Emma pasó las siguientes horas entre médicos y pruebas.
Cuando todo se calmó, Beth se sentó a su lado y le tomó la mano.
—Hay algo que debo decirte —empezó, con la voz quebrada—. Algo que te cambiará la vida… y también la mía.
Emma giró lentamente la cabeza hacia ella. La mirada aún estaba nublada por la confusión, pero había conciencia.
—Eres… mi hija.
El silencio se hizo.
—Fui engañada, me robaron la verdad, te robaron de mí y ahora… —respiró hondo, con lágrimas cayendo—. Ahora te tengo otra vez.
Emma no respondió. Solo miró hacia el techo, con los ojos muy abiertos. Y una única palabra escapó de sus labios secos.
—¿Papá?