Aquella mujer, la que se hacía pasar por una madre excelente y abnegada, regreso al cual llamaba su hogar.
Se dirigió a su cuarto para alistarse para irse a dormir, en un momento decidió ir a ver a su hija pero así como lo recordó se obligó a olvidarlo.
Con el pasar del tiempo llegó un hermoso día, a unos cuantos metros del cuarto de esa mujer se encontraba un precioso Ángel que no tenía la culpa de los problemas de sus padres.
La mujer se alistó para ir a su trabajo olvidando por completo a la niña.
Horas más tarde un padre, cansado y casi siempre ausente por el trabajo, llegó al hogar que tanto extrañaba hace una semana donde lamentablemente le tocó viajar por trabajo.
Un hombre aproximadamente de 34 años, ojos de color miel y un cuerpo atlético porque le gustaba cuidarse.
Miró la sala vacía, y recordó los momentos más felices que había pasado con su hija y su esposa a la cual amaba y también a su hija, su princesa, la luz de sus ojos.
Subió las escaleras lentamente y cuando llegó al su cuarto se despojo de todo el estrés que había acumulado durante el viaje, tomo una larga ducha y se alistó.
Faltaba poco para que su princesa llegara de la escuela y le iba a tener un delicioso almuerzo.
Cuando se disponía a bajar las escaleras, escuchó un ruido, se quedó quieto en un escalón y agudizó sus oídos para oír mejor y esta vez escuchó otro ruido pero este no era un ruido cualquiera, era un sollozo que provenía del cuarto de su hija.
Lentamente se acercó al cuarto, y tomo la perilla girándola lento, cuidadosamente asomó su cabeza y no vio nada, pensó que estaba loco al escuchar ruidos.
Dirigió su vista hacia el suelo y un pequeño pie salia del lado frontal de la cama pensó que era una de las muñecas de la niña y se dispuso a recogerla y ponerla en su lugar.
Cual fue su sorpresa al encontrar a su preciosa pelinegra en un estado que nunca en la vida se lo habría imaginado.