Y si fuera... ella

Segundo capítulo

Él la siguió dudoso por el resto del camino, sin dejar de pensar en las múltiples interpretaciones que podían haber para lo que dijo. Variaba entre el miedo y la curiosidad, y le iba echando un par de miradas rápidas para ver si captaba algún rastro de excitación o perversión en sus ojos, pero solo captaba extrema indiferencia. Y mientras sus pensamientos divagaban en esos asuntos, un pequeño interrogante se le asomó de la nada. 

—Todavía no me has dicho tu nombre —apuntó.

—¿Es necesario? —contestó ella con desgana. 

—Me vas a invitar a un sitio desconocido y eres una desconocida, creo que sí lo es.

Ella seguía sus pasos sin mirarlo, y Thiago pensó que lo iba a ignorar, hasta que la volvió a escuchar.

—En realidad, te recuerdo que te autoinvitaste tú solo —suspiró—. Y mi nombre es Clarinda, pero mis conocidos me suelen llamar Linda.

A Thiago no se le ocurrió nada que objetar, todo lo contrario. Era precioso. 

—Es un bonito nombre —señaló—. El mío es Thiago, por si te interesa. 

Ella asintió, pero no le dio mucha importancia. Al contrario de Thiago. Si hubiese pensado algún nombre para su mujer ideal... ese sería perfecto. 

Ambos continuaron el camino hasta que llegaron a un punto desde donde se podía divisar una pequeña casa de campo, con tierras y un granero de pocas dimensiones, que no quedaba muy lejos. Linda se frenó en seco. 

—¿Qué es este sitio?

—Mi casa —contestó ella. 

Lo primero que se le había pasado a Thiago por la cabeza era que lo llevaría a algún tipo de cafetería o bar... que estuviese allí para los turistas, tal vez. 

Aunque nunca antes pensó en la posibilidad de que existiese algo así en medio de la montaña. 

—¿Vives ahí?

—Sí, lo siento si no te satisface. 

—Para decidirlo supongo que tendré que examinarla bien —dijo a modo broma. Pero Linda no pareció captarlo como tal.

—Sígueme.

La confianza que acompañaba a Thiago mientras la obedecía, pensando en que no podía correr verdadero peligro con esa pequeña mujercita, desapareció en cuanto ella pasó de largo de la puerta principal. 

—¿No vamos a entrar?

—Primero me tienes que cumplir con lo que acordamos. 

Linda lo guió hasta la parte de atrás, justo en un sitio donde estaban unos troncos. Y una vez allí, se arrodilló delante de él.

—¡Eh! Espera un momento —El miedo volvió a apoderarse de Thiago—. ¿Qué clase de favor me estás pidiendo? Yo no hago según que act...

Pero su frase quedó inacabada, porque Linda alzó uno de los troncos que estaban a su lado y se lo colocó en el pecho para que pasara a sujetarlo.

¿Qué?

—Ten. Todos estos que ves aquí son troncos de árboles muertos —le explicó mientras volvía a levantarse.

—¿Y qué cosa pretendes que haga con ellos? 

—Leña —le contestó como si fuera lo más lógico—. Córtalos en pedazos para poder ponerlos en la chimenea y así poder hacer fuego. 

—Ah, claro —Thiago fue asimilando la información poco a poco, volviendo a calmarse, mientras echaba una ojeada a las enormes y gigantes piezas del árbol—. ¿Y necesitarás mucho para hacer un té?

—He pensado que en lugar de un té, mejor preparo una sopa caliente que, si realizas un trabajo decente, saldrá muy buena. 

Thiago asintió.

—¿Tus invitados siempre hacen esto?

Linda se encogió de hombros. 

—Normalmente todos los que tengo cooperan conmigo sin necesitar que se lo pida, y tú no vas a ser la excepción. 

Thiago decidió hacer un descanso de tanto cortar. En cuanto Linda le dio el hacha, prácticamente sufrió un ataque de ansiedad. Esa herramienta contenía la mitad de su peso, y encima había aprendido con su intento de manejarla que para cortar los troncos se necesitaba tener puntería. Thiago no sabía cuantos había llegado a cortar en total, pero definitivamente, lo habían enviado al borde del colapso. 

Dejó de admirar el verde paisaje que lo rodeaba y optó por mirar al frente y observar a través de las ventanas abiertas, que mostraban a una Linda calmada y concentrada en cortar patatas y zanahorias. Sus manos se deslizaban con avidez sobre el cuchillo logrando cortar los alimentos en rodajas en un abrir y cerrar de ojos. Un par de mechones se deslizaban del moño desordenado a ambos lados de su rostro por el movimiento constante que ejercía en la pequeña cocina. 

Tenía el ceño ligeramente fruncido, sus pestañas resaltaban con su mirada gacha y sus mejillas habían adquirido un tono rosa perfecto y natural para su tono de piel.

Desde esa perspectiva, Thiago se replanteó su opinión sobre Linda. Tal vez no era tan fea como se había mentalizado, incluso podía tener su encanto de cierta manera.



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En el texto hay: cuento, amor, cliche invertido

Editado: 07.01.2019

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