí cuando mis amigos se unieron a mi caminata.
—Lástima lo del niño —dijo uno a mi costado.
—No quiero hablar de eso —le dije.
—¿Van a ir al velatorio? —preguntó otro.
—Sí, vamos por ahí…
Suspiré con pesadez y me dejé arrastrar por ellos.
La familia estaba en la iglesia “la consolación”, en una de las salas especiales para estos eventos. Se encontraban muchos profesores y alumnos también. Me angustiaba pensar que quizá la culpa de todo esto la tenía yo. Yo había golpeado al gato y por eso había sido atropellado.
El nudo en mi garganta no me dejó hablar bien cuando tuve que darle el pésame a su madre a quien ni conocía. Mientras le daba el abrazo vi con el rabillo del ojo al gato asomándose por la entrada, me separé casi de golpe para ver mejor y ya no estaba. Nos fuimos a sentar.
—Dicen que el conductor está desaparecido.
—Seguro, sabe lo que le espera.
Yo estaba en silencio sepulcral mientras oía lo que decían. Si supieran que quizá el principal culpable era yo. Yo, que de algún modo, había atraído a un demonio. Nunca debí ir a esa capilla, seguro por mi malcriadez, Dios se había enojado y me lo había mandado como castigo. ¿Para eso sí sirves, eh?
—Debes tener más cuidado con tu hermanita —dijo uno y me sacó de mis pensamientos.
—Cruza las calles sin mirar —murmuró Joel.
Mi media hermana, Melody, de siete años. Iba en otro colegio pero nunca me había detenido a preocuparme por si llegaba bien o caminaba con cuidado. Vaya, qué mal hermano era. Me caía odiosa pero no era motivo.
...
Me dirigí a casa. Había intentado contarles a mis amigos lo que había pasado pero terminaron riéndose por mi buena “historia de terror”. Sí claro, si supieran los malditos, los envidiaba.
Al entrar a casa me espanté. Mi pequeña hermana estaba jugueteando con el desgraciado animal ese.
—¡Aléjate! —grité.
El animal salió disparado hacia el jardín. Ya estaba harto, lo peor era que si le hacía algo alguien más podría pagar. Esto era una maldición. Me dirigí a mi computadora para averiguar lo que podría ser esa cosa infernal. Mi hermana se acercó a darme quejas.
—¿Por qué lo botas? —me reclamó— Lo he adoptado…
—Cállate, no aguanto tu voz chillona —abrí el Google y este demoraba en cargar, ¡basura!
—¡Es muy bonitooo! —zapateó— ¡Siempre quise un gato negrooo! ¡Mamá!
—¡Que te calles!
Se abalanzó a apagar la computadora y empecé a forcejear con ella, mi madre apareció y empezó a gritar.
—¡Oye manganzón, suelta a tu hermana! —gritó como loca.