Y Raquel nunca volvió

7. Niña mal

Cuando estoy sola o me siento mal, suelo imaginar a mamá, bailando en los tubos, las luces neón, el dinero siendo arrojado a su cuerpo, sus movimientos y la retumbante música. Mamá era muy querida en su ambiente laboral, de pequeña, cuando ella no tenía a nadie con quien cuidarme me llevaba a su trabajo, me gustaba verla girar en los tubos, me parecía hipnótico, con sus enormes tacones y su ropa ajustada.

Aunque no lo parezca, me gustaba mucho ir, jamás tuve un incidente, al contrario, el dueño del bar me daba leche con chocolate y me dejaba ver la televisión por horas, al menos, hasta que fuera momento de que mamá se fuera. A veces a mamá le tocaba cantar, usaba hermosos y coloridos vestidos, maquillaje lleno de purpurina y brillitos, a veces ni la reconocía.

La da Dee la Dee dow.

A veces hasta la podía escuchar.

Hace mucho que no voy al trabajo de mamá, sinceramente nunca supe que estaba mal o era algo de lo que se debería avergonzar, pensaba que era un trabajo y nada más, no fue hasta que le conté a una maestra que todo cambio, de repente todos mis compañeros conocían a mí mamá, me decían lo hermosa que era y como yo debería también hacerlo, recuerdo que cuando tenía 9 años unos chicos mayores que yo me subieron a una mesa y colocaron música, diciéndome que hiciera lo que mamá hacía, no es que supiera que era algo inapropiado para una niña, sólo que me intimidaba ver tantos niños grandes, eso me asusto y me hizo llorar.

Después de eso y que me empezará a desarrollar más rápido que mis otras compañeras provocó que fuera tachada como la "zorra" de la clase, era solo una piba con un trasero y busto grande, por eso automáticamente era fácil, según la lógica social.

— ¡Hey, zorrel! Anoche tú mamá bailo en mí mesa, ¡Tenía un trasero! — la saliva prácticamente caía de su boca mientras se tocaba la entrepierna —  ¿Quieres que me vuelva tú padrastro?

Lo ignoró y caminó hasta mí salón, con el eco de las burlas, como me gustaría tener un lanzallamas y mandarlos a la mismísima mierda aquí y ahora, quemarlos, verlos correr mientras el fuego quemaba su piel y sus cuerpos, era glorioso de solo pensarlo. La clase empezó, geografía no era algo de mí interés pero lamentablemente no la podía saltar o perdería la materia, eso era lo que menos quería.

— Muy bien, ¿Alguien quiere decirme porque Artismía es el continente más fértil y diverso de la tierra?

— Creí que ese era Laurasia.

— No, Laurasia y Gondwana tienen diversas formas de vida, aunque debemos admitir que el cálido Laurasia y el helado  Gondwana no compiten contra Artismía, nuestro continente, claro que Varela e Irmanía le hacen una muy justa competencia, pero eso se debe a él hecho de que aquí únicamente tenernos un eterno verano y un diminuto invierno.

Ahí había un mapa de nuestros países, los mismos que anteriormente se consideraban continentes, Laurasia, Gondwana, Varela, Rilindja, Irmanía y Artismía. A veces me moría de risa del porque los habitantes de Gondwana creían ser los mejores, incluso habían muchos de sus residentes que creían que Gondwana del norte era un país, malditos narcisistas.

Como habrán notado, la escuela no es mí ámbito favorito.

No me malinterpreten, me gustaba aprender, adquirir nuevos conocimientos que posiblemente no me servirían para nada en la vida era mí pasión, sólo que... había un recuerdo que nunca me quitaría de la mente. La escuela es un campo de batalla, uno en donde sólo el más fuerte triunfa y esa no era yo, aunque parecía que me valía un comino lo que dijeran de mí la verdad es que si me importaba, por eso quería tanto a Ander, no solo porque era un bombón, sino porque era el único que creía en mí, que sabía la verdad de aquél día, del día en que "Zorrel" fue bautizada como la fácil de la escuela. Ya tenía una mañana aberrante, como para sumarle más a la fórmula.

La verdadera tragedia había ocurrido en mí último cumpleaños, en sí, mí vida ya era caótica, con los gritos de Ellie y la risas de Mer, pero lo que fue la guinda del pastel fue ese día. Pero ahora debía concentrarme en un mayor problema: había acusado falsamente a un hombre de pedofilia, necrofilia y zoofilia, aunque en sí, eso no le había traído problemas sabía que las cosas cambiarían mucho.
Esa mañana había sido casi aburrida, aunque al principio parecía un día de lo más ordinario, exceptuando que claramente había cometido un crimen, pronto la monotonía del día se fue al carajo. Ese día me levanté, me puse el uniforme de cuadros escoceses verdes de la
Escuela de la Santísima Virgen —¿había dicho ya que llevábamos uniforme?—, los zapatos negros de cordones encima de los calcetines rojos, me hice una cola de caballo que estaba entre los peinados del código de vestimenta de la escuela —nada de mechones sueltos— y bajé.

Al igual que ese día (el día de la verdadera tragedia) mamá trabajaba en la jornada de la mañana, por eso Mer y Ellie había quedado a mí cuidado, Mer estaba en la cocina, que tenía una isla de granito. A mí me habría gustado más una de aquellas encimeras de resina reciclada como las que había en la cantina de la casa de Ander: podías ver los objetos a través de la resina, los padres de Ander lo tenían como una especie de exposición de diversas cosas que habían encontrado en sus numerosos viajes, incluso el esqueleto de una tortuga, un feto partido por la mitad y un centenar de caracolas había en uno de los mostradores, así que siempre tenías algo donde posar la vista, por eso disfrutaba tanto cuando iba a comer en la casa de Ander, sus padres viajaban mucho y él siempre deseaba compañía, esa compañía se traducía como: él + yo ÷ por helado × televisión = un caos total, pero era un caos que disfrutábamos.
La isla de la cocina era donde hacíamos la mayor parte de las comidas. Teníamos
una zona de salón-comedor, con una mesa. Se suponía que era para las cenas con
invitados, pero nunca teníamos reuniones, de hecho ni conocíamos a la familia extendida ni de mí madre, padre o el padre de Ellie. Por eso mí hermanastra la usaba únicamente para divertirse con sus amigos, la noche anterior había venido gente: en la mesa quedaban aún varias tazas de café y un plato con migas de galletas saladas y unas cuantas uvas marchitas, a lo mejor lo hizo como una especie de fiesta de despedida de su fabuloso apartamento, a no ser que pudiera convencer a mamá de dejarlas quedarse. Lo único que pude ver fue a Mer, con un vestido negro y un cinturón rojo, moviendo sus hermosas caderas, a veces me gustaba abrazarla únicamente para sentir sus redonditos y bien formados pechos, de algo me habría de servir ser tan bajita, aún así no pude ver mucho porque me quedé arriba en mi cuarto, esquivando la que me iba a caer por lo que había pasado, sabía que tarde o temprano tendría que tratar ese asunto y eso me atarraba, y que por lo visto era más que un simple acto de crueldad por parte de mí hacía un vecino que me había encontrado con la rabia bien puesta, los rumores ya rondaban a diestra y siniestra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.