¿y si Digo Que No?

Capítulo Veinte: Yo

Termino de poner mi pie derecho en el interior de la sala y retrocedo por el aturdimiento de ver a veinte personas observándome. Me encamino hasta el único sofá individual libre ubicado, casualmente, en medio de todos.

—Hola —digo dejando caer mi peso en el mueble—. ¿A qué se debe su visita? —formulo, me es interesante, mas no extraño tener a un número de Biancheris aquí.

—Solo queremos saber cómo estás —contesta mi tío Peter mientras se cierne contra mí, igual que el resto.

—Dinos, ¿cómo te ha ido? —inquiere Oleína sarcástica. Con sumo cuidado cierra su mano alrededor de mi cuello.

Quiere asfixiarme. Pataleo, pero no me suelta.

—Ural, Galo, Street, todos ellos —en lo que trato se zafarme de su agarre aparecen los mencionados en compañía de un par de desconocidos.

—Linda chica —susurra en mi oído Street, quien toma entre sus brazos el sofá, conmigo en él.

—Mira bien la próxima vez —El humo del cigarrillo de Ural nubla mi visión y abre paso a una intensa tos.

Me trasladan a una habitación que tardo en reconocer, es la de mi madre.

«¿Qué demonios ocurre?»

—Sí, sí, calla, no te asuste —profieren desde el pasillo—. Encima de la cama hay un ejemplar novenario, tómalo —indican.

Por la simple razón de que quiero entender, le obedezco. Un remolino se instala en mi abdomen bajo. Cubro mi boca evitando que las arcadas ganen la batalla.

—Excelente, ya sientes las náuseas —Un desdeñable entusiasmo burbujea en su voz.

Por consiguiente, mi mundo empieza a dar vueltas, caigo sentada en el frío suelo. En eso, dirijo la mirada hacia el techo que me permite ver el cielo despejado y la manera en que se abre mostrándome una espesa nocturnidad, el mismo se precipita sobre mí, y se detiene a centímetros antes de aplastarme.

—¿Vías libres o muertos indetenibles? —proceso la pregunta—. ¡Respóndenos, Minett!

—Sabes que no has hecho nada por cambiar tu destino —grita Ural abriendo la puerta—. Siempre se obedece al conejo. ¿Quién te crees para hacer lo contrario?

—Soy una asesina —farfullo con espasmos indetenibles que arremeten de repente—. Yo maté a mamá —miro mis manos y la cascada escarlata que fluye de ellas, el goteo, resuena en la habitación.

Fui yo.




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