¿y si me analizas y yo a ti?

2. El continente en una rodilla

Algunas experiencias le causaban acidez estomacal a Jaime cada cierto tiempo. Entonces corría a terapia. Pero hacía bastante que no lo necesitaba, o de eso se convenció. En la posibilidad de estar en negación ni pensaba, y para lograrlo era muy bueno el trabajo, por eso era imprescindible reanudar las consultas a la brevedad.

Dejó de lado cualquier cosa difícil de controlar y encendió la luz, adentrándose en el espacio de paredes blancas.

A la derecha había una pequeña cocina equipada con una estufa vieja y con probables fugas de gas; cerró de inmediato la llave anotando mentalmente la irresponsabilidad del arrendador. A continuación, recorrió la sala; aunque reducida, era suficiente para los dos sofás de su anterior consultorio.

Por otra parte, la ventana brindaba buena ventilación e iluminación; la gente estaría cómoda esperando. Al fondo, apreció la tercera habitación; su sagrado espacio de trabajo. Por último, el baño con su lavamanos e inodoro manchados de sarro, pero funcionales.

Inundándose de la efervescente sensación de haber solucionado un problema, giró sobre sus talones para ir por la primera caja. Salió sin problema, pero al atravesar la reja, chocó de frente contra un cuerpo delgado y que se hizo para atrás ante el impacto.

Decenas de papeles se desparramaron y una mirada color miel atestiguó estupefacta aquel desastre.

—Disculpe. No la vi —dijo el causante mientras se acuclillaba a tomar del suelo los papeles a su alcance.

Sin querer levantó un poco la vista. Un lunar del tamaño de una huella dactilar al lado de la rodilla derecha captó su interés. Era muy peculiar, le pareció que tenía la forma de América, o quizás de África. Lo mejor eran las pantorrillas un poco más abajo. No pudo evitar recapitular el tiempo transcurrido desde que vio un par tan bonito.

Al caer en cuenta de su poca discreta observación, sintió el cuello de la camisa asfixiante y se acomodó los anteojos como si fueran los culpables de su desliz. Sacudió la cabeza, dedicándose un sermón interno, ni que fuera adolescente para engatusarse así.

—No se preocupe, yo tampoco —aceptó la mujer, recuperándose de la colisión.

De pronto, la recién llegada concientizó sobre el extraño sujeto que acababa de salir de la cochera de la casa que ella rentó. Desde arriba, examinó la cabeza del desconocido. Lucía uno de esos cortes que tanto le gustaban; cabello castaño y delgado, corto sin estar al ras ni parecer adolescente desaliñado intentando ser sexy, una interesante combinación de pulcritud y buena apariencia.

Además, desde donde lo veía, la nariz que sostenía unos elegantes anteojos era recta y varonil. Se sintió afortunada, y sabiendo que lo correcto era ayudar, prefirió saborear la visión que le obsequiaba.

No era un ladrón. Tenía la apariencia de un caballero y más estando inclinado frente a ella; vestía una camisa polo de vivos y sobrios colores en conjunto con un pantalón de vestir bien planchado.  

Sin ser consciente del escrutinio al que era sometido, Jaime analizó con rapidez uno de los papeles que la extraña soltó. Una melosa publicidad en tonos pastel con el blanco y el rosa predominando.

«Julia Velasco. Psicóloga y terapeuta holística».

—Holística —dijo, con la gravedad de un exorcista recitando la oración para expulsar un demonio, mientras se levantaba y regresaba a la mujer la pila de papeles.

—Así es, soy terapeuta. Estaré consultando aquí a partir de la siguiente semana. No me diga que vino por uno de los volantes que acabo de repartir… —Julia llevó el dedo índice a los labios, pensativa—. Pero ¿cómo entró? ¡Seguro dejé la reja abierta! Dios, no sé dónde tengo la cabeza.

—No, no fue eso lo que pasó —cortó Jaime, aturdido con tanta palabrería.

Acostumbraba a escuchar todo tipo de formas de expresarse, algunos de sus pacientes parecían escupir varios trenes de frases por minuto, pero la voz cantarina de la supuesta psicóloga causó un agudo malestar en él.

¿O fue saber a qué se dedicaba?

—¿Entonces lo envió el señor Rodríguez?

—Tampoco —aclaró, molesto y agitando la mano extendida entre los dos. Mantuvo la vista abajo, no le gustaba ver a la gente a la cara mientras ordenaba sus ideas. Al menos, no fuera de su consulta—. Creo que hubo un error —finalizó, apuntando con el dedo a algo inexistente.

—El único error es que sigue viéndome los pechos —acusó ella, convencida y cruzando los brazos con fiereza sobre la mencionada zona.

Y ella que lo creyó decente… y hasta guapo.

—¡¿Có… cómo dice?! —exclamó, indignado y con la cara acalorada.

No podía creer el descaro con el que soltaba una suposición tan desatinada. Y casi como si ella hubiera lanzado un hechizo, los ojos masculinos pasaron con rapidez por el escote frente a ellos y lo que guardaba.

Esa mujer, sus pantalones cortos y su reveladora blusa seguro eran el objetivo perfecto de los conquistadores.

» ¡No le estoy viendo nada! Mire. —Dio un respiro y levantó los ojos para no recibir otra acusación. Acto seguido, mostró la llave que sacó del bolsillo de su pantalón—, tengo llave. Quien rentó esta casa fui yo. Puedo enseñarle el contrato. Así que debe haber una equivocación.




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