¿y si Digo Que No?

Capítulo Seis: Frivolidad

Lo parecidos que somos a una familia removió mis piezas. Ese fue el tercer año consecutivo yendo a la casa de las montañas. La abuela y mi madre no dudaron en mofarse de nuestros quejidos, ya estaban acostumbradas.

Eran seis horas excluyendo las veces que nos deteníamos para llenar de oxígeno nuestros pulmones. Estuvimos siete horas subiendo, no podíamos más; faltaban dos vueltas de treinta minutos.

—No se quejen, Hungría guardó los refrigerios —No lo pensé bien mis , todo se tiraron sobre él para arrebatarle la comida. Parecían animales.

Jadeantes completamos una vuelta. Nos sentamos en la tierra a descansar de nuevo. Entonces un vehículo todo terreno no nos dejó ni asquearnos por la transpiración que impregnaba la tela. De él bajó un chico que iba sin camisa y solo. Lucía como alguien de fiar, pero insinuarse lo hizo ver mal. Se identificó como Sedán.

—Sedán Miller —estrechó la mano de mi madre, misma que cayó ante sus baratos encantos.

Algo en su cabello ennegrecido, en la dilatación de sus pupilas comiéndose el iris, el tamaño exagerado en su musculatura, todo me esos aspectos me daban mala espina.

—¿A dónde van? Si no es muy lejos, con gusto los llevo —hundió las manos en sus bolsillos delanteros.

El tintineo que hizo un manojo de llave generó desconfianza. Era algo simple, no había razón para sentirse así.

—Largo, Sedán —ordené en tono hueco. No solía hablarles a desconocidos, y menos irrespetándolos, aparentemente hay una primera vez para todo.

Recibí un codazo de Aleka, susurró en mi oído que también estaba insegura, pero que los modales son prioridad.

—Hijos míos —la abuela llamó nuestra atención—, estoy vieja, tengo hambre y las rodillas me truenan —enumeró—, me voy con el joven.

Ella no refunfuñó cuando Sedán la escoltó imitando un autentico caballero. La juventud, y mi madre, decidimos “abandonar” a Penny con él. Deseábamos subir, era el reto anual. Mantuvimos silencio mientras Dissa cantaba nuestra canción favorita, Feicco la secundó.

Poseída a manos del camino —cantó ella.

Queremos fusionar piel con hierro, pero el hielo derretido no puede más —entonaron con el talento que los caracteriza.

Movía mi cabeza en lo que las notas requerían un mayor esfuerzo.

Disección casera, bombeaba sangre coagulada. ¡Imposible! Morimos sin luchar —gritamos todo, hasta la abuela desde el Jeep que nos seguía el paso expectante.

Sedán se pronunció de nuevo. No escuché su voz ronca en los últimos veinte minutos. Faltaba menos para llegar a la casa. Me mordí la lengua para ahorrarnos un problema con un individuo que infunde miedo.

—Sedán, por favor, deja de hablar, las orejas de Minnie van a estallar —argumentó Pennyna en un intento de ayudarme.

Respiré pacientemente, troné mis dedos, y clavé la mirada en la superficie que iban tocando mis pies. Gracias al cielo levanté la cabeza, ahí estaba la rústica cabaña dando esa vibra hogareña que no se puede encontrar en medio de tantos árboles.

Aunque estuvo mal, observé al chico. Lo que era masculinidad, se convirtió en espasmos haciendo salpicar una leve capa de sudor. Rompimos la conexión, pero él pretendía mitigar los temblores.

—¿Hola? —tanteó Ellie, pues la fogata estaba encendida, y los utensilios en el interior estaban correctamente acomodados.

—¡Recibimientos de los duendes montañeros! —animó Sadisha elevando sus brazos y haciendo un baile raro.

Si fuese un regalo de los duendecillos tendríamos la comida lista. Rasqué mis codos a la vez. Me puso ansiosa que él haya hecho esto, mala señal.

—No interesa, las montañas limpiarán el desastre —A regañadientes dirigí a la familia hacia las montañas, donde solíamos conocer.

Sedán, ya tranquilo, acompañó del brazo a mi abuela hacia la cabaña. Discutieron por quién se quedaría.

—Qué ridiculez, Dios —apreté mi tabique con mi índice y pulgar.

Él ganó así que corrió y situó su cuerpo junto a mí.

Nos introducimos en la aglomeración de árboles, pinos, sauces y otros que no sé identificar. Apartamos las ramas que amenazaban el bienestar de inocentes córneas. El clima templado favorecía las flores que abrían sus capullos para las abejas.

—Es más precioso que el año anterior —Brilló la ilusión fonética de Sadisha.

Un rocío cayó en nuestras cabezas, lo poco que se filtró removió un salvajismo natural, es decir, la tierra tragó agua y a nuestros pies con él. Me hundí. Di vueltas, un tronco pequeño detuvo mi trayectoria, creí estar herida cuando una sustancia fluyó por mi frente. Por fortuna fue sudor mezclado con violencia.

—¡¿Están bien?! —Me preocupé por el bienestar de todos, pero la abuela no cabía en un margen de error donde pudiese darse el lujo de lastimarse.

—¡Eso creo! —avisaron las chicas.

—Demonios, sí que dolió —escuchar a mamá quejarse me alegró como nunca.

—¡No estuvo nada mal! —Feicco repetía las mismas palabras cada año, no era la primera vez que resbalábamos.

—Mentiroso —acusó la abuela apoyada de un árbol—. ¿Y Sedán? Pobre muchacho —usó su mano como visera para buscarlo.

—¡Sano y salvo! —le dijo a la anciana que se emocionó.

Me levanté de ese desastre, quité un poco de tierra de mi trasero y me giré.

—Pudimos haber mejorado —me carcajee. Vi la cabaña tan cerca, lo demás igual; se unieron a mis risotadas.

***

—Ya es tarde, ¿creen que vuelva? —Sedán tenía horas en el bosque, me molestaba mostrar un atisbo de preocupación.

—Agh —dije cuando lo vi emerger del bosque.

«Lo hubieran mencionado más temprano».

Se quejaba mucho, tenía el tobillo hinchado. Feicco lo ayudó a estar de pie dado que perdió el equilibrio. Hablaba, corrijo, balbuceaba.

—Mejor nos acostamos —sugirió mamá. Las comisuras de sus labios decayeron, sintió lástima por él.




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