El aire nocturno era fresco, con esa brisa ligera que acariciaba mi piel sin ser molesta.
Caminaba con paso firme por la acera iluminada por los faroles de la calle, intentando no pensar demasiado en lo que acababa de ocurrir. Pero era inútil.
Max.
Había algo en él que me hacía cuestionar mis reglas, esas que me había impuesto con tanto empeño.
Y lo peor de todo es que él lo sabía.
Lo veía en su forma de mirarme, en la manera en que su voz bajaba un tono cuando me hablaba.
Max no era un hombre fácil de descifrar, pero estaba segura de algo: él sentía lo mismo, aunque intentara negarlo.
Doblo la esquina y me detengo frente a mi auto, me apoyo sobre el y cierro los ojos, respirando hondo.
No podía dejar que esto me desestabilizara, ya había cometido ese error antes, en otro tiempo, con otra persona. Y había terminado en ruinas.
Pero justo cuando estaba a punto de abrir la puerta del auto, una voz grave interrumpió mis pensamientos.
—Emma.
Mi corazón se detuvo un segundo antes de reanudar su ritmo con más fuerza.
Giré lentamente y lo vi allí, de pie bajo la luz del farol, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión que no lograba descifrar.
—Pensé que no me ibas a seguir —murmure, sintiendo mi voz un poco más temblorosa de lo que me hubiera gustado.
Max dio un par de pasos acercándose, sin apartar su mirada de la mía...
—Tampoco pensé que lo haría.
Deje escapar una pequeña risa, sin humor.
—Y, sin embargo, aquí estás.
Asintió, desviando la vista hacia el suelo por un instante antes de volver a mirarme.
—No quería que terminara así.
— ¿Y cómo querías que terminara? —pregunté, cruzándome de brazos.
Pareció dudar, no era un hombre de muchas palabras, pero cuando hablaba, cada palabra parecía estar medida con precisión.
—No lo sé —admitió—. Pero no así.
Apreté los labios, había algo en su tono, en la forma en que lo dijo, que hizo que mi determinación vacilara.
—Max… si no quieres esto, solo dilo. No quiero jugar a las adivinanzas contigo.
Me observó por un largo segundo y luego, de repente, acortó más la distancia entre los dos. Sus ojos oscuros brillaban con algo parecido a la desesperación contenida.
—No es que no quiera, Emma —dijo en un murmullo—. Es que no sé cómo hacerlo sin arrastrarte conmigo.
Sentí un nudo formarse en mi estómago.
Max no hablaba de forma abstracta, había algo en su pasado, en su presente quizá, que lo hacía sentirse así.
Y quería saber qué era, no porque creyera que podía salvarlo, sino porque sentía que si no lo intentaba, algo dentro de mí se quedaría incompleto.
Me acerque aún más y, con suavidad, deslizó mi mano sobre la de él.
Se tensó al principio, pero no se apartó. Por el contrario, entrelazó nuestras manos, como si ese simple gesto fuera la única respuesta que podía darme.
—No me asusta tu oscuridad, Max —susurró Emma—. Me asusta más no descubrir qué hay detrás de ella.
Él cerró los ojos un instante y, cuando los abrió de nuevo, su mirada estaba llena de algo que no pude definir del todo, pero que me hizo saber que, sin importar lo que pasara después, esto era solo el comienzo.