Y líbranos del mal

Capítulo 8: Darky

Apreté los puños. La cosa no me desprendía esos ojos de perdición.

—Qué... ¡¿Qué demonios es esa cosa?!

Diane soltó una leve risa.

—Lo acabas de decir. Es un demonio. Un demonio cazador.

—¿Cazador?

—Caza a otros. Como el tuyo.

—¿No debería hacer eso algún ángel o lo que sea?

—No tienes idea de cómo funcionan las cosas. Pobre de ti.

—¡Basta, explica y deja el palabreo!

—No, no lo haré porque ya te dije que morirás.

—¡¿Qué te cuesta deshacerte de esta cosa y dejarme en paz?!

—Eres tú el maldito, si se va ese, vendrá otro. ¿No lo ves? Lo tuyo nunca acabará. Ahora —miró a la cosa—, Darky, encárgate de él.

¡Encima le había puesto el nombre más afeminado que pudo haber pensado en su puta vida!

—¡Puta vida la tuya si no corres! —gritó el gato negro mientras salía huyendo.

Se esfumó no muy lejos, dejándome solo. Diane rió. Un ventarrón me dio el impulso que mi petrificado cuerpo necesitaba y arranqué. Corrí a toda velocidad, pero tuve que cubrirme los oídos al volver a escuchar los millones de gritos. Para mi sorpresa y horror, los escuché en mi cabeza también.

Grité y tropecé. Rodé sin control hasta que me detuve. Me puse de pie, arañando el suelo en mi desesperación. El lugar era un pueblo joven apartado. Volvieron los gritos y volví a gritar, recién notaba también que me hacían doler la cabeza.

Me golpeé contra una puerta y esta cedió. Caí al interior del lugar, quedé a gatas. Una gota de sangre cayó al piso, palpé mi nariz, estaba sangrando.

Oh no, no, no.

Pero ya no había vuelto a escuchar a esa criatura. Miré a mi alrededor. Estaba en una iglesia. Sorprendido, me puse de pie con dificultad.

Estaba vacía. O bueno, la zona pública, ya que siempre tenían encerrado a algún iluso sacerdote en esos lugares, por ahí rezando. Me di la vuelta y cerré la puerta, luego de mirar de forma fugaz si la cosa no estaba. Respiré hondo.

Paz. Debía pensar en la paz.

Atraería energía positiva, esa Diane ya me daba por caso perdido y no era así, aún tenía salvación. Ay, carajo, ya estoy hablando como religioso.

—Joven, habrá una misa más tarde —habló un anciano—. Ahora estamos por atender en los confesionarios.

—No, gracias.

—Usted, un chico que no cree en el poder de Dios. ¿Qué hace aquí? —quiso saber una voz femenina.

Arqueé una ceja y volteé. Me observaba una mujer joven pero sin duda mayor que yo, de cabello castaño claro en ondas, cara de muñeca de porcelana. Sonreí de lado. Dios, era hermosa.

—Escapaba de un demonio —respondí con total calma—. Al parecer estas edificaciones sí sirven.

—No para los de tu clase —refutó—. La criatura ha decidido dejarte por ahora, esto es muy divertido para ellos.

Dio media vuelta, estaba pasmado. Tardé varios segundos en darme cuenta de que se había ido.

—¡Eh, espera! —Corrí siguiéndola.

Nuevamente si hubiera sido lo suficientemente inteligente en ese entonces hubiera notado la sensación de estar en casa cuando la vi por primera vez… Y si hubiera sido más listo, me hubiera alejado de ella.

Salí de la iglesia y la vi caminando por la calle, ya algo lejos. Al verme corrió, así que también lo hice, otra vez. Yo corriendo detrás de una mujer, otra vez, inaudito. Maldito gato, era su culpa.

La perseguí por las calles feas esas. Un sujeto intentó detenerme, le di un codazo y volví a correr.

—¡Ladrón! ¡Un ladrón persigue a la señorita!

—¡No, idiota! —respondí.

La mujer giró por una esquina. Giré también, y ya no estaba. Maldije una y mil veces hasta que vi una puerta semi abierta. Caminé y me asomé despacio. Ahí estaba ella sentada en un desgastado sofá, me miraba fijamente. Tragué saliva y di un par de toques a la puerta, aunque era algo tonto ya que me estaba viendo. Asintió y pasé.



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En el texto hay: angeles, demonios, mistisismo

Editado: 13.12.2020

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