La noche dio paso y Luci preparó una cena especial. Beth y Emma cenaron juntas, con un silencio lleno de significado, luego Emma se retiró a su nueva habitación.
Sobre la cama había un sobre una carta.
Era del hospital donde Max trabajaba dentro, una invitación a una gala benéfica y una nota escrita a mano:
Emma,
Hay causas que valen la pena.
Y personas que valen aún más.
Espero verte ahí.
Max.
Emma sonrió.
—¿Vas a ir? —preguntó Beth desde la puerta.
Emma la miró. Sus ojos brillaban.
—Sí. Esta vez, sí.
La mañana estaba particularmente tranquila el sol filtraba su luz entre las cortinas del jardín, y el aroma a café recién hecho se mezclaba con el sonido de los pájaros.
Emma se encontraba sentada en la mecedora del jardin, leyendo un libro, cuando escuchó pasos acercándose.
Levantó la vista y se encontró con Ricardo, el esposo de Beth.
Hacía mucho que no se miraban de frente siempre había estado presente, sí, pero su trato había sido distante, frío como si no supiera dónde ubicarla dentro de su vida.
—¿Te molesta si me siento? —preguntó él, con voz baja.
Emma negó con la cabeza.
Se sentó a su lado, un poco incómodo al principio, como si no supiera cómo iniciar.
—Beth… me contó todo —dijo al fin—. Sobre ti… Sobre cómo pasaron las cosas y sobre quién eres realmente.
Emma no respondió solo lo observó, esperando.
—No tengo excusas —continuó—. Y tampoco puedo darte nada que repare los años de indiferencia o de dolor pero quiero decirte algo y quiero que me escuches con el corazón.
Emma cerró el libro y lo dejó sobre sus piernas.
—Adelante.
Ricardo suspiró.
—Fui un cobarde me dejé llevar por la tensión de mi familia por mi propia ignorancia por no querer involucrarme me alejé y al hacerlo, te fallé.
Emma sintió un nudo en la garganta no esperaba eso de él.
—Sé que quizás ya no esperas nada de mí —dijo él, con la voz algo quebrada—. Pero quiero que sepas que tienes un lugar aquí en esta casa, en esta familia, si aún quieres estar.
Emma sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir no por debilidad, sino por alivio.
—Gracias —susurró—. No sé si puedo olvidar todo, pero esto… ayuda.
Ricardo asintió.
—No pretendo que olvides solo que sepas que, de ahora en adelante, me tienes.
Y sin decir más, le extendió la mano.
Emma la tomó.
Y por primera vez, sintió que alguien más en esa casa también la estaba eligiendo.