Y llegaste Tú

C51

Lo siguiente que supe fue el sonido intermitente de una máquina, pitidos constantes.

Un murmullo lejano, como si alguien hablara bajo el agua.

Pero yo no estaba allí, no del todo, era como flotar entre dos realidades.

Sabía que algo andaba mal, que mi cuerpo no respondía, que el dolor estaba, pero lejano, como una sombra.

Escuché una voz conocida. Fuerte. Quebrada.

-¿Emma? ¡Emma, por favor, despierta!

Beth.

Ella estaba llorando. Nunca la había escuchado así.

—Dios, mi niña… —susurró—. Por favor, no me hagas esto.

Quise hablar. Decirle que estaba bien. Pero no podía.

Entonces, otra voz se sumó. Una que no escuchaba desde hacía años.

—Beth…

Ese nombre, en su voz.

Un silencio espeso se instaló en la habitación. Casi pude imaginar la forma en que Beth giraba la cabeza lentamente.

—¿Emiliano?

—Sí… soy yo. Dios… es Emma. ¿Cómo… cómo pudo pasar esto?

Su voz estaba rota. Llena de algo parecido a culpa. A desesperación.

Beth tardó en responder. Su voz salió baja, incrédula.

—¿Qué haces aquí?

—Recibimos la llamada del hospital. Nos dijeron que Emma estaba en coma tras un accidente… vine con Erika y los chicos.

Erika y “los chicos”. Sus hijos. Hermanastros que no quería ver.

Beth no dijo nada durante unos segundos.

—No pensé que volverías a buscarla —dijo al fin, con tono helado—. Después de tantos años, Emiliano.

—Yo… lo lamento. No he dejado de pensar en ella.

—No digas eso —Beth le cortó con firmeza—. No tienes derecho a volver con palabras vacías. No ahora, no después de que la abandonaran y dejaran a su suerte.

Él pareció ignorar la advertencia o tal vez no pudo evitarlo.

—Beth… ella es tan parecida a ti.

El silencio que siguió fue espeso. Cargado.

—¿Cómo…? —empezó ella, pero su voz se quebró—. ¿Qué dijiste?

—Dije que Emma se parece tanto a ti.

Beth soltó una risa ahogada, nerviosa. Pero Emiliano no se detuvo.

—Porque tú eres su madre. Aunque no lo sepas.

Esa frase cortó el aire como un cuchillo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Beth, y su voz ya no era suave. Era temblorosa, al borde del pánico.

—Emma es tu hija.

Un golpe sordo, como si algo cayera.

Beth se había levantado de golpe, seguramente.

—Estás loco.

—No. Por favor, escucha fue una decisión… una locura de aquel entonces. Tú estabas inconsciente después del parto. Hubo complicaciones, tus padres no me querían y tampoco a mi hija y me amenazaron para que me marchara o si no me iban a quitar a Emma.

El silencio fue total.

—Pero ese momento fue tan oscuro… Yo no podía perderla a ella también. Así que…no tuve mas remedio y acepté.

La respiración de Beth se volvió agitada. Asustada.

—No… no… No puedes decirme esto ahora.

—Lo siento, Beth. No quería que te enteraras así. Pero no podía seguir callando.

Beth rompió en llanto. Un llanto tan desgarrador que traspasó mi niebla mental.

Y entonces, oscuridad de nuevo.



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En el texto hay: decepciones, cliche, amor_y_maltrato

Editado: 19.06.2025

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